Ayer en Balaídos se citaron casi 9.000 celtistas con ganas de pasarlo bien. El tiempo, el horario, el rival y el fin de semana de Reconquista en Vigo invitaban a que todo fuese una fiesta en las gradas. Y lo fue, al menos durante los 94 minutos que duró el derbi ante el Deportivo. Sin embargo, también hubo momentos de tensión, de enfrentamientos entre aficiones, de desperfectos en el mobiliario público y de cargas policiales antes y después de un partido que será recordado en Vigo por el jolgorio vivido en las bancadas por parte de una afición local que silenció por completo a los 600 deportivistas que llegaron para apoyar a su equipo.

Ya desde dos horas antes del pitido inicial los aledaños del estadio lucían con camisetas celestes. Antes, incluso, la Policía Nacional tuvo que actuar para contener a dos grupos de aficionados de Celta y Dépor que estaban protagonizando una pelea y perpetrando actos vandálicos en las inmediaciones del parque de la Bouza. En la intervención policial no se produjo ninguna detención, pero vecinos de la zona escucharon disparos de pelotas de goma, aunque no se recogieron heridos.

Decenas de aficionados locales invadieron el terreno de juego tras el pitido final. | // JOSÉ LORES

Ya ubicados todos en el estadio, el público se tomó el partido como lo que era: un derbi. Los aficionados celestes se encargaron una y otra vez de recordar al eterno rival que estaban jugando contra el filial en la Primera RFEF, la tercera categoría del fútbol nacional. El ambiente era sano y cordial más allá de cánticos de ida y vuelta entre los sectores más animosos de ambas aficiones. Los jugadores herculinos recibían pitos cuando tenían la posesión, mientras que los pupilos de Onésimo escucharon algún que otro “olé” cuando sacaban la pelota jugada.

El primer éxtasis llegó pronto. El gol de Fabricio se cantó en Balaídos como si se tratase de uno de Iago Aspas ante el Real Madrid. Rápidamente las miradas se giraron hacia la parte de Río Alto en la que estaba ubicada la afición coruñesa, enmudecida casi todo el encuentro. El dj del estadio también quiso ponerle pimienta al choque con la banda sonora durante el descanso. Muy comentada en la grada fue la elección de la canción ‘Bailaré sobre tu tumba’ de Siniestro Total.

El momento más estrambótico llegó mediada la segunda mitad. Carlos Domínguez cometió un claro penalti sobre De Camargo que transformó Quiles para poner el empate en el marcador. Lo hizo, además, en la portería más cercana a donde estaban sus seguidores, que parecieron despertar y cantaron con energía el tanto. Lo que no se esperaban era la reacción de los miles de celtistas presentes. Buena parte de ellos se unieron a los deportivistas y celebraron en claro tono de mofa el gol, como queriendo hacerles ver que el resultado era lo de menos. Esa reacción espontánea desconcertó a los blanquiazules, que volvieron a su actitud silenciosa con la expulsión de su goleador poco después.

El fin de fiesta en Balaídos lo puso Javi Gómez con un golazo que se escuchó a varios kilómetros de distancia. Porque el Celta B volvía a “cargarse” a su máximo rival en un ambiente festivo.

Todo se oscureció un poco tras el pitido final. Las declaraciones de unos y otros jugadores durante la semana salieron a la luz antes de que se dirigiesen hacia los vestuarios y hubo algún conato de tangana, sobre todo provocado por un Ian Mackay que se fue a por Gabri Veiga después de que este le dijese algo. Compañeros y personal del club los separaron y la trifulca no pasó a mayores. En ese momento, la plantilla del filial, incluso aquellos no convocados, se arrimó a la parte de Río Bajo denominada ‘Grada Siareiros’ para celebrar el histórico triunfo con sus seguidores.

Fue en ese momento cuando saltaron al césped media docena de aficionados para abrazarse a los jugadores, que pocos segundos después se vieron rodeados por decenas de personas que habían abandonado sus asientos, burlado al personal de seguridad y que se dirigían hacia la parte del estadio donde todavía permanecían, aún en silencio, los hinchas herculinos. Gritos, cánticos, gestos obscenos, lanzamiento de botellas y hasta de butacas... La tensión iba creciendo y tuvieron que aparecer agentes antidisturbios para alejar de allí a los muchos seguidores que había. Alguno, incluso, se llevó un porrazo al no hacer caso a la policía.

No pasó a mayores la situación y poco a poco se fueron vaciando las gradas en forma de dos procesiones. Por un lado, la de los celtistas, contentos y eufóricos, rumbo hacia el centro de la ciudad para celebrar el triunfo comiendo el clásico choripán de la Reconquista. Otra, la de los visitantes escoltados hacia los autobuses que les llevarían hasta A Coruña. Por segundo año consecutivo, el Celta B y el Deportivo jugaron un derbi que en Vigo no importaría que se repitiese en años venideros, como quedó demostrado ayer, y en la ciudad herculina preferirían no volver a vivir ni en pintura.