Historias irrepetibles

El barrilete de Maine Road

Francis Lee, el delantero que más penaltis provocó y anotó durante su tiempo, formó parte de la legendaria sociedad que sacó al Manchester City de una terrible crisis en los años sesenta

Lee hace una entrada durante un partido de los años sesenta

Lee hace una entrada durante un partido de los años sesenta / FDV

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

Francis Lee no respondía al arquetipo ideal de un delantero. Pelirrojo, mofletudo, pequeño, algo regordete...en cualquier campo de menor categoría hubiese sido el objeto de toda clase de bromas y descalificaciones. Pero a mediados de los años sesenta en Maine Road los aficionados del Manchester City le convirtieron en un dios cuando comprobaron el martirio que era para los defensas. Los “citizens” habían abordado una profunda transformación de la mano de Joe Mercer en el banquillo y con el peculiar Malcolm Allison a su lado. Este extravagante personaje había encontrado perdido en Bury a un talento rubio llamado Colin Bell que galopaba por el campo como un caballo de carreras hasta el punto de que el ayudante de Mercer, adicto a las apuestas, comenzó a llamarlo “Nijinski” que era el nombre del purasangre más exitoso que en ese momento había en los hipódromos británicos.

Mercer y Allison sumaron en 1965 a su proyecto a Mike Summerbee y dos años después, conscientes de que necesitaban un delantero que diese sentido a todo, se fueron en busca de Francis Lee que había jugado sus primeros años como profesional en el Bolton Wanderers. No era una transferencia sencilla porque el City atravesaba una terrible crisis económica que convertía en un drama afrontar cualquier clase de operación. Ya había sucedido con Bell y con Summerbee. Lo de Francis Lee fue aún más complejo porque el Bolton exigió 60.000 libras en la primera reunión entre ambos clubes y no rebajó ni un penique en los siguientes encuentros. El City acabó por ceder y pagar, no sin ciertos temores, la cantidad convenida para que Lee llegase a Maine Road a sus veinticuatro años. Pero el pelirrojo encajó como un guante ante su nueva parroquia. No pasaron muchas semanas antes de que Joe Mercer manifestase en público que “era la pieza que nos faltaba para completar el rompecabezas”. Solo una semana después de su contratación anotó el primero de los 112 goles que sumó con la camiseta celeste en los siete años que estuvo en sus filas. Lee era un martirio para las defensas por su capacidad de esfuerzo, su astucia y también por su fama de “piscinero” en un campeonato que no estaba acostumbrado a ese tipo de actuaciones. En el área era un problema para los entusiastas centrales ingleses que solían caer en las trampas que hábilmente les tendía. Luego él era el encargado de ejecutar las penas máximas. Su colección de penaltis provocados y marcados es inmensa. Como es lógico no tardó en ganarse mala fama entre los contrarios y aficionados rivales; todo lo contrario que en su orilla de Mánchester donde estaban encantados con él. Su techo lo alcanzó en la temporada 1971-72 en la que anotó de penalti 15 de los 35 goles que consiguió durante esa campaña, un récord que aún nadie ha sido capaz de derribar cincuenta años después en la Premier League. Llegaron a apodarle “Lee One Pen” porque así era como aparecía muchas veces reflejado en las tablas de resultados de los periódicos o de los programas que se entregaban en los estadios cada sábado.

Quien formó una sociedad única con Bell y Summerbee falleció hace una semana

Pero antes de ese récord, en su primera temporada en el Manchester City se confirmó que su llegada al club resultó providencial y un golpe de autoestima para unos aficionados que asistían en silencio al florecimiento de sus vecinos del United que poco antes habían levantado la Copa de Europa, la primera del fútbol inglés. En la temporada 1967-68 el conjunto de Mercer mantuvo un impresionante duelo con sus vecinos y con el Liverpool. En un partido de margen se movieron los tres equipos durante meses hasta que en la última jornada todo estaba en manos del City que debía jugar en el campo del Newcastle. En un partido vibrante los “citizens” se impusieron por 3-4 (Francis Lee anotó uno de los goles) para lograr el segundo título de Liga de su historia aunque del primero, que había llegado treinta años antes, pocos se acordaban. Tres décadas de sequía en los que el club de Maine Road no había parado de dar tumbos hasta encontrar al fin su camino. La afición estaba tan entusiasmada que bautizaron al trío que formaban Colin Bell, Mike Summerbee y Francis Lee como su particular “Santísima Trinidad” siguiendo el ejemplo de sus vecinos de Old Trafford que habían bautizado así a Bobby Charlton, Denis Law y George Best.

