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Dezanos sobresalientes (XI)

Antonio Gil Taboada, ministro de Felipe V

Natural de Bergazos, fue gobernador real, presidente del Consejo de Castilla y obispo de Osma y de Sevilla

Antonio Gil Taboada, ministro de Felipe V

Nació el 1 de mayo de 1668, en el lugar de Bergazos (Donsión-Lalín), hijo de ilustres padres, Gómez Gil Taboada, natural de Barcia, y Beatriz Fernández Noguerol, del pazo de Filgueiroa (Donramiro), señores de las casas de Bergazos, Barcia y Filgueiroa, pertenecientes a las más ilustres familias del Reino de Galicia, en cuyo seno recibió la primera educación. Estudió en la Facultad de Leyes y Cánones de la Universidad de Santiago y, a los 26 años, se graduó doctor en la misma Universidad, en Derecho, civil y canónico. Obtuvo una beca en el Colegio Mayor de Fonseca y fue catedrático de la asignatura de Prima de Leyes en dicha Universidad.

En el año 1697, cuando apenas rayaba el límite de la juventud, defendió en Madrid con feliz éxito ante el Consejo de Castilla los derechos de su Colegio de Fonseca, vulnerados por el arzobispo de Santiago, a cerca de unas regalías. Opositó a la canonjía de Doctoral de la Catedral de Lugo, pero, no habiéndola obtenido, se fue a la Corte y, sabedor de sus singulares cualidades, Diego Sarmiento Valladares inquisidor general, le nombró para la Fiscalía de la Inquisición de Canarias y, aunque la aceptó, no pasó a regentarla por algunas circunstancias que sobrevinieron.

No dejó por esto sus deseos de seguir opositando a las canonjías de las catedrales y, considerando que el único medio para conseguirlas era pedir una beca en un colegio mayor, la solicitó en el de Cuenca de la Universidad de Salamanca, que logró el año 1700, donde concluyó sus estudios. Al año siguiente hizo oposición a la canonjía de Penitenciario de la Catedral de Oviedo, que logró y la obtuvo hasta principios del año 1702. En 1709 le concedieron la Vicaría General de Madrid, en unas circunstancias en que era muy delicado administrar justicia entre personas de bandos opuestos, aunque él siempre mantuvo su fidelidad a Felipe V, no sin amargos sinsabores, que sobrellevó con ejemplar heroísmo. El Archiduque Carlos de Austria escribió una carta al Cabildo de Toledo, para que hicieran salir de Madrid al vicario, anticipándose, dejó al instante la vicaría y es a partir de ahora cuando empieza su carrera política.

Enterado Felipe V de las singulares cualidades, por haberlas acreditado en sus anteriores destinos, en 1710 le nombró presidente de la Real Chancillería de Valladolid (vacante por ascenso de Francisco Acana, al Consejo de Hacienda), cargo que desempeñó con tanta satisfacción del Rey que, para tenerle a su lado, en 1713, le llamó a la Corte nombrándole comisario general de la Santa Cruzada, consiguiendo, al mismo tiempo, premiar sus méritos y acercarle junto a su persona, para poder acudir más fácilmente a sus consejos.

Hallándose en este destino, el Rey le elevó a la dignidad episcopal, destinándole para el Obispado de Osma, el 18 de febrero de 1715, que humildemente aceptó, considerando "que Dios gobierna con especial asistencia los corazones de los eyes". Fue consagrado obispo en Madrid y, en su nombre, tomó posesión, Andrés de Eslaba y Ochoa, prior de la catedral de Osma, el 27 de agosto. Cuando se disponía a trasladarse a su obispado, el Rey le nombró consejero de Estado y presidente del Consejo de Castilla, del que tomó posesión el 12 de junio de 1715, convirtiéndose en la segunda autoridad de la Monarquía, en donde manifestó su gran prudencia y experiencia, restableciendo el orden en la justicia, restituyendo los tribunales, los consejos y la Cámara de Castilla a su primitivo esplendor. Despachaba con el Rey todos los asuntos eclesiásticos, como Secretario de Gracia y Justicia, y supo conservar ilesa la antigua disciplina de la Iglesia.

