La mítica carrocera Igrovi de A Estrada: “A de Ignacio”

Ignacio Rodríguez Vila empezó con el taller Carrocera Moderna y llegó a fundar una empresa que alcanzó los 400 empleados

Microbús, fabricado en Igrovi, para restaurar.

Microbús, fabricado en Igrovi, para restaurar. / Ricardo terceiro

Ricardo terceiro

Ignacio Rodríguez Vila empezó montando un taller al que llamó “Carrocera Moderna” en la Avenida Fernando Conde y el éxito le llevó a fundar la empresa que llevaría sus iniciales “IGROVI”, construyendo una factoría en unos terrenos en la confluencia de A Baiuca con Guimarei.

Era la una de la tarde y escuchábamos la sirena de la de “Ignacio”. Una sirena que se oía en casi todo el pueblo cuatro veces al día. Desde las ventanas de las aulas del Instituto que daban a IGROVI, veíamos salir del trabajo a sus obreros, muchos andando, algunos con el 600 y otros en sus “guzzis y montesas”.

Los sábados también eran laborables y casi todos salían del trabajo con el mono azul marino bajo el brazo para pasarlo por agua y el detergente “Tu-tu” para estar listos para el lunes.

Pilar de la economía local

La de Ignacio, pronto se convertiría en la mayor productora de autocares de Galicia y sus vehículos comenzaron a invadir España. De 100 empleados se pasó a 200, y luego a cerca de 400. IGROVI fue una inyección importante para la economía familiar estradense mientras la fábrica estuvo activa. Escuela para aprendices de chapistas, pintores y mecánicos. Ignacio no le negaba trabajo a cualquiera que fuese a pedírselo.

Sava y Sava-Austin eran las marcas con las que saldrían algo más de 300 vehículos al año. Muchos de ellos para la flota de autobuses urbanos de la EMT de Madrid que compartían líneas con los EPegaso y los Barreiros.

La mítica carrocera Igrovi de A Estrada: “A de Ignacio”

Fachada de la carrocera Igrovi. / Ricardo terceiro

Los obreros reciclaban aquellos bidones del aceite “Calvo Sotelo” de donde sacaban las chapas para techar los autocares.

Los chasis sobre los que montaban las carrocerías surcaban el adoquín de A Estrada con destino a IGROVI, con sus conductores enfundados en un traje de aguas de color verde, gafas de motorista y una chapa de madera delante de la caja de cambios como única protección de la lluvia. “¡Van para a de Ignacio!”, decía mi padre al cruzarnos con ellos en los muchos viajes que hacíamos a Ourense de visita a nuestros familiares.

Paradojas de la vida

Cuando éramos estudiantes de bachillerato alguna de nuestras gamberradas era saltar por un ventanuco de los viejos vestuarios de A Baiuca. Dentro cogíamos un balón para darle unas patadas en el campo y luego lo devolvíamos al vestuario por el mismo ventanuco. Alguien desde “la de Ignacio” nos veía repetir la operación una o dos veces por semana, hasta que un día nos apareció por la puerta del campo, nos pidió los nombres y nos “amenazó–asustó” con decírselo a nuestros padres.

Sirva el párrafo anterior como metáfora de lo ocurrido con IGROVI en sus últimos años de actividad. Mientras a nosotros nos vigilaban cuando sacábamos el balón por aquel ventanuco, “otros se estaban colando por un agujero mayor en IGROVI”. Chasis que se desviaban en el camino, material que se pagaba y no llegaba a su destino, desfalco económico y para rematar, la nave que se incendia.

Destino Europa

Fue el fin de IGROVI, la ruina para Ignacio y el gran palo para el pueblo. Algunos de ellos se reciclaron y al lado del instituto fundaron otra empresa del sector, a la que popularmente se le llamó “a dos sete machos”, que quisieron seguir con la actividad, pero centrada en la reparación. Otros muchos obreros se fueron a trabajar al País Vasco, a Francia, a Alemania o a Suiza donde eran recibidos como excelente mano de obra internacional, porque venían de una buena “facultad”.

Muchas mujeres que se quedaron en sus casas, solas o con sus hijos, recibiendo su ingreso a fin de mes, pero con la incertidumbre de no saber cuándo podrían volver a estar juntos, no solo para tomar las uvas en Navidades.

En 2009, por iniciativa de exempleados de IGROVI, el pueblo de A Estrada tributó un homenaje a Ignacio Rodríguez Vila que contó con la presencia de uno de los últimos autobuses fabricado íntegramente en A Estrada, hoy restaurado y que se conserva en la actualidad en Láncara.

Una joya para restaurar

Gracias a Lourdes Mato hemos podido saber de la existencia de un microbús, fabricado en la “Carrocera Moderna” que en la actualidad está en un taller de la empresa Castrosúa esperando turno para ser enviado a un restaurador de Barcelona.

Adjunto a la documentación que nos envió Lourdes vienen las fotografías con los detalles de la marca y del escudo de A Estrada troquelado en la chapa y la estribera del microbús.

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