Thomas de Quincey escribió “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”. Bordalás está escribiendo ese mismo tratado sobre la falta, empleando al Getafe como ejemplo práctico. Bordalás ha proporcionado significado a esa maniobra que otros desprecian o cometen a disgusto. Él ha convencido a sus jugadores de la belleza de la patada y de la lírica del agarrón. Lo extraordinario es que el Chacho Coudet, el mismo que exige a sus jugadores valentía para arriesgar, también ha mejorado las prestaciones de su escuadra en ese apartado concreto. Por primera vez desde su llegada el Celta cometió menos faltas que su adversario, pero por escaso margen: 17 de los madrileños por 16 de los celestes. El equipo se aplicó en esta faceta con la misma pericia que el Getafe; no con faltas por retraso o desesperación, sino como recurso, pausa y aborto de la jugada, eligiendo bien en general en qué territorio cometerlas.

Hipnosis colectiva

Denis o Brais Méndez, bailarines de claqué sobre un pantano, se hubieran ausentado del choque en otras épocas. Esta vez no lucieron, pero pelearon. A Brais se le vio engallado. Denis cometió tantas faltas como provocó. Coudet ha realizado algún tipo de hipnosis colectiva. No solo está extrayendo aquello que sospechábamos que la plantilla poseía, talento combinativo y potencial ofensivo, sino que ha encontrado vetas desconocidas, como el rigor táctico y la aspereza. Los jugadores célticos han asumido el discurso de su entrenador como conversos, con la pasión fervorosa de quien se levanta embelesado tras caer del caballo camino de Damasco, en un proceso casi más religioso que futbolístico.

Un reto diferente

Cada partido es, de entrada, un pulso estilístico que el Getafe rara vez pierde. Al Getafe hay que ganarle igualándolo en lo suyo para luego hacer valer lo propio. Incluso en momentos de duda como el actual, el equipo madrileño es la expresión casi perfecta de aquello que su entrenador ha concebido. Para el Celta era difícil construir desde atrás, debido a la presión que se iniciaba en el segundo cuarto de cancha, y era difícil robar arriba porque el Getafe renuncia mediante el juego largo a cualquier tipo de combinación que pueda alimentar a su adversario. A diferencia de en anteriores choques, el Celta siempre tuvo que iniciar sus jugadas a muchos metros del portero local y con el horizonte poblado de trampas. Este partido suponía, en ese sentido, un reto diferente que no se ha acercado al sobresaliente de otros, pero que sí se ha aprobado. Y es un resultado meritorio en el Coliseum, escenario de tantos naufragios.

Falta de frescura

El Celta gestionó el choque de menos a más. Rondó con mayor frecuencia a Yáñez en el tramo final, cuando se abrieron algo las costuras de la trinchera getafeña. Faltó claridad mental, mayor frescura o un punto de atrevimiento en esas acometidas. Pesó quizá la exigente tanda de partidos consecutivos que el Celta ha afrontado con escasas variaciones en su alineación –ayer solo la entrada de Baeza por Beltrán– y una aportación modesta desde el banquillo. Coudet ha tenido que reubicar a Brais o echar mano de Emre para encongrarle un socio a Aspas en ausencia de Mina. Bordalás, en cambio, disponía de Ángel y Mata en cartuchera. Aunque paradójicamente fue la decisión de sacarlos la que desequilibró el juego a favor del Celta. En todo caso, la plantilla agradecerá estos días de descanso antes de medirse al Huesca. Y es otro aviso para que la dirección deportiva, si es capaz de colocar en el mercado a Costas y Jorge Sáenz, refuerce determinados puestos clave.

Los trabajos de aspas

Da la impresión de que Aspas se imaginó el camino hacia la leyenda con unas determinadas tareas, como si fuesen los trabajos de Hércules, y las ha ido tachando todas: los goles al Alavés, el ascenso, la vuelta como hijo pródigo, la caída y redención en los derbis, las glorias europeas, las salvaciones milagrosas... Al Getafe nunca le había marcado en los ocho partidos anteriores en Primera División. Era la única escuadra de la actual máxima categoría, junto al Elche, que se resistía al embrujo. Ya no más, aunque fuese de penalti y con Yáñez acariciando el balón. Poco le va quedando por cumplir al moañés salvo la conquista de un título; casi una quimera en estos tiempos pero que con Coudet al mando permite soñar al menos con la posibilidad de pegar otra patada en esa puerta que con Berizzo se antojó entreabierta.

Buenas perspectivas

Queda mucho, claro, por pelear antes de asegurar la permanencia; más en una temporada tan peculiar, de clasificación líquida y en la que la amenaza de la infección se une a la habitual de las lesiones. Lo matemático es que el Celta se encuentra a mitad de camino –40 puntos deberían bastar, aunque tal vez se necesite alguno más– cuando faltan cuatro partidos para concluir la primera vuelta. El Celta está sabiendo ofrecer diferentes versiones y encontrar recursos alternativas. Ilusiona este 2021 que se avecina porque de entrada ya no será nunca más 2020.