Faro de Vigo

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Pinocho y el grillo

Pintura de Magü (Tatiana Djordjevic y Pedro Alonso O’choro) para el Libro de Filipo (tinta china, oil stick, glitter y agua del Amazonas)

1.

La entrevista la hice en Vigo, por teléfono, zapateado en algún rincón del comedor en la segunda planta del Náutico, desde el que se ve la ría. La mañana era de una luz asombrosa, de esas que hacen que a mi tierra la llamen últimamente Galifornia.

2.

Estábamos presentes los dos, Tatiana (también conocida como la hipnotista) y yo. Eso también me gustaba. Mrs Bird a lo suyo, con sus cosas, yo en mi mundo. Aquí estaré tranquilo, me dije. Estoy en el sitio idóneo, apenas hay nadie a estas horas, cero ruido. Y además las vistas, tras el apabullante panel de cristales, ese paisaje tan hermoso. Pensé. Qué mejor sitio que este para el intercambio.

3.

Digamos que las circunstancias eran óptimas y que, como probablemente se intuya, mi intención era cuidar especialmente cada detalle en la promoción del libro, después de mi encuentro un tanto frustrante en el programa de mi apreciado Andreu. Aquel en que me puse a pintar con él en directo mientras conversábamos y no acabé de estar con mis afirmaciones todo lo lúcido que yo hubiera deseado y, como consecuencia y según mi sentir, sin acabar de centrarme en lo que de verdad importa.

Tras mi visita al “Late motiv” vi que necesitaba toda la atención posible si pretendía honrar la peripecia de Filipo (así se llama el protagonista de mi relato) y su encuentro con el maestro para “no colarme”. Que no era coser y cantar. Porque lo sencillo podría resultar confuso, despistar, y las claves que yo quería ir soltando como semillas, volverse irremediablemente oscuras, incluso densas. Cuando la luz del libro es otra.

4.

Pero ese día en Vigo todo fluyó de maravilla. La mujer del periódico que me iba a entrevistar por teléfono, uno de referencia (al margen de otras muchas consideraciones) y de largo alcance, se había leído mi relato, y durante la conversación se iría mostrando genuinamente interesada en el asunto desde el otro lado de la línea. Hasta que se hizo evidente que ambos no parecíamos tener prisa, sino más bien una común intención de llegar al meollo del tema.

Y hasta del alma.

5.

Y a mi parecer, en un sentido más o menos amplio, así lo hicimos.

Incluso hacia el final de nuestro diálogo ella acabó contándome cosas bien íntimas de su padre; quiero decir que el tono de lo que hablamos acabó trascendiendo lo formal (muy generosamente por su parte) para, a través de lo que fuimos articulando en torno al corazón de mi historia de no ficción y sus intenciones, lograr que acabásemos llegando casi sin querer al territorio de lo íntimo.

Y cuando digo íntimo, me refiero a lo muy humano.

Ese espacio en el que dos personas, desde el respeto, conversan más allá de los protocolos como si estuvieran en la cocina de su propia casa.

Pintura de Magü (Tatiana Djordjevic y Pedro Alonso O’choro) para el Libro de Filipo (tinta china, oil stick, glitter y agua del Amazonas). |

6.

Me quedé contento.

Sentí que a ella el libro le había “tocado”, pero más allá, que la historia y el ángulo del viaje de Filipo podían ser genuinamente un pretexto para un tipo de conversación que invite a abrir el corazón del hombre.

Ser una puerta de acceso a aquello que nos mueve.

Nota: Y no niego que algo así no tenga por qué pasar con cada lector ni mucho menos, el libro tiene “lo suyo”, además de un componente hasta cierto punto esotérico que no a todo el mundo le entra ni le pone igual de generoso. Y cuando digo “lo suyo” (para aquellos que no sepan de qué va) me refiero de entrada a que la historia de Filipo “se me presentó” durante una regresión de la mano de Tatiana. O lo que es lo mismo, una sesión de hipnosis que me llevó de viaje a otra vida.

Nada menos.

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7.

Una semana más tarde recibo un mensaje. La periodista me avisa que han colocado mi foto asociada a la entrevista de otro individuo, que lo sentía. Como la vida me va enseñando cuando estoy despierto, debí entender que aquello era una señal del desaguisado que iba a comerme otra semana más tarde. Cuando la entrevista fuese publicada. Pero pensé justo lo contrario. Porque la vida también me invita a confiar a cada paso.

Me dije. Un despiste así lo tiene cualquiera. Que me avisen es un síntoma del especial esmero con que van a cuidar lo que hablamos.

