Alejandro Scopelli, al irse del Celta tras la temporada 1956-57, dejaba un equipo bien armado. Se habían producido las bajas de Arranz, Artime, Juan Francisco, Cerda y Monchito, además de los traspasos de Ares al Atlético y Torres al Español. La portería quedaba bien cubierta por un joven Padrón y un novel Manolín. La defensa tenía sus firmes puntales en Quinocho, Villar, Seoane y Cortizo. La nueva junta directiva, presidida por Herrero Montero, la reforzó con Piñeiro, salido de la cantera coruñesa. La línea media quedaba fuerte con Gutierrez y Toni, a la que la nueva junta directiva le añadió un buen jugador, Marín, y a Alvarín en la faceta defensiva y de corte. La delantera seguía firme con Gausí, Olmedo, Mauro, Azpeitia, Tucho Sampedro y Albino, también como comodín para el medio campo, reforzada por Moll, Braga y Vigo. Como entrenador se fichó a Pasarín, que ya había entrenado al Celta.

La temporada no comenzó bien en San Mamés (6-0). Pasarín pretendía implantar un nuevo sistema. Scopelli hacía jugar al Celta arropando el juego de medios para atrás. Pasarín lo hacía con dos medios y Olmedo de enlace con el juego de ataque, siempre dirigido por el gran Gutiérrez. Se había ganado peligrosidad con un Moll que le sabía sacar la fuerza y valentía a Braga. La delantera mejoró más cuando Mauro se acopló al ataque. Hacía de ariete Tucho Sampedro, con sus impecables remates de cabeza. Con un equipo perfilado por Scopelli y con los fichajes realizados, Pasarín solo tuvo que dejar rodar al equipo en ataque para regocijo de ese "periodista" que atacaba a Scopelli por su arropamiento en defensa. Llegó entonces el partido en Las Palmas.

Padrón recordaba cuando Ricardo Zamora le hizo viajar de suplente de Adauto a Barcelona. Era la primera vez que tomaba un avión. Zamora le aconsejó:

- Al igual que se coge un bache de la carretera, así también se mueve el avión. No debe asustarse por el movimiento.

Una advertencia comprensible después de ver el viejo avión Bristol, de dos motores, de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, del que todos se burlaban:

- Mirar aquel cacharro de latón, ¿quién se atreverá a viajar en él?

- Menos mal que nosotros vamos a viajar en un cuatrimotor de la T.W.A que viene de Suiza-, apuntó Villar, que por ser el más serio siempre estaba bien informado. Esta vez no lo estaba.

- Si me dice que tenemos que volar en él, yo no subo a ese avión-, aclaró Otero, que pretendía ser el rebelde de la expedición.

Otero, como el inocente Padrón, cuando llegó la hora de subir al avión de latón, se acomodó en su asiento para un vuelo de dos horas o un poco menos, si había viento de cola. El vuelo transcurría de forma tranquila en una noche oscura y serena sin luna. Pero al poco tiempo del despegue, el bimotor se empezó a mover de forma casi continuada. Zamora intentó tranquilizar al joven portero:

- Estos son los baches de los que le hablé. Así que no se asuste, no pasa nada.

De pronto el avión cayó en un largo vacío de aire. Los equipajes de mano se cayeron sobre las cabezas de los viajeros. El susto, menos para el pasivo Padrón, se dejó notar en los rostros de todos, que cambiaron de color.

- Tienes un mal debut en tu primer viaje en avión-, le dijo Adauto a Padrón, asomándose por detrás del asiento.

Fue entonces cuando el portero suplente comenzó a inquietarse. Luego el vuelo se normalizó. Y fue en el viaje de regreso, en el mismo avión, cuando Padrón cogió miedo a volar. El Bristol no podía aterrizar en Barajas porque no le bajaba el tren de aterrizaje tras intentarlo una y otra vez.

-Vamos a tener que aterrizar de panza, una vez nos aliviemos de la gasolina que tengamos-, dijo Zamora como si hablara consigo mismo.

El silencio y el temor se apoderaron de todos. Sintieron alivio cuando escucharon el ruido que hizo al salir el tren de aterrizaje.

El segundo de los viajes en que Padrón empezó a temer al avión fue el que hizo también a Tenerife y Las Palmas con Scopelli. En estos viajes, como en aquellos en autobús, cuando se cenaba fuera de las ciudades en que se jugaba el partido, Villar siempre se sentaba al lado de Padrón. Al joven no le gustaba el bocadillo con jamón que se repartía en el trayecto, el cual comía Villar. Padrón se pasaba esos viajes a Canarias con la cabeza tapada durante siete horas. Y como el joven portero ni comía ni bebía la pequeña botella de vino que les daban, todo era aprovechado por el magnífico defensa.

