Asier Villalibre es el ángel de la guarda de Garitano. Hace dos semanas, con la sombra de la destitución amenzándole, el técnico se jugó su último comodín incluyendo en la alineación titular a un par de meritorios: Vencedor en el centro del campo y Villalibre en punta. El “búfalo”, nombre por el que se conoce al delantero de Guernica y que seguramente sirve de presentación para sus condiciones como futbolista, se transformó en la pieza fundamental en la victoria sobre el Betis y en el trabajado empate en Getafe. Frente a los sevillanos no marcó, pero fue protagonista en tres de los cuatro goles y contra los de Bordalás anotó su primer gol esta temporada. Garitano, que aún no se ha librado de las recelosas miradas de su entorno que aún están pendientes de que la tendencia positiva se confirme, debe dar gracias a Villalibre y a su propia intuición.

A sus 23 años Asier Villalibre vive una etapa clave para su definitivo asentamiento en el Athletic. En el año del adiós de Aritz Aduriz, el de Guernica no ha dudado a la hora de heredar el dorsal número 20. Una carga extra para él. Lógica teniendo en cuenta que de la plantilla que maneja Garitano es con diferencia el que más se parece, por condiciones, al jugador. No se trata de un prodigio técnico, pero es esa clase de futbolista que entusiasma a San Mamés. Duro, decidido, buen fajador, entusiasta, con condiciones para el remate (especialmente con su pierna izquierda) y para encajar golpes.

Lo que ocurre es que a Garitano le ha costado jugársela con él. Hasta el momento había participado en la mayoría de partidos de la temporada saltando desde el banquillo hasta que hace dos semanas, ante la visita del deprimente Betis de Pellegrini y con medio Bilbao buscando inquilino para liderar al Athletic, el técnico encomendó su salvación al “búfalo” que hizo trizas la defensa de los sevillanos. Y ya se quedó en el equipo. Ahora recibe al Celta instalado en una titularidad a la que se piensa agarrarse con fuerza. Villalibre sabe que no es sencillo disfrutar de esa clase de oportunidades. Su llegada al primer equipo puede considerarse “tardía” para lo que se estila en las factorías vascas. Para alcanzarlo ha tenido que hacer muchas horas de servicio en plazas complicadas y donde no se sentía a gusto. Con 17 años anotó veinte goles en Tercera División con el Basconia y en las tablillas de Lezama se le señaló como futuro delantero centro del primer equipo. Pero la transición no fue sencilla. Marcó en el Athletic B de Ziganda solo tres goles en 32 partidos y el equipo volvió a Segunda B. Al año siguiente (temporada 2016-17) se estrenó con el primer equipo, pero fue un paso fugaz. De allí salió cedido al Numancia; la temporada siguiente sus destinos fueron el Valladolid y el Lorca. En ninguna plaza se asentaba y volvió a Segunda B con el Athletic B. Un paso complicado, difícil de asumir para muchos, pero que él aprovechó para relanzar su carrera. En el filial rojiblanco anotó 23 tantos y superó por uno el récord que tenía Julio Salinas. Era el pasaporte que necesitaba para presentarse de nuevo en el vestuario del primer equipo. Desde entonces ha marcado cinco goles (entre Liga y Copa) en 19 partidos. Esta temporada solo ha sumado uno, pero su papel en los últimos partidos ha sido determinante. Y si no, que le pregunten a Garitano.