Metafísica del aperitivo

El aperitivo tiene su propia “metafísica”. / FDV

El aperitivo tiene su propia “metafísica”. / FDV / fernando franco

Fernando Franco

Fernando Franco

Hay días, a esa hora en que sucumbes al ritual del aperitivo, en que me gusta ver en vez de ser visto, dejarme arrastrar por mis pensamientos en solitario ante un albariño gallego o un verdejo castellano en vez de compartir ruidosa tertulia. En las dos ciudades que habito, Vigo y Salamanca,tengo un café y un puesto de observación elegido siguiendo los consejos de Lévy-Kuentz en su “Metafísica del aperitivo”: ligeramente apartado, sin vecinos desagradables de voz potente ni criaturitas exigiendo su compota de kiwi y plátano o chihuahuas ladrando fantasiosos al rottweiler de turno. En cuanto a camareros, prefiero que me sirvan veteranos y no alguno de esos jóvenes que suelen ser artistas o titulados en Bellas Artes buscándose la vida con ganas de tirar la bandeja a la cara, con razón, del cliente impertinente o de la patronal malpagadora.

Apago el teléfono para que nadie disturbie mi silencio, veo pasar a la gente entre sorbo y sorbo, entre aceituna si esposible Gordal y aceituna Gordal y dejo fluir la imaginación a expensas de la humanidad que transcurre ante mis ojos. Ayer, desde una esquina de la terraza interior del Novelty, no lejos de donde se sentaba Unamuno, vi pasar de gris y azul a un grupo quizás de bancarios mientras , frente a mi mesa, charlaba una pareja que me pareció en estado de infidelidad conyugal pero quien me llamó la atención fue un tipo renqueante apoyado en  su bastón. Mientras engullía una aceituna pensé en mi edad y en la decrepitud inexorable que pasa como factura el tiempo. Según el paleontólogo Arzuaga, es la que te cobran todos los genes que hicieron en su día que fueras un moreno o una rubia impresionante. Bueno, Arzuaga es demasiado radical cuando afirma que, después de los 70, si no dispones de los avances de la ciencia estás muerto porque se empiezan a manifestar en forma de achuches los genes que no han podido ser eliminados por la selección natural. La madre que parió a Arzuaga, me dije para mis adentros mientras sentía exprimirse en mi boca el placer de otra aceituna. O sea que yo no estoy muerto, que es lo que me toca por la naturaleza genética de mi especie, porque hay una cultura científico-médica que retrasa mi ascensión a los cielos. 

Mientras se alejaba el anciano vacilante, recordé que solo hacía unos días había tenido en mi casa de Vigo, donde estaba solo, una experiencia de muerte. Siete horas de impotencia en que si me movía sentía una sensación de mareo letal y un latigazo en el cerebro. No avisé a nadie porque, de marcharme, me gustaría hacerlo sin molestar y con la dignidad de un caído en combate, pero el azar hizo que mi hijo apareciera por casa y viera por vez primera a su padre, siempre en pose energética y físicamente sólida, postrado, abatido y vacilante, hasta el punto de llevarle a requerir auxilio médico. Por vez primera me vio apoyado en su brazo. Vuelto otra vez al estado saludable de siempre, me pregunto si era un aviso del porvenir de mi cuerpo. Yo siempre esperé que fuera falso eso de que tiene memoria, porque entonces puede hacérmelo pagar muy caro. Sin embargo, yo me siento en mi mejor momento.

Mientras pedía otro vino verdejo, observé al fondo, junto a una mesa con dos mujeres pinta jubiletas, la algarabía de otra poblada por adolescentes. Todavía no imaginan -me dije maliciosamente- el precio que la naturaleza les va a cobrar por la exuberante fertilidad de su juventud. Me pregunté cómo verían a un tipo como yo, que casi les cuadruplicaba en años. Sé que yo no pagaría ni un céntimo por volver a su edad pese a los riesgos de la mía porque nunca me sentí tan liberado como ahora, jubilado y sano, pero cada vez que estoy cara a cara con mi nieta mayor, que tiene ya su videoblog, veo que me mira como si fuera un marciano. No te digo el que le sigue y, sobre todo la pequeña, que abre sus ojos atónitos cada vez que le hablo de mi belleza natural o algo parecido. Pero de cómo nos miran nuestros pequeñuelos de internet a nosotros, los analfabetos digitales, hablaré el próximo domingo.

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