El vuelo a Las Palmas había sido monótono para el desconfiado Padrón, que se alertó de forma intranquila cuando el cuatrimotor comenzaba a bajar para tomar tierra. Con los motores a media potencia y bajando, el avión comenzó acelerar para intentar subir y evitar el choque con una avioneta que intentaba remontar vuelo. Padrón pretendía "ayudar" a remontar el vuelo a su propio avión tirando fuertemente para arriba del sillón en el que iba sentado, mientras el aparato volaba en círculo sobre la cumbre del monte para evitar el fatídico choque. El susto fue tremendo y ya repercutió para siempre en el joven guardameta. Tanto que...

- ¡Padrón!, ¿leíste la noticia?-, le dijo Torres, mostrándole el Faro de Vigo.

Padrón se enteró del trágico accidente que el avión de Galicia había sufrido en Barajas. Habían fallecido todos los viajeros.

Scopelli fue el entrenador que más prefería usar el avión cuando las Portillas, la Canda y el Alto de los Lenes estaban cubiertos de nieve. Porque en autobús se luchaba contra esa nieve colocando ramas y viejas gabardinas en las ruedas a fin de no deslizarse a los precipicios cuando había que frenar. Cameselle, el chófer, ponía orden en el tráfico en lo alto de las montañas. A veces se viajaba por Portugal cuando el partido se tenía que jugar por el sur de España.

- Como quiero que todos estemos de acuerdo, viajaremos a Barcelona en coche o en avión según la mayoría-, les dijo Scopelli antes de salir a Barcelona a jugar contra el Español, debido al triste accidente del avión nocturno de Galicia.

El que más y el que menos, sabiendo que al míster le gustaba desplazarse en avión, haciendo de tripas corazón, decidió viajar a su gusto, menos Padrón.

- Yo prefiero marcharme para casa antes que viajar en avión a Barcelona.

- Está bien. Después del entrenamiento se puede marchar a casa, pues la mayoría es la que manda-, le hizo saber Scopelli.

A la salida del entrenamiento, sin comer, Padrón comenzó hacer la maleta para marcharse al pueblo. Estaba completamente decidido a hacerlo e incluso a abandonar el fútbol si se le obligaban a viajar en avión.

- ¡Padrón! ¡Padrón!

Era Villar que lo llamaba para entregarle el billete de tren a Barcelona.

Pues bien, aquel miedo volvía ahora al tener que viajar a Las Palmas con Pasarín. Sin poder dormir la noche antes del embarque, Padrón decidió hacer aquel viaje al lado de Villar y tapándose la cabeza como siempre. Recuerda ahora el anciano guardameta que no se movió una sola vez aquel cuatrimotor, salvo el amplio y ondulado vaivén sobrevolando el mar. Fue la más amplia victoria fuera de casa en Primera hasta esa fecha,1-6. La anunciaron, parando la sesión cinematográfica, todos los cines de Vigo.

Pasarín, llevado por el contento del resultado, le descubrió a Padrón que él tenía más miedo al avión que el portero.

- Si encuentra un barco que vaya para Vigo me avisa, y nos vamos juntos.

Padrón salió corriendo hacia el muelle de Las Palmas en busca del barco "salvador". Allí se encontró con un paisano que controlaba las entradas y salidas.

-Sí, mañana entra y sale el "Alcántara", un trasatlántico inglés de pasajeros que hace la ruta de Inglaterra a Sudamérica.

Manolé, que así se llamaba aquel hombre de tez muy blanca y de poco pelo, liso y rubio, les arregló el pasaje y cambió las pesetas, que no tenían ningún valor a bordo del buque inglés. Pasarín y Padrón se despidieron en Gando de sus compañeros, que volvían a la península en el cuatrimotor. Y aunque se estaba en octubre, se acomodaron en el Hotel Santa Catalina para pasar la noche, dándose Padrón un buen baño en la piscina. Al día siguiente, al atardecer, los dos navegaban felices en el "Alcántara" hacia Vigo. Funchal fue la primera escala que se hizo, donde pudieron contemplar a los nadadores nativos buscar, sumergiéndose en el agua, las monedas que se les tiraba desde el barco. A la mañana siguiente Padrón se encontró con el buque más escorado que nunca y con un viento que hacía gemir lastimeramente toda la arboladura del barco. Era los restos de la tormenta que había hundido al "Palmier", un buque escuela alemán, cerca del estrecho de Gibraltar. Debido al mal tiempo reinante, Pasarín no pudo entrenar a Padrón como hacía todos los días que duró la travesía. Luego se efectuó la última escala en Lisboa. Después de tres días de navegación, jugador y entrenador, con todo el equipo ya en Vigo, desembarcaron en la ciudad.

Fue al regresar de ese viaje y de empatar contra el Atlético Madrid (2-2) que el Celta, siempre en los más altos puestos de la clasificación, empezó a acaparar la atención de todos los medios deportivos con titulares como: "El Matagigantes". Un apodo que confirmaría venciendo a Barcelona (4-0) y Real Madrid (2-1). Los sueños iban a truncarse pronto, sin embargo, en el partido más fatídico de la temporada.