-¿Cómo valora el cambio que sufrió la docencia desde que usted fundó el colegio hasta ahora?

-El cambio es evidente. Al principio había solo tres libros de apoyo y los alumnos tenían unas pizarritas para escribir. Luego aparecieron las libretas y los bolígrafos con una enciclopedia según su edad y su nivel de formación. Había un par de murales con mapas de España, alguno de Europa... En la ley de los años 1970, aparecieron los libros de consulta y eso hizo obligatorio hacer una reforma en el profesorado, como ahora. Ahora, hay aulas con conexión a internet, ordenadores, profesores especializados en idiomas que dominan de forma nativa, profesionales del mundo de la música con instrumentos que pueden tocar los alumnos. Los niños también cambiaron. Antes las clases eran dogmáticas y verticales: el profesor recitaba la lección y los niños escuchaban. Ahora se va más a la aplicación, y a mí todavía me parece poco.

-Hay muchos parados titulados que ni trabajan ni continúan estudiando. Son los conocidos popularmente como ni-nis

-No solo es decisión de los alumnos. Lo primero es que las familias también deben educar. Deben educar a los niños en el valor del esfuerzo, del trabajo y de resistencia a la adversidad. Es el ejemplo de alguno que viene diciendo "es que a mí no me sale esto" y los padres le arreglan el problema. Los niños deben socializarse también. El colegio puede enseñar y ayudar pero eses valores tienen que venir de la familia. Entiendo que los padres quieran que el curso escolar empiece porque tienen que trabajar, pero siempre hay que tener un momento para pararse a escuchar al niño, conocerlo y saber cómo es. Las personas ahora están muy cómodas y no se esfuerzan. Y eso hay que inculcarlo cuando los alumnos son pequeños. Un niño de siete años puede entenderlo perfectamente.