El médico humanista

Cota deja en la Roja la misma impronta que Borrás en su día

Torres charla con Juan José García Cota.

Torres charla con Juan José García Cota. / FRANCISCO CALABUIG

Armando Álvarez

Armando Álvarez

“Sabes que chegas alí cunha chamada e probablemente marches con outra chamada”, acepta Juan José García Cota con la naturalidad que le distingue. Si este gélido despido le ha herido, lo disimula. Cota conoce las entrañas del alma igual que las del cuerpo. Entiende el ciclo inevitable de lo que empieza y termina. De la nada y hacia la nada, con un breve hálito intermedio.

Su biografía se alinea con su destino. Hijo del guardia civil Francisco García Cascallar, ya fallecido, y de Rosaura Cota Vela, desde niño soñó con ser portero y médico. Ha cumplido ambos deseos, aunque le haya cundido más lo segundo. Defendió las porterías de Callobre, Pontevedra, Compostela, Ordes y Villalonga. A la vez se sacaba la carrera, estudiando incluso en el tren. Presidió el Estradense. Dirigió los servicios médicos del Pontevedra. Campo, vestuario, dispensario, quirófano, despacho; en todas las estancias habitó y se hizo querido.

En esa trayectoria, 2008 es un año esencial. Genaro Borrás había fallecido en mayo, tras el largo proceso de su cáncer. Mario Galán había quedado al frente de los galenos célticos. Tiempos de cambio y crisis en el club olívico. La oferta celeste llegó a la vez que la del retorno al Pontevedra. Cota se decantó por los vigueses. Poco después, la Federación Española lo nombraba también como traumatólogo de cabecera de la selección absoluta, recién proclamada campeona de Europa.

Manteado en A Madroa tras la victoria en la Eurocopa de 2012.

Manteado en A Madroa tras la victoria en la Eurocopa de 2012. / JESUS DE ARCOS

Desde entonces, Cota ha sido uno de los médicos más populares del deporte español, sin abandonar sus tareas en la clínica Domínguez y consultando también en la clínica céltica de Príncipe desde su apertura. Una agenda de trabajo intensiva y laberíntica, imposible de cuadrar para cualquier otro. Y sin embargo, el estradense no le ha fallado a nadie; ni a los internacionales más prestigiosos, como un Fernando Torres que lo idolatra, ni a los pacientes más humildes. A todos ha atendido con esa humanidad de médico clásico, que inicia la curación desde la escucha y la palabra. También ha encontrado siempre un hueco para compromisos como impartir conferencias o para atender a los periodistas aunque fuese ya a medianoche, tras la última intervención de la jornada. El tiempo con su familia ha sido lo sacrificado. Católico, ocho años estuvo sin poder festejar el Pilar en Cerdedo. “Esté donde esté, quiero estar en Quireza”, afirmaba sobre su amada parroquia, él que ha conocido las capitales del mundo.

La llamada de González Ruano lo inició todo hace 23 años. La llamada de Albert Luque lo termina. Se va como llegó, con esa aceptación de las cosas que suceden. “No hace mucho una persona me preguntó que si el médico del Celta tenía que ser también el de la selección”, bromeaba al poco de aceptar el cargo en la absoluta, el mismo que Genaro Borrás había desempeñado de 1992 a 2004. “Ojalá cuando yo deje la selección la gente me recuerde con la mitad del cariño con el que se le recuerda a él allí”. No debió rebajar a la mitad su reto. Misión cumplida.

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