El Celta y Unzué encontraron en el Camp Nou el reconocimiento que la temporada les ha ido negando por diferentes razones. Los vigueses arrancaron del coliseo azulgrana uno de esos puntos que tienen un regusto especial, que se paladea de forma insistente y cuyos efectos suelen extenderse en el tiempo. El empate fue el premio a la ambición y el descaro del equipo y al planteamiento de Unzué que, en su regreso a la que fue su casa, demostró el grado de conocimiento que tenía de su rival. Armó un novedoso equipo que consiguió anular algunas de las virtudes del Barcelona, trató de discutirle la posesión del balón, resistió cuando vinieron mal dadas en el tramo final del primer tiempo y que tuvo el coraje para irse a por el empate cuando el Barcelona había volteado el gol inicial de Iago Aspas.

El partido llena de buenas noticias al Celta que encontró en un escenario intimidante, pero donde los vigueses siempre generan inquietud, una notable actuación coral que invita a pensar en que la evolución del paciente continúa siendo positiva. Unzué y su plantilla cada día entienden mejor lo que necesita uno del otro. En estadios complicados como el Pizjuán o el Camp Nou el cuadro vigués ha ofrecido el aspecto de un equipo que va tomando forma y al que solo le falta un tiempo en el horno para acabar de cuajar. Pero al margen del comportamiento colectivo están las actuaciones individuales. Tres por encima de todo. Porque dentro del notable general es imposible no pasarse a hablar de Lobotka, de Brais Méndez y de Iago Aspas. El eslovaco, menudo y dinámico, dio un curso de dirección en muchos momentos; el canterano (la gran sorpresa en la alineación) jugó con personalidad y atrevimiento para dejar claro que por sus piernas pasa parte del futuro del club; y el moañés acabó de sellar el billete para el Mundial de Rusia. Imposible negárselo. En un escenario grande, el moañés fue determinante. Tanto como Messi. Marcó el primer gol en una jugada nacida en su intuición y velocidad y regaló el segundo a Maxi Gómez en una jugada en la que desnudó a la defensa azulgrana. Pura genialidad la de un futbolista que avanza de forma imparable hacia ese Olimpo en el que envejecen los grandes mitos del celtismo.

Al Celta no le amilanó tampoco la fatalidad vivida en en el primer minuto de partido cuando perdió a Sergi Gómez por lesión en un forcejeo con Luis Suárez. De golpe los planes de Unzué quedaban tocados sin quien había sido su mejor central en las últimas semanas, pero el equipo no pareció sentirlo porque aplicó el esquema y la idea que el técnico navarro había preparado. Con un medio del campo sorprendente (Lobotka, Jozabed y Brais) escondió el balón al Barcelona, cerró los pasillos interiores y trató de encontrar la velocidad de sus atacantes para hacer daño. Se trataba de recuperar rápido, de circular con seguridad y aprovechar las piernas de sus delanteros. Así sucedió en el minuto 21 cuando se adelantó gracias a una gran combinación por la banda derecha donde Aspas encontró un pasillo enorme a la espalda de Alba tras un envío de Wass. El moañés, desbocado, puso el balón a Maxi, que se encontró con una parada sobrehumana de Ter Stegen, pero Aspas cazó el rechace para hacer el primero.

El problema, como otras veces, fue que a los vigueses les duró poco la felicidad. Un minuto concretamente. Lo que tardó Messi en aprovechar una de sus apariciones para fusilar a Rubén. Le hizo mucho daño el gol al Celta que durante un cuarto de hora vivió a expensas del Barcelona, más bien de Messi, que parecía decidido a solucionar el partido él solo, ante la atenta mirada de sus compañeros que por momentos juegan simplemente a darle el balón al genio y que él haga magia. El argentino, lejos del radar de los centrocampistas del Celta, generó verdadero pánico en las filas viguesas. Sus pases, sus regates, su incidencia en el juego, esa amenaza permanente de que va a sacar petróleo donde nadie ve nada; esos momentos en los que el rival siente que tiene enfrente a un marciano. Con el Celta reculando hacia su área, un remate al palo de Messi fue la mejor oportunidad de un Barcelona que perdió energía en el tramo final. Volvió el Celta a contragolpear con peligro, a salir con acierto de la presión azulgrana y a rondar el segundo gol en las últimas aproximaciones del primer tiempo. Lo tuvo Wass tras un pase de Sisto y luego Aspas y Maxi tras un centro de Brais. Todo por la banda derecha, donde el Celta concentró el peligro porque Unzué conocía muy bien que Jordi Alba apenas tiene ayudas en ese sector.

El segundo tiempo arrancó de forma muy similar al primero. Con la pelota en poder de un Celta que maniató al Barcelona y le sacó de su plan. Sin ocasiones claras, los vigueses se plantaron en el campo del rival y desactivaron a los de Valverde que no fueron capaces de asomarse al área de Rubén durante mucho tiempo. Pero apareció Messi. Lo hizo con media hora por delante. De la nada se inventó un pase a la espalda de la defensa que recibió Alba para asistir a Suárez, autor del 2-1.

Pero el Celta no es equipo que se amilane con facilidad. Ni la grandiosidad del Camp Nou le acobardó. Los de Unzué atacaron en busca de su oportunidad y en una acción por la banda derecha de Aspas, el moañés dejó una maniobra extraordinaria. Ganó el duelo con Umtiti (que acabó lesionado la jugada), dribló a Alba y se fue a la línea de fondo para meter a toda la defensa azulgrana en el área pequeña. Allí, con inteligencia, asistió a Maxi, para que el uruguayo fusilase a Ter Stegen desde cerca. La obra de otro genio, pero de provincias.

El partido entró en una dinámica algo loca con los dos equipos amenazando con el tercer gol. Lo tuvo el Celta en un par de llegadas (Sisto tuvo la más clara en un mano a mano con Ter Stegen) y el Barcelona en un remate de Messi que sacó Rubén, en otro de Suárez y en dos acciones de Paulinho. Los de Unzué apretaron los dientes para soportar la carga final azulgrana. Dispuesto a animar el día el árbitro concedió cinco minutos de descuento en los que el Barcelona aún dispuso de una agónica falta con el tiempo cumplido. Messi se hizo terrenal y se encontró con la cabeza de Fontás en ese último lanzamiento. El punto estaba amarrado. Un punto grande que agiganta la figura de Unzué y que dispara el ánimo de un Celta que ya tiene claro cuál es el camino