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El cuerpo congelado de Ted Williams

El considerado por muchos mejor bateador de la historia descansa en un laboratorio de Arizona tras ser criogenizado en medio de una feroz discusión entre sus herederos

Ted Williams, después de conectar un hit.

Cuando nació en 1918 su padre, un antiguo soldado que se ganaba la vida como fotógrafo, decidió llamarle Theodore en homenaje al presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt, de quien era un profundo admirador. El pequeño, a quien su madre y amigos siempre se referían como Ted, empezó jugando al béisbol en la escuela Herbert Hoover de su San Diego natal y hasta un ciego era consciente de que aquel bateador zurdo que sin embargo lanzaba con la derecha, era un verdadero cañón. Siendo poco más que un adolescente pasó por las ligas menores como un trueno y en 1939, con 21 años, aterrizó en Fenway Park, el estadio de los Boston Red Sox, para iniciar el camino que le llevaría directamente a la leyenda.

Williams, el 9 mítico de los “Medias Rojas”, generó un impacto inmediato en Boston. En su primera temporada ya fue el líder de la Liga Americana en carreras impulsadas y estuvo en cuarta posición en la elección del MVP de la temporada. Solo dos años después llegó al final de temporada con un promedio de bateo estratosférico (.399) que le ofrecía la posibilidad de alcanzar la cifra legendaria de 400 que nadie había logrado desde Bill Terry en 1930. Joe Cronin, el mánager del equipo, le dio la posibilidad de decidir si participaba en los dos últimos juegos de la campaña, que se disputaban el mismo día, lo que pondría en peligro un récord histórico de la franquicia. Williams fue rotundo en su respuesta: “¿Has visto a toda esa gente que hay en la grada? Han venido a verme jugar y eso es lo que voy a hacer”. Williams consiguió seis hits en ocho turnos de bateo elevando su promedio al .406, una cifra que nadie ha sido capaz de igualar desde entonces en una temporada regular.

Ted Williams Boston

Sin embargo, a Williams le quedó una deuda pendiente: darle a los Red Sox el título en las Series Mundiales que no ganaban desde 1918 y por el que tuvieron que esperar casi un siglo (en 2004 volvieron a conquistarlo). Era el bateador más grande de la historia, pero no era suficiente para los de Boston. Influyeron también algunos factores de forma decisiva para que no cumpliese su gran objetivo. En 1942, solo un año después de su impresionante récord, detuvo su carrera por el compromiso que sentía con su país. En plena Segunda Guerra Mundial se alistó como instructor de vuelo en Pensacola donde trabajó en la formación de los jóvenes pilotos que combatieron en el Pacífico. En enero de 1946 fue liberado del servicio y su reaparición con los Red Sox fue extraordinaria porque ese año llegó por primera y única vez a las Series Mundiales en las que el equipo de Boston se midió a los Cardinals de St.Louis. La derrota más dura de su carrera. La serie llegó al séptimo juego que cayó del lado de los Cardinals. Williams bateó por debajo de su nivel habitual aquellas noches, algo que en gran medida se atribuyó a una lesión que había sufrido en el codo unos días antes. Nunca volvió a estar tan cerca de las Series Mundiales. Se marchó del béisbol sin lograrlo y por eso siempre se sintió “el mejor bateador de la historia, pero ni en broma puedo ser considerado uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Eso lo fueron los que llevaron el título a sus casas”.

Williams, en un avión de combate.

Tal vez podría haber disfrutado de más intentos por lograr ese ansiado título si no fuese porque otra guerra se cruzó en su carrera deportiva. En 1952, con 34 años, fue llamado al servicio activo para participar en la Guerra de Corea. En esta ocasión no se dedicó a dar clases a jóvenes aspirantes a pilotos sino que participó activamente en el conflicto. Estuvo en 38 misiones de combate donde coincidió con John Glenn, que luego sería un célebre astronauta, senador y aspirante a la presidencia de Estados Unidos. Una vieja infección de oído hizo que le retirasen del servicio antes de que concluyese una guerra en la que vivió episodios complicados como un aterrizaje forzoso después de ser alcanzado por un antiaéreo.