Los éxitos siguieron llegando. Dos años después añadieron una Copa, la Copa de la Liga y en 1970 la Recopa de Europa (su primer entorchado internacional) que resolvieron gracias a un gol de penalti transformado por Francis Lee. Fueron años trepidantes, extraordinarios en los que el City fue capaz de robarle parte de su protagonismo al United e incluso permitió que varios de sus jugadores metiesen la cabeza en el Mundial de 1970 al que Inglaterra llegaba con importantes opciones de desarrollar un papel protagonista. Aunque el peso del equipo seguía en manos del United, por allí aparecieron Colin Bell y Francis Lee. El delantero fue titular en dos partidos de la primera fase (fue el primer amonestado por patear al portero de Brasil) y estuvo en el memorable partido de cuartos de final en el que Alemania superó a los británicos por 3-2 y les apeó del torneo. Ese día descubrió la mayor de las amarguras que le ha dado el fútbol. Solía decir que la tristeza de una derrota le duraba hasta que llegaba al vestuario, pero en este caso no fue así. El dolor le acompañó durante mucho más tiempo como correspondía a la trascendencia de la cita.

Después regresó a casa y encadenó cinco temporadas como máximo goleador del Manchester City aunque no le acompañaron los títulos. El éxito del equipo de Joe Mercer resultó algo efímero y pronto el club inició el viaje de regreso hacia el agujero del que procedía. En 1974, aunque era el máximo goleador, tomaron la decisión de venderlo pese a su negativa a salir de Mánchester. Pero tuvo que resignarse finalmente y aceptar la decisión de los mismos que habían autorizado tiempo atrás su contratación. El Derby County fue su destino y el primer gol de la siguiente temporada lo anotó precisamente ante quienes unos meses antes eran sus compañeros. Un aviso de lo que vendría porque en su primera temporada el Derby logró la segunda Liga de su historia con Francis Lee como uno de sus principales responsables, lo que despertó una ola de críticas hacia el City por desprenderse de él. En su nuevo club también protagonizó uno de los episodios más conocidos del fútbol inglés: la pelea con su excompañero de selección Norman Hunter durante un partido ante el Leeds United después de que este le reprochase uno de sus habituales piscinazos. El partido estaba siendo televisado en directo y la lluvia de puñetazos que se lanzaron se convirtió en una imagen icónica que aún hoy aparece en la cabecera del “Match of the day”, el programa de la BBC que ofrece los resúmenes de los partidos jugados ese fin de semana.

Lee se retiró en 1976 para convertirse en un empresario de éxito. Tuvo buen ojo para los negocios inmobiliarios y la empresa de papel higiénico que montó le hizo inmensamente rico, lo suficiente para poder invertir con alegría en otra de sus pasiones, la cuadra de caballos con la que ganó más de cien carreras en las islas británicas. Pero en 1994 el Manchester City volvió a cruzarse en su vida. Realmente nunca se había ido de ella porque seguía acudiendo al estadio y estaba perfectamente al tanto de sus penalidades. El club atravesaba una de sus habituales crisis económicas que lo tenía tambaleando y en la ciudad incluso se hablaba de la posibilidad de desaparición. Un desastre que se hacía especialmente duro viendo el crecimiento imparable del United, convertido ya en una máquina de hacer dinero. Francis Lee acudió entonces al rescate. No había un exjugador, un personaje legendario para sus aficionados, que tuviese más dinero que él por eso los propios aficionados le coreaban y pedían los domingos en la grada que comprase el club. El exdelantero compró las acciones del City y dejó una declaración algo atrevida en su presentación: “Este será el club más feliz del país. Los jugadores serán los mejor pagados y beberemos mucho champán. Celebraremos y cantaremos hasta quedarnos roncos”. Una frase muy celebrada pero que nunca llegó a cumplirse. La experiencia fue mala y el nombramiento de su excompañero de la selección Alan Ball como técnico tampoco aportó demasiado. El club descendió al año siguiente y estuvo coqueteando con caer a la tercera categoría. Lee prometió lanzarse desde lo alto de la tribuna a la calle si eso sucedía. No fue necesario pero cuatro años después de su llegada a la presidencia renunció y vendió una parte de las acciones porque siempre quiso que una parte del City fuese suya. Francis Lee ejerció de leyenda durante más de dos décadas hasta que un cáncer se lo llevó hace solo unos días. El recuerdo de sus goles y de su astucia nunca se irán del recuerdo de los “citizens”.

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