Historias irrepetibles

Una tarde negra en Monza

Hace cincuenta años Jarno Saarinen, el talento emergente del Mundial, y Renzo Pasolini perdieron la vida en un pavoroso accidente sobre el que aún ahora existen muchos enigmas

Imagen del caótico accidente de Monza

Imagen del caótico accidente de Monza

Juan Carlos Álvarez

Juan Carlos Álvarez

El motociclismo pasó hace semanas de puntillas por el cincuenta aniversario de una tragedia que conmocionó su mundo y empujó a reconsiderar la forma en que se disputaban las carreras en los años setenta. Jarno Saarinen y Renzo Pasolini fallecieron en un terrible accidente que aún hoy, medio siglo después, sigue sin estar del todo claro. Sucedió en Monza, un 20 de mayo de 1973 y quienes estaban en el circuito aún se sobrecogen con el recuerdo del silencio repentino de los motores al llegar al “curvone”.

El finlandés Jarno Saarinen tenía 27 años en aquel momento y era la gran sensación del Mundial de motociclismo. Nació en Turku donde se había aficionado a pilotar motos sobre nieve lo que le permitió tener un estilo muy peculiar. Era su propio mecánico y fue el primero que comenzó a sacar la rodilla en las curvas hasta rozar el asfalto. Durante un tiempo pudo competir en el Mundial porque consiguió el dinero gracias a la ayuda de los gerentes de un banco que creían que estaban financiando sus estudios de ingeniería. Saarinen suponía aire muy fresco para el Mundial por su estilo, su carácter e incluso por la atractiva presencia siempre a su lado de su esposa, Soeli, a quien conoció cuando eran adolescentes y que siempre le acompañó en sus aventuras. En su primera presencia en el Mundial en 1970 en la categoría de 250cc ya dejó una gran impresión al finalizar cuarto pese a que no pudo disputar las cuatro últimas pruebas porque tuvo que regresar a Finlandia para hacer los últimos exámenes y concluir sus estudios de ingeniería. Pero fue el aviso de lo que vendría después. El finlandés continuaba su progresión imparable: en 1971 fue subcampeón del mundo de 350cc y tercero en el campeonato de 250cc. Ya solo un paso le separaba del título. Yamaha le fichó para la temporada de 1972 y le metió en una estructura más profesional donde no tenía que preocuparse personalmente de la moto. Respondió a aquella confianza ganando el Mundial de 250cc y siendo segundo en el de 350cc donde ganó tres carreras y fue capaz de solventar a su favor algún cara a cara con el gran Giacomo Agostini. Se le señalaba como el gran candidato a derrocar al legendario piloto italiano, pero Saarinen tenía dudas de seguir en el Mundial. En alguna ocasión había manifestado que se apartaría cuando consiguiese un título. Para la temporada 1973 la firma italiana Benelli trató de subirle a una de sus motos y llegó a hacer varias pruebas con ella. Pero Yamaha contraatacó con un nuevo contrato de patrocinio y un proyecto para competir en la categoría reina y acabar con la dictadura de Agostini y su Augusta. Un reto al que no pudo negarse. Su comienzo de temporada en 1973 fue extraordinario al estar a punto de firmar tres dobletes consecutivos en las primeras citas del año. Solo una retirada por problemas mecánicos en Alemania en la categoría reina le impidió llegar a Monza con el pleno de victorias. Pero era el líder de los campeonatos de forma holgada en ese momento.

La historia de Renzo Pasolini es la de un chico de Rimini que primero quería ser boxeador pero que acabó subido a una moto por contagio paterno. Era un tipo agradable, famoso por su estilo de vida alegre y algo juerguista. En 1973 tenía ya 34 años y estaba en el tramo final de su carrera aunque todavía perseguía la posibilidad de conquistar el título de campeón del mundo. Quedaban ya lejos los tiempos en los que en el comienzo de sus carreras los aficionados discutían sobre si él o Agostini (eran casi coetáneos) tendrían más futuro. El gran Giacomo, mejor piloto y siempre mejor respaldado, no tardó en marcar clara la diferencia, pero “Paso” nunca se resignó y estuvo cerca de conseguir su objetivo en 1972 cuando el Mundial de 250cc se le escapó tras ser segundo a solo un punto de Saarinen. La temporada de 1973 sin embargo había comenzado mal para él porque en las primeras tres carreras apenas había puntuado y el finlandés se había disparado en la clasificación general. Necesitaba reaccionar rápido.