Su retirada oficial se produjo en 1960 aunque hacía años que su papel en el equipo ya era menor. Se marchó con multitud de reconocimientos individuales (dos MVP, tres Triples Coronas) pero con esa deuda pendiente con el equipo de su vida, ese título que perdió en 1941 y que seguramente su compromiso con el ejército le impidió conquistar. Después de su retiro fue mánager, peleó por el reconocimiento de los jugadores de raza negra en el Salón de la Fama (no comenzaron a ingresar hasta que él lo reclamó públicamente en un discurso) y se convirtió en un consumado pescador.

“En la vida uno tiene que trazarse objetivos. El mío es ir caminando y que la gente diga, por ahí va Ted Williams, el bateador más grande que existió"

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Sin embargo, con los años se volvió más cascarrabias y acabó por molestarle que cada vez que pisaba un estadio alguien le viniese con las preguntas sobre su récord: “Estoy deseando que alguien vuelva a batear más de .400 para que entonces estas preguntas se las hagan a él”, le espetó un día a un periodista.

En 2002, a los 83 años de edad y después de numerosos problemas cardiacos, Ted Williams falleció de un infarto en Florida, que por entonces se había convertido en su residencia más habitual. Poco podía imaginar aquel anciano el problema que iba a generar con su muerte. Mientras los aficionados de Boston lloraban su pérdida y acudían a Fenwey Park a depositar flores en honor al hombre que más feliz les había hecho, en su casa se organizaba una guerra de dimensiones gigantescas. El día siguiente a la defunción su único hijo varón y producto de su tercer matrimonio, John, se llevó su cuerpo de la funeraria y lo envió en un avión a un centro criogénico de Arizona en medio de la indignación de sus hermanas mayores, hijas de diferentes madres. Hacía años que el pequeño se había convertido en una especie de representante de su padre. Gestionaba sus negocios, su imagen y su marca aunque aquello parecía haber excedido sus funciones.

Bárbara, la mayor, aseguraba que el último deseo de su padre era ser incinerado y que sus cenizas se esparciesen por los Cayos de Florida, donde pasaba largos periodos entregados a la pesca con mosca, de la que era un verdadero maestro. John trató de vencer esa resistencia insistiéndole en que la ciencia podría resucitar a su padre en algún momento y que incluso podrían vender su ADN y conseguir que en el mundo “hubiese más Ted Williams”. Convencida de que su hermano no estaba bien de la cabeza, Bárbara buscó amparo en los tribunales. Allí presentaron los abogados de John una suerte de última voluntad de Ted Williams en la que decía que quería ser congelado tras su muerte. El documento parecía no ofrecer lugar a las dudas, pero Bárbara defendió su falsedad. Según ella lo delataba la firma. “Ted Williams” era lo que el exbateador escribía cada vez que un aficionado le pedía un autógrafo, mientras que en los documentos realmente importantes siempre utilizaba su nombre completo: Theodore Williams. Llegados a ese punto, el testimonio de Claudia, la tercera hermana, resultó determinante. Defendió la veracidad del documento y ante este testimonio, el juez dio la razón a John y rechazó la demanda presentada por Bárbara. El cuerpo de Ted Williams permanecería en el centro criogénico por expreso deseo del jugador de los Red Sox. Aquello como era de esperar abrió una grieta imposible de cerrar entre Bárbara y sus dos hermanos pequeños que no han vuelto a hablarse desde entonces.

Portada de Sports Illustrated tras su muerte.

Portada de Sports Illustrated tras su muerte.

Pero el aspecto siniestro de esta historia no acaba con Ted Williams en el congelador de un laboratorio de Arizona a la espera de que la ciencia le haga volver a la vida. Hace unos años Sports IIlustrated desveló que realmente lo único que permanece congelado es la cabeza del exbateador. John prefirió una tarifa algo más barata (congelar todo el cuerpo suponían más de cien mil dólares mientras que con la cabeza el dinero se reducía a la mitad)  porque su intención es que la ciencia sea capaz de unirla a un cuerpo joven para que pudiese volver a saltar al diamante para jugar un partido de béisbol.

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