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Metafísica del aperitivo (3): la otra cara del turismo

El suizo Bruno Kammerer sufre los males del turismo.

El aperitivo puede consumirse en grupo terapéutico, cara a cara con otro en plan íntimo o en la soledad más preciada recordando a Pessoa cuando escribe que “la libertad es la posibilidad de aislarse”. Cuando me da por esto último, en Salamanca lo hago en el Novelty, café tan centenario como literario, y en Vigo me voy al Vitruvia, que es un café nuevo con ese talante, además de consagrado a Euterpe, diosa de la música. Cuando me apetece un aperitivo introspectivo, aquí también tengo una mesa que me permite ver pasar la civilización sin apenas ser visto y el otro día me aposté allí como un ojeador en la caza, tras pedir un blanco albariño y unas aceitunas. Debo decir que yo no pienso como el filósofo Béla Hamvas, que afirma que el vino nos enseña que la ebriedad no es otra cosa que la forma superior de la sobriedad, la vida iluminada, pero sí lo entiendo como realidad sobrenatural. Lo acompañé con unas aceitunas porque a mí me parece una horterada hacerlo con manises, más propios de barrigas cerveceras o de blasfemos durante partidos de fútbol.

Al primero que vi pasar mientras engullía mi primera aceituna fue a un conocido librero, Patiño, con cara de hartazgo quizás consciente de esa tendencia a sustituir el tiempo de los libros por vulgaridades como actualizar las redes sociales con fotos de desayunos y mañanas soleadas en la playa. No sé si se lee menos pero sí que los libros se valoran menos cuanto más grueso cuando no se venden a peso, y de entre los muy extensos solo sobreviven algunos como el del chipionés y baionés de residencia Antonio Piñero, Un nuevo testamento no confesional. Un tipo heroico este Piñero, capaz de leer en sánscrito, arameo o sabe Dios qué y a quien e le voy a presentar en breve tal joya de 1.600 páginas, increíblemente bien vendida por la editorial Trotta, sobre el relato mejor escrito de la Historia: los evangelios. Pienso en esto mientras paladeo el vino y pasa ante mi vista  un hostelero, que acaba de inaugurar en Samil un restaurante, tras proclamar que asistirían conocidos influencers. ¿Influencers? ¿Que majadería es esa? Pues no, son las nuevas celebrities del siglo XXI. Antes se preguntaba eso de estudias o diseñas, ahora podría preguntarse si estudias o eres influencer. Hay una oferta masiva de influencers, una nueva tribu que contratan las marcas porque hoy las conversaciones con los consumidores se tienen en las redes. Nunca por hacer tan poco y con tan poca experiencia vital y educativa se consiguió tanto y ahora está de moda esta profesión de publicistas advenedizos aposentados en el mundo on line, una alternativa publicitaria más barateira que la tradicional.

Pido otro albariño y, al acercar el vaso a la boca, veo que se están prodigando arrugas en mis manos. Acabo de leer Sobre la brevedad de la vida, de Séneca y Amor y Vejez, de Chateaubriand. Habrá sido por algo, pienso mientras veo que entra en la cafetería el suizo Bruno Kammerer, un tipo cuya vida serviría para una novela, en cuya casa natal se refugió Lenin y cuyo padre, de Socorro Rojo, acogió en su país a muchos refugiados españoles. Socialista, taurófilo y existencialista tan vinculado a Galicia que hace 45 años que tiene casa alquilada en Hío-Fenteiras, le veo de mala leche y con razón. Ante tanta demanda turística sus caseros de siempre, con los que tenía relación familiar, le han dado pasaporte y lleva un mes buscando otra casa sin éxito porque todos alquilan por temporadas. Cuando llegó al Morrazo hace más de 45 años la gente era hospitalaria pero con el turismo internacional cambió ese ambiente humano y no solo las playas están llenas y el tráfico imposible: todo el mundo anda a la pela. Ya que no halla nada por ahí, ahora está buscando por O Rosal, Condado, Gondomar… El turismo trae dinero, pienso mientras le saludo, pero se paga muy caro y no es extraño que en una Barcelona acosada sus gobernantes busquen reorientarlo para poder respirar. En las ciudades, los pisos turísticos son el último apocalipsis, una maldición para los nativos, los de toda la vida.

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