Monza no era un circuito agradable para las motos. Unos años atrás habían instalado unas protecciones en la pista pensadas para proteger a los coches después de un terrible accidente en el que había muerto un piloto y once espectadores. Aquellos cambios iban contra la seguridad de los motociclistas, pero a nadie parecía importarle en exceso pese a que varios pilotos habían reclamado medidas en favor de su seguridad. Además, las chicanes que se introdujeron en el circuito para evitar que los automóviles fuesen tanto tiempo al máximo no se utilizaban en el Mundial de motos con lo que el circuito lombardo era el lugar donde más rápido se iba de todo el campeonato.

El filandés había ganado el año antes el Mundial de 250cc y aspiraba al doblete

Poco después de las tres y cuarto estaba prevista la salida de la carrera de 250cc aunque la clave de todo pudo estar minutos antes cuando finalizaba la prueba de 350cc. La Benelli de Walter Villa, que disputaba esa carrera, comenzó a perder aceite y se fue a boxes aunque su equipo le animó a continuar en competición con el objetivo de sumar algún punto que fuese valioso para la general y en esas condiciones regresó a la pista para dar la última vuelta. Algunos testigos situados después de la zona de recta reclamaron a los oficiales que se cancelase la siguiente salida para que se pudiesen limpiar las manchas de aceite que había dejado el italiano. Nada de eso se hizo. La cuestión es que poco después las motos de 250cc se prepararon para tomar la salida. El público siguió desde las tribunas el habitual procedimiento y tras encender los motores las vieron desaparecer al final de la recta, camino del “curvone” que estaba a casi un kilómetro. Y entonces, el silencio. El habitual zumbido de las motos desapareció del ambiente. Agostini, que descansaba a la espera de la carrera de 500cc lo contaba muy bien: “Uno se acostumbra a relajarse con ese sonido de fondo. Se encienden las motos de repente, arrancan y nada cambia durante esa media hora. Pero en este caso sonó el estruendo y de repente todo se apagó”.

Imagen del caótico accidente de Monza.

Imagen del caótico accidente de Monza. / JUAN CARLOS ÁLVAREZ

La razón de aquel silencio era un terrible accidente poco después de la recta principal. Por alguna razón la Harley de Pasolini había perdido el control y se había ido violentamente al suelo lanzando al piloto contra las protecciones. La moto había rebotado en dirección a la pista donde golpeó a Saarinen a la altura de la cabeza. Y a partir de ahí una sucesión de caídas, atropellos, golpes y motos que se incendiaban por el roce con el suelo y la gasolina que se desparramaba por todas partes. Incluso muchas de las balas de paja que se colocaron delante de las protecciones ardían sin control. Más de una quincena de motos se habían accidentado. Una escena más propia de una guerra que de una competición deportiva. Pronto llegaron las asistencias mientras en boxes esperaban noticias de forma ansiosa. Un par de pilotos aparecieron en dirección contraria hacia los garajes con una noticia aterradora: Saarinen y Pasolini estaban muertos en mitad de la pista. No había lugar a las dudas. Los dos pilotos habían fallecido en el acto: Pasolini por su golpe contra las protecciones y Saarinen por el impacto de la moto del italiano contra él. Una tragedia inmensa que se llevaba a dos pilotos carismáticos que solo unos meses antes habían estado peleando por el título de campeón del mundo de 250cc. La escena era particularmente dura en el box de Saarinen donde Soeli, su mujer, esperaba noticias con urgencia de lo sucedido.

El accidente de Monza nunca quedó demasiado claro. La teoría de la mancha de aceite de la Benelli de Walter Villa es una posible causa, pero diversas investigaciones posteriores aseguran que todo se debió a un problema mecánico en la moto de Pasolini que se gripó y provocó su accidente, el desencadenante de todo lo que vendría después. El problema es que aquello no fue un hecho aislado. Un par de semanas después tres chicos murieron en el mismo circuito durante un Campeonato Junior de Italia. Monza se cerró para las motos hasta varios años porque era evidente que se había convertido en un lugar hostil para las dos ruedas. No fue la única consecuencia: Yamaha abandonó el Mundial durante un tiempo, varios pilotos decidieron alejarse de las competiciones y, aunque la tragedia ha seguido acompañando a este deporte, el mundo del motociclismo empezó a introducir cambios pensados en mejorar la seguridad de quienes se jugaban la vida cada fin de semana. Ese es el mayor legado de Pasolini y Saarinen, que su sacrificio ayudó a cambiar las cosas. Dentro de un año se estrenará una serie en Finlandia sobre la vida de Saarinen y aquel accidente. Es un proyecto personal de Soeli que aunque reconstruyó su vida, se casó de nuevo y tuvo dos hijas, no ha dejado de trabajar intentando esclarecer lo sucedido aquella tarde en Monza. Incluso llegó a aprender italiano para poder leer, documentarse y entrevistar a quienes le pudieran arrojar un poco de luz sobre la tragedia. 

Suscríbete para seguir leyendo