Los orígenes de la tradicional feria de Silleda se remontan al siglo XVIII. Entonces se celebraba el día 18 de cada mes, en el entorno de lo que hoy se conoce, precisamente, como Praza da Feira Vella. Pero es en el siglo XIX cuando pasa a ser bimensual, los días 6 y 23. "La recuerdo punto por punto", explica Argimira Sánchez, Cachita, que vive en el que en su día fue punto neurálgico del mercadillo. "En lo que hoy es la calle Venezuela, junto a la Carnicería Cuíña, era donde estaba la feria de cerdos y más abajo había tenderetes con carne de cerdo, zoqueiros y puestos de repollos, habas, etc. En la Praza da Feira Vella se ponían las vacas, los caballos, las ovejas y también los vendedores de pescado", detalla.

La zona era un hervidero. Compradores que llegaban desde varios puntos de la comarca y vendedores de toda Galicia. "Los zoqueiros venían de Merza y de otras partes de Lalín, de donde llegaba también la carne. La madre del párroco Don Julio era una de las que vendía carne aquí", apunta Cachita. Los tratantes de ganado provenían de Ourense, Lugo y O Carballiño, según cuenta Jesús Penela, Chucho, oriundo de la Casa de Vitoriano, lugar que en aquellos años funcionaba como fonda. "Las de Silleda eran unas de las mejores ferias de toda Galicia. Las más potentes eran las de octubre y noviembre, las del 6 de diciembre y, sobre todo, la del día de Reyes", comenta. "Y en julio venían los emigrantes y traían capital. Las tiendas estaban llenas de gente. Las ferias dejaron mucho dinero", sostiene. "La del 6 de enero era apoteósica –coincide Cachita–. Venían los padres con los hijos. Eran los Reyes Magos de los niños de las parroquias".

El mercadillo reunía público "incluso por la tarde. Aún siendo día de semana, había muchas muchachas paseando. Era adonde venían a ligar las chicas de los alrededores. Las de Silleda mismo éramos más finas y ligábamos en casa", se ríe. El cine fue un complemento a la feria que sólo se podían permitir los del pueblo, y en contadas ocasiones, ya que el precio de la entrada rondaba las cinco pesetas. "Las ferias duraban todo el día, porque la gente se quedaba a los bailes y a las sesiones de cine", añade Chucho. El entonces incipiente sector de la hostelería también sacó provecho. "Había cobertizos regentados por gente de Laro, San Fiz, Graba o Cortegada que daban comidas", indica Cachita. "También había pulperos locales y de O Carballiño y dos señoras de Tixoa que freían sardinas al aire libre. Si la gente se quedaba sin espacio para comer la carne en los cobertizos, optaba por las sardinas que ellas preparaban", antes de marcharse a casa.

Germen de la actual lonja agropecuaria

El mercado tradicional fue derivando en lo que hoy en día es la Feira Internacional Semana Verde de Galicia. Se apostó por un recinto adecuado para albergar a los animales y el cambio de ubicación se produjo en 1976. Con él se dio paso a un sistema de venta más profesionalizado y centrado en la transacción de ganado, quedando relegado a un segundo plano la venta de productos del campo.

Aunque a partir de esa mudanza se vivieron años prósperos, nadie duda del movimiento económico que el mercado tradicional generó en el pueblo, excepto durante la Guerra Civil, cuando "las ferias valieron poco", cuenta Cachita. Por su parte, José Amadeo Rivas, corresponsal en aquella época del Banco de La Coruña recuerda las transacciones: "Era cuando la gente compraba. Se comía pescado y pan de trigo cuando había feria. La fuerza venía del rural. Vendían los terneros y con el dinero compraban productos que no tenían en casa", explica.

La pescantina Rosa "A Matracona" y un huevero de Pontevedra

Con el transcurso de los años, los mercadillos de la capital trasdezana generaron su propia intrahistoria, dando lugar a auténticos personajes que aún hoy en día recuerdan los que vivieron aquellos años.

Una de esas figuras es Rosa A Matracona, una de las pescantinas que llegaban puntuales desde Marín y que también era habitual en la feria de Lalín, según recuerda Argimira Sánchez. Las gentes del interior acudían a la feria a vender su ganado y, con el beneficio, compraban el pescado. Pero el negocio para las marineras se hizo menos rentable cuando empezaron a abrirse en Silleda las pescaderías como tal.

También se hizo popular un comerciante de Pontevedra. "No recuerdo su nombre, pero sí que venía en un coche y se dedicaba a vender y a comprar huevos, que también les ofrecían mujeres de aquí", relata Cachita.