Carlos Mouriño es el presidente de más larga trayectoria en el Celta. El pasado sábado 18 de mayo, justo antes del encuentro contra el Rayo Vallecano que clausuraba la Liga, con la permanencia en la mano gracias al milagro protagonizado por Iago Aspas después de meses de angustia, Mouriño cumplía trece años en el cargo. Un aniversario amargo pese al alivio, en una campaña en la que un sector de Balaídos llegó a entonar en algún momento: "Mouriño, vete ya". Aparecieron pintadas sobre la cristalera de los bajos comerciales: "Mouriño, fora". En ese mismo estadio, en abril de 2016, en la despedida del ejercicio ante el Málaga, con motivo de la clasificación para la Europa League, se desplegaba una pancarta sobre Río: "Grazas, presi". Son los vaivenes del fútbol, que el mandatario conoce bien. Ahora, la Operación Retorno le devuelve la aprobación de muchos de esos aficionados que entendían que Mouriño no ponía el empeño suficiente en la construcción de la plantilla. Elogiado por la estabilidad económica que ha imprimido al club, casi por primera vez en su historia; polémico por los planes comerciales que liga a la entidad y las salpicaduras políticas, el juego sigue mandando sobre todo lo que lo acompaña. El regreso de Denis, Mina, Rafinha y Pape ha despertado el entusiasmo. A Mouriño le llueven ahora los elogios. La pelota, como siempre, será la que dicte sentencia.

Recibido con intriga tras la larga etapa de Horacio Gómez, a Mouriño el descenso, el despido de todos los gestores anteriores en Praza de España y A Madroa y el desnortado proyecto deportivo concebido por Ramón Martínez lo convirtieron en una figura popular. En alguna ocasión recibió abucheos por la calle. El proceso concursal fue el gozne sobre el que giró su gobierno: doloroso, controvertido, pero a la postre exitoso (con sus principales víctimas entre los pequeños y medianos acreedores). Le siguió después la apuesta por la cantera impulsada por Eusebio, la estabilidad y el regreso a Primera con Paco Herrera, el crecimiento con Luis Enrique y el cénit con Berizzo. La posible venta a un grupo empresarial chino inició un nuevo periodo de impopularidad agravado por la ruptura con el preparador argentino. Y como factor constante en este escenario, el ruido alrededor de la reforma del estadio o su alternativa en la ciudad deportiva de Mos, en una guerra de desgaste con el alcalde, Abel Caballero.

Mouriño sabe convivir en apariencia con estas zozobras. Esa gestualidad fría, que le dificulta la conexión con el aficionado, transmite a la vez serenidad (aunque cualquier que haya asistido a una asamblea de accionistas conoce bien su furia). Pero en realidad Mouriño nunca ha sido un presidente de los que se implican al detalle en las menudencias futbolísticas. Aquel niño que, mientras sus compañeros de aula imitaban a los jugadores de la época en el patio de Salesianos, soñaba con presidir el Celta, vuelca mucho más sus energías en los aspectos empresariales e institucionales; en lograr esta estabilidad que impermeabilice a la sociedad anónima deportiva, en la médida de lo posible, a los mucho más volubles acontecimientos deportivos.

Sucede que en esta Operación Retorno confluyen todos los vectores, también el de su querencia por la cantera, de cuyos partidos es asiduo. Para Mouriño, la venta de Denis Suárez y Joselu Matos en los tiempos de miseria constituyó el fracaso más desasosegante, un peaje difícil de aceptar para un hombre acostumbrado al éxito y a imponer su voluntad. Mina o Pape ya fueron traspasos de otro cariz, pero como en el caso de Rafinha, ser capaz de acceder a jugadores que hasta hace poco no podía costear, manteniéndose dentro de un controlado tope salarial, ha de constituir para él una íntima satisfacción. Lo prueba el mensaje colgado en su cuenta de Twitter por su hija Marian, la más próxima a sus pensamientos: "Horas de trabajo, de ilusiones, de disgustos, de tirar la toalla, de recogerla y seguir intentándolo, si no lo vives no lo entiendes.. Pero ante todo nunca deja de soñar. Gracias, presi, por seguir soñando con un Celta de Primera".