Leí una vez la historia de un torero que en la plaza de Valladolid escuchó los tres avisos y asistió a esa deshonra que en su profesión es ver al toro de vuelta en el corral. Como es costumbre, se montó una bronca fenomenal, llovieron insultos y almohadillas lanzadas con furia. Su apoderado trató de organizar una salida discreta para evitar a los aficionados que le esperaban en la puerta que daba al paseo de Zorrilla. El torero, como un autómata, asistía al espectáculo que le rodeaba sin abrir la boca, bloqueado por la amargura del momento. Pasados unos minutos entregó los bártulos a su mozo de espadas, dejó que la cuadrilla, ansiosa por salir de allí, entrase en el coche y a continuación les dijo: “Esta vergüenza, aunque duela, hay que pasarla”. Y dicho esto, respiró fuerte, salió de la plaza y, vestido de torero, hizo a pie completamente solo el recorrido que le separaba del hotel. Una estampa única. Caminó a paso lento entre los improperios de la gente y los bocinazos de los coches que circulaban por la calle, soportando con la cabeza alta aquella humillación, hasta que finalmente llegó al hotel y pudo encerrarse en la habitación sin más compañía que su fracaso.

El doloroso paseo que se dio el torero aquella tarde es lo que espera a Fernando Vázquez cuando dentro de unas horas vea al Celta B tratando de amargarle el día y, sobre todo, cuando dentro de unos meses ocupe la banda de Barreiro. El castigo por los pecados y errores de un pasado muy reciente. La sola presencia del filial céltico en Riazor para enfrentarse al Deportivo sirve para recordar la distancia que existe ahora mismo entre los dos clubes. Y la broma, el escarnio, la afrenta, la “mofa” como fue bautizada esta semana en A Coruña, son inevitables. Sucedería exactamente igual en el sentido contrario. Forma parte del teatrillo en el que se mueve el fútbol y resulta algo infantil pasarse de digno y abrazar el refranero español para anunciar justa venganza cuando los papeles se intercambien en un futuro más o menos próximo. “Arrieros somos…” dijo Vázquez. Pues claro, querido Fernando. Y si no somos nosotros, pues serán los arrieros del futuro, nuestros hijos o nuestros nietos, los que tendrán oportunidad de seguir estirando ese sentimiento tan lícito y sano llamado rivalidad. Cualquier aficionado del Celta reconoce haber sonreído con aquella pancarta que rezaba en Riazor “el campeón de Liga saluda al campeón de la Intertoto” o cuando en una reciente visita a Balaídos los aficionados coruñeses acudieron ataviados con sombreros chinos al grito de “Mouriño véndelo”. Los hinchas –no los fabricantes de odio que patrullan las redes sociales y tienen el insulto como única forma de comunicación– no perdonan situaciones como la de esta tarde. Es el sueño húmedo de muchos de ellos y no hace demasiados años era el deportivismo el que se relamía ante la posibilidad de ver a los vigueses en Segunda B enfrentándose al Fabril en Abegondo. Pero aquel plato, tan apetitoso, desapareció de repente y apareció en la mesa de un comensal diferente. Guiños curiosos del destino.

"Y la broma, el escarnio, la afrenta, la 'mofa' como fue bautizada esta semana en A Coruña, son inevitables"

El aficionado del Celta, para su desgracia, tiene experiencia en viajar periódicamente a los infiernos y sabe que estas situaciones duran un suspiro y que el fútbol, cíclico como pocos órdenes de la vida, no tarda en mostrar la cara más dura y cruel. Se trata de llenar el depósito de alegrías porque tarde o temprano acaba por vaciarse. Bill Shankly hizo grande al Liverpool, pero ni un día dejó de alimentar la rivalidad con el Everton aunque fuese a costa de mostrarse inmisericorde con ellos. “Cada vez que necesito animarme veo la clasificación para ver dónde va el Everton” decía entre otras muchas lindezas como aquella en el entierro de Dixie Dean cuando declaró que “estaría feliz al ver que ha sido capaz de llevar más gente a su adiós que el Everton una tarde de sábado”. Shankly se lo pasaría bomba con Fernando Vázquez.