8.

Pero el domingo de la publicación, entra un mensaje en mi móvil que la periodista me envía atentamente (esperando que te guste, dice) con el texto del periódico en papel y nada más empezar a leerlo, no doy crédito.

Intentaré ser preciso.

El libro de Filipo Pedro Alonso O' Choro

9.

Durante nuestra conversación llegamos a un punto en que finalmente nos adentramos en el eje fundamental del viaje de Filipo (logrando ir más allá de lo impactante que pueda suponer aceptar que la historia la “vi” en una regresión, porque por mucho que choque en un principio, no es ese detalle en absoluto lo que más importa).

Para quien no lo sepa, Filipo es un soldado romano en tiempos del imperio que vive algo así como una crisis existencial que le tiene peleado con el mundo. Tras su enésima trifulca es enviado por su mentor a oriente, a hacer trabajo de campo en la vanguardia del imperio. Su misión básicamente consistirá en localizar a potenciales enemigos y, llegado el caso (con la connivencia de los poderes del lugar) tumbarlos.

En ese trance, Filipo conoce al líder de un grupo rebelde que, tras distintos avatares, le cambiará la vida.

10.

Esto es (y es lo que lo centra todo) el Libro de Filipo habla por encima de lo demás, de ese encuentro crucial entre Filipo y Yilak. Y más allá, de la ventana que ese rebelde enseña al protagonista de mi historia. Y que (de un modo que prefiero no desarrollar aquí), como ya he dicho, lo acabará transformando todo.

Y aquí viene el quid de toda la cuestión que explica lo que hoy les cuento. A esa altura de la conversación, la periodista me pregunta:

–¿Es Yilak en realidad Jesucristo?

Yo ahí tomo aire. Vengo esperando desde hace meses la pregunta. Es ahora cuando tengo que hilar fino. Contesto:

–Si has leído el libro con la atención con que lo has hecho, entenderás que no seré yo quien responda en un sentido u otro a eso que tú apuntas.

Y continúo.

–Más allá de que creas en las reencarnaciones y que yo fui Filipo en otra vida, que lo aceptes, el punto crucial en el libro (que ha sido publicado como no ficción) no es algo que yo haya decidido, sino que me vino dado. En fondo, pero también en forma.

(Ahí vuelvo a respirar y continúo)

–Como Filipo (dentro de la regresión) yo tardé en darme cuenta de quién era Yilak y, de paso, cuál era mi papel en aquella historia.

Porque cuando la regresión arranca, se supone que yo era un soldado romano, pero a la vez estaba acometiendo una misión que el mismísimo líder rebelde me había encomendado. De lo que se deduce (y este es el gran dato) que al no saber al principio de mi regresión qué pintaba yo en todo aquello, en mi viaje en el tiempo era (por razones llenas de contenido) de vital importancia recordar la historia, pero también y muy específicamente, no anticipar.

No anticipar quién era Yilak. Que así es como se llama el maestro en el libro.

Y ahí seguí contestando a la periodista:

–Si Yilak es quien tú dices y yo lo confirmo, todos los prejuicios a favor o en contra del personaje que tienen un peso cultural y religioso acumulado durante siglos, van a impedir al lector estar realmente abierto a las sorpresas que yo mismo me llevé al adentrarme en la peripecia de Filipo. Y que me fueron revelando detalles inesperados de una muy particular y específica manera de ver, a la vez que una forma única de conducirse.

Esto es. Si yo confirmo o desmiento lo que me preguntas, no ayudaré al lector a perderse libremente en el ángulo inesperado con que entré en la historia y que yo he intentado proteger contra viento y marea al poner en pie el relato.

Y para cerrar el argumento puntualicé:

–Sea o no el maestro rebelde quien tú dices, no tiene (en muchos aspectos cruciales) en la historia que yo viví en la regresión, nada que ver con lo que nos contaron del personaje a través del dogma.

Nota: Verás (me refiero a tí que estás leyéndome hoy en el Faro), que en ningún momento durante mi respuesta yo pronuncié (con toda intención) el nombre del personaje por el que la periodista me había preguntado y que ella asociaba con Yikak. Y que yo estaba haciéndole partícipe (de un modo cómplice) de la necesidad de proteger el ángulo de entrada en el corazón del viaje de Filipo.

  • “El libro de filipo surge de una experiencia de regresión por hipnosis”

    El libro se titula Libro de Filipo (Grijalbo) y su autor es Pedro Alonso, el actor vigués de mayor proyección internacional

11.

