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El burka de occidente

La lucha feminista contra la violencia simbólica gana una batalla en el nuevo calendario Pirelli

La potente presencia de la deportista Serena Williams. // Annie Leibovitz

"No hay ni una que recree la vista". "Serena Williams parece un bombero cachas". "Ya está bien de lo políticamente correcto". "Quiero ver cuerpos de mujeres, si quisiera ver sus intelectos compraría un libro". Éstos son algunos de los comentarios dejados en las redes sociales por los desilusionados admiradores del calendario Pirelli. Por Dios, rugen indignados. ¿Es posible que las feministas feas se nos metan hasta en el taller mecánico?

El paso dado por el calendario Pirelli, dejar en manos de una mujer (la fotógrafa Annie Leibovitz) la representación de otras mujeres, seleccionadas por logros que nada tienen que ver con la mirada masculina, es un avance en uno de los campos de batalla del feminismo del siglo XXI, el espacio simbólico. Y no lo hace cualquiera, lo hace el calendario de desnudos femeninos más famoso del mundo, capaz de proyectar mundialmente qué debe ser una mujer.

El calendario Pirelli de 2016 se interpreta como el de "las mujeres reales", frente a las mujeres irreales que nos presenta la publicidad. ¿Pero son reales -en el sentido de gente que anda por la calle- Patti Smith, Yoko Ono, Serena Williams? Se trata de mujeres que son profundamente singulares, en absoluto comunes, pero que, como la vecina del quinto, pueden tener barriga, o han pasado la barrera del sonido de los 50 años. Además, lo que nos presenta el calendario no es real: como toda fotografía, es una representación.

¿A qué se refiere, pues, esa "realidad" que se da por supuesta en estas mujeres y que se considera desterrada de las representaciones habituales de la publicidad?

Sin duda, se refiere a sus cuerpos. Las mujeres que salen en el calendario Pirelli 2016 no son bellos animales, mudas o anónimas representaciones de la feminidad. Son, sobre todo, personas. Es lo que echa de menos uno de los desilusionados comentadores: dice que quiere ver cuerpos, no intelectos, pese a que no cabe duda de que todas las mujeres retratadas son corpóreas, y que es eso lo que capta el objetivo.

Lo que añoran los nostálgicos del calendario Pirelli de toda la vida es la imagen de mujeres reducidas a cuerpos para deleite masculino, una de las creaciones de la potente máquina de sueños que es la publicidad. Y no parece que para Occidente la representación de la mujer sea un asunto sin importancia, a tenor del bombardeo constante y creciente de cuerpos femeninos (labios, piernas, senos) que llueve sobre nosotros desde que nacemos hasta que morimos, en proporción cada vez mayor.

Fatema Mernissi, la socióloga marroquí recientemente fallecida, que nos veía desde fuera, le puso un nombre a esa obsesión occidental por representar la feminidad como un bien para consumo masculino: "El burka de Occidente", porque si la cultura islámica sexualiza completamente el cuerpo de las mujeres, hasta el punto de que es obsceno mostrar hasta los ojos, la cultura occidental también sexualiza la representación femenina, la satura de provocación y seducción, siempre dirigida a la mirada de un hombre.

La teórica norteamericana Naomi Wolf diseccionó, en un conocido estudio, la eclosión de belleza femenina estandarizada que inundó Occidente a partir de los años ochenta del siglo pasado, cuando ya numerosas mujeres habían alcanzado los centros de poder que habían sido durante siglos confortablemente masculinos. Para Wolf, la obsesión de Occidente por las mujeres bellas y mudas que encarnó, por ejemplo, el fenómeno mundial de las "top model" fue una reacción defensiva ante la intensa agitación feminista que había vivido el planeta en los años setenta. Otros estudiosos, como el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, consideraron que el fenómeno daba paso a lo que llamó "la tercera mujer": la superación de la madre abnegada y de la feminista a través de un tercer modelo, la fémina llena de autoestima que se pone guapa para gustarse a sí misma. Parece, sin embargo, que la epidemia de malestar con el propio cuerpo que invade a las mujeres occidentales no avala las tesis del sociólogo francés.

Artistas visuales como la madrileña Yolanda Domínguez han hecho de la denuncia de la violencia simbólica en la publicidad uno de los ejes de sus obras. Recientemente, Domínguez consiguió tumbar un anuncio de una cadena de ópticas que ambientaba en un glamouroso burdel al protagonista, al que una voz en off prometía ofrecer "la increíble sensación de estrenar todas las veces que quieras". Domínguez organizó a grupos de mujeres que, sugerentemente desvestidas como las del anuncio, se presentaron en las tiendas de la cadena, convirtiendo el onírico sueño masculino en una pesadilla para los vendedores de gafas.

La empresa de neumáticos Pirelli, contra todo pronóstico, ha cogido la onda y, frente al mecánico que quiere ver "pibones", rompe "el burka de Occidente" y muestra a mujeres "de verdad", es decir, a personas.

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