Desempeñando el cargo con agrado del Rey, los enemigos de su éxito, envidiosos del aprecio que le tenía el Rey, emplearon todos los artificios imaginables para vengarse de la consideración de que gozaba. El alcalde de Corte, Francisco Zapata, ordenó arrestar al Marques de la Rosa, mayordomo de semana de la Reina, por un acto criminal, comunicándole a la Reina que se hallaba preso por orden del gobernador del Consejo, logrando una orden del secretario de Gracia y Justicia, para que lo cesara en el ejercicio de su cargo, como culpable de desacato, a la servidumbre de la Casa Real; se le cesó el 10 de octubre del mismo año y le sucedió interinamente, por indisposición de Juan Antonio de Torres, el Marqués de Andia.

En este momento fue cuando se dejó ver su grandeza de alma, renunciando a las más altas dignidades con la misma indiferencia con que había entrado a desempeñarlas. Después de exponer que desconocía de que le acusaban y con la conciencia tranquila, de no haber faltado jamás a su Rey, se retiró a su Obispado de Osma, a principios de 1716. Gobernó esta diócesis con mucho acierto: Administrando la penitencia, confirmando en los pueblos, asistiendo a las misiones y distribuyendo entre los pobres las rentas de su obispado. Las pocas cartas que se conservan, escritas a su hermano, acreditan su integridad, su amor a la religión, su devoción, su pasión por la justicia, su deseo del bien para todos y el amor a su familia.

Convencido, finalmente, el Rey de su inocencia y para demostrarle su aprecio y confianza, le promovió para el Arzobispado de Sevilla, el 4 de noviembre de 1719. Mandó llevar a Roma una carta urgentemente al Papa Clemente XI, a fin de obtener en el más breve tiempo su nombramiento. El Confesor de S.M. le escribió dándole la enhorabuena, añadiendo que el Rey y la Reina habían mostrado un gran gozo, lo mismo le aseguraba el secretario de Gracia y Justicia, la Excma. Condesa de Lemos y el primer oficial de la Secretaria de Estado. Todas estas manifestaciones son prueba de que continuaba teniendo confianza del Rey. Permaneció en Osma hasta pasada la Pascua de Resurrección de 1720. Dejó y cedió a su Iglesia los frutos que le pertenecían en este Obispado, desde el 1 de enero hasta el 4 de Marzo del año expresado, que ascendieron a 45.000 reales. Escribió una carta al Rey manifestando el deseo de ir a rendirle obediencia y renovar todos los sentimientos de amor, celo y fidelidad de que le habían hecho acreedor las honras y las mercedes de S.M. y se presentó en la Corte, en agosto de 1720, confundiendo a sus calumniadores.

Desde Madrid, partió para Sevilla el 5 de noviembre de 1720, llevando a su sobrino, Cayetano Gil Taboada -más tarde obispo de Lugo y Arzobispo de Santiago-, al que nombró provisor suyo. Ansioso de llegar cuanto antes, logró hacer su entrada pública en Sevilla en diciembre del mismo año, donde fue recibido con grandes aclamaciones y alegría, pero disfrutó poco de este arzobispado, pues murió el 29 de abril de 1722, de un ataque apoplético, después de administrarle los santos sacramentos, a la edad de 54 años. Ocho meses antes de su muerte hizo testamento, dejando todo a los pobres, una pequeña cantidad de dinero al Colegio de Fonseca y otra al Real Hospital de Santiago. Años antes había manifestado el deseo de construir una iglesia, en el lugar donde había recibido el bautismo, después de su muerte, Cayetano Gil Taboada, cumpliendo los deseos de su tío, construyó la hermosa iglesia barroca de Santa Eulalia de Donsión.

Su muerte fue edificante: Tenía encargado hacía ya tiempo a su confesor, Juan de los Santos Rodríguez, regente de Estudios en el Colegio de Proganda Fide, de San Buenaventura, que en su agonía se le leyese sucesivamente y a intervalos, la pasión de Jesucristo, según el texto de los cuatro evangelistas, los salmos penitenciales y la secuencia de la misa de difuntos, repitiéndole varias veces las estrofas más consoladoras, que le excitaban a mayor confianza de la misericordia de Dios, y murió con tan santas disposiciones. Celebrados los funerales, se le dio sepultura en el panteón del Sagrario, sobre el cual se puso un epitafio con el resumen de su vida.

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