Si han seguido hasta aquí mi desglose comprenderán mi decepción y mi shock (por la empatía aparente de mi interlocutora) cuando en la versión reducida de la entrevista que publicaron en papel, el dato fundamental que se hacía explícito recurrentemente en las preguntas de la reportera e incluso por extensión en mis respuestas, era que Yikak en realidad se trataba de Jesucristo.

12.

Yo estaba desayunando con Purita, mi querida madre, cuando leí la contraportada del periódico en la que estaba impresa nuestra charla. Les aseguro que no pude seguir comiendo. Inmediatamente algo me subió por la espalda y de inmediato se me hizo pasta en la boca el gusto amargo de lo que entendí como un traición total.

Pónganse en mi lugar. Todo el mimo, por su parte y por la mía, que había sido habilitado en nuestra conversación de hacía unas jornadas, de pronto pisoteado sin contemplaciones para expresar algo que entraba en el territorio de la opinión. Por encima del libro mismo y de lo que ella y yo hablamos.

13.

Por si acaso, hago constar aquí que lo publicado no era una crítica, sino una entrevista.

Inmediatamente cogí el móvil y le mandé un mensaje expresándole (desde el respeto y toda la delicadeza posible) mi más profunda decepción.

14.

Lo que vino después fueron varios mensajes cruzados en los que ella (no lo olvidemos, una profesional del periodismo) intentó justificar (sin lograrlo) la evidencia. Básicamente me dijo que el espacio en papel no era extenso y que “había tenido que elegir”, pensando en “el interés del lector”. Y que además la versión que leería casi todo el mundo era la digital, mucho más elocuente y extensa. Digamos más fiable.

15.

Voy a hacer una pausa. Y les invito a que la hagamos juntos.

“Elegir”. “El interés del lector”.

Sigo y acabo.

16.

Lo que hablamos en las siguientes réplicas me demostró que ella no era una profesional dispuesta sin más a ir a lo suyo. Pero lo que había hecho, lo contradecía, pues se entendía como una manipulación fruto del egoísmo y eso que tantos periodistas (y humanos en tantas disciplinas como en la vida) practican.

Quiero decir, forzar las palabras para que respondan a los propios intereses. Y por extensión, al propio sentido del gusto, lo noticiable, la opinión, o directamente el morbo.

17.

Porque parece claro que ella pensó que Jesucristo en su periódico y en mi boca, tenía un gancho al que no pudo, o más probablemente no supo o no quiso resistirse.

18.

Hasta el extremo (y esto es un hecho) de manipular lo que dije y vender su alma (al menos en lo que aquel ejercicio de edición se refiere) al diablo.

19.

Pasaron horas hasta que aquella conversación a golpe de mensajes tuviese un final.

No hizo falta (al menos esta vez) por mi parte, alzar ni un punto la voz. Ella sabía muy bien lo que había sucedido.

Y el lugar en que su movimiento la colocaba como periodista.

20.

Pero a mí no me gusta nada hacer sangre. Es algo que va en contra de mi naturaleza. De modo que una vez estuvo clara la situación acepté sus disculpas, decidido a pasar pagina.

Al final del día y tras un mensaje suyo después de horas en el que se la percibía especialmente turbada, pensé.

“Lo que se acaba de comer esta mujer no es fácil”.

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21.

Pero la lección también era (le dije y me dije) por lo mismo, bien valiosa.

Ella y yo sabemos que de eso que había pasado se nutre la posverdad de estos tiempos. Otros la llaman mentira emotiva. Aquella que al servicio de una causa y sus aoganes es capaz de vender en la plaza pública el valor de la verdad, como quien no quiere la cosa y hasta a tu propia madre.

Nota a la periodista por si lee esto: Créeme si te digo que recibí de corazón lo último que me escribiste en el whatsapp aquel domingo. Y que te honra. Me hace tener fe en que rescatar la palabra es posible.

Y hoy al escribir lo que leen, me digo: Hay modo de desenterrar ciertos valores del secuestro. Sí, He aquí una importante tarea. Desde luego contar según qué cosas puede ser vital. Pero por encima de todo, una vez más se confirma que la clave fundamental no es ponerse sin más a relatar historias (y por extensión aquello que se nos pase por la cabeza) sino muy especialmente, decidir el ángulo. Sin duda el punto de vista lo es todo.

Y entonces, conviene no olvidarlo (y más en este 2020) una vez encontrada la posición y el micrófono, cada quien verá qué decide hacer con su conciencia.

Y con su propia historia.

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