Con el silbato, Carlos del Cerro Grande. En el VAR, Juan Martínez Munuera. Dos de los árbitros más prestigiosos de Primera División e internacionales desde hace años. Ambos, uno proponiendo y otro sentenciando, juzgaron la acción de Gabri Veiga como merecedora de expulsión con tarjeta roja. Los ha apoyado Eduardo Iturralde entre los comentaristas conocidos. La opinión general, por contra, apunta a que exageraron en el castigo. “La cámara lenta”, razona Fran Beltrán. En debate permanente, el uso y límites del videoarbitraje.

Son las paradojas de un sistema difícil de gestionar. A pocos se ha contentado desde que la Liga lo estrenó en 2018. Aspas había sufrido un plantillazo minutos antes y Mingueza, otro en la segunda mitad. El que encajó el moañés podía haber sido tipificado para roja. Como Del Cerro había visto y evaluado las faltas en vivo, desde la sala VOR se abstuvieron. Del Cerro, en cambio, no había percibido el pisotón a Robertone. El almeriense había arrebatado el balón que Veiga había intentado controlar pisándolo. El porriñés plantó su pie en el gemelo del local. Quizá en directo, a velocidad normal, con las sensaciones naturales propias, Del Cerro lo hubiera considerado inercia o imprudencia. Nunca se sabrá. Acudió a verlo al monitor y en las repeticiones lo que se podría haber interpretado como fortuito le pareció planificado.

Del Cerro mostró roja directa a Veiga por “pisar a un adversario intencionadamente a la altura de la tíbia, empleando fuerza excesiva. Estando el balón en juego pero no a distancia de ser jugado”, escribió en el acta. Iturralde está de acuerdo y recomienda: “Fijaros en la vista del jugador”. Cree que Veiga no solo fue consciente; apuntó al gemelo.

La corriente mayoritaria, en analistas de medios de comunicación y aficionados españoles en redes sociales, apuntaba a la involuntariedad de Gabri Veiga. Si acaso, el veinteañero sí fue perfectamente consciente del significado de la roja desde que la vio en la mano del árbitro. Sabía que el plan céltico acababa de derrumbarse. Veiga se marchó entre furioso, golpeando una bolsa, y descompuesto, llorando. Poco antes había celebrado abrazando a Coudet su extraordinario gol, tercero de la temporada. Un tremendo vaivén emocional.

“Es duro para él. Es duro también para nosotros porque son decisiones que siempre van en nuestra contra y casi nunca tenemos nada a favor”, describe Beltrán. El madrileño tiene claro por qué fue expulsado su compañero: “A veces, cuando pones las jugadas en el vídeo y a cámara lenta, parecen más de lo que son. Él no se puede quitar de en medio, el otro aparece debajo. Hay expulsiones que a veces me parecen un poco absurdas. Encima conociendo a Gabri, que es un chaval que sabemos que no hace daño a nadie”.

Esa falta de antecedentes violentos podría beneficiar a Veiga, pero la descripción del acta (“intencionadamente”) apunta a una suspensión mínima de dos partidos. En tal caso, no podría jugar hasta la reanudación liguera en diciembre.