El calendario del Celta de Vigo hacia la permanencia ha puesto al Atlético de Madrid en el camino. Ambos, viejos conocidos en LaLiga, se han enfrentado más de un centenar de veces en Primera. Un duelo de máxima categoría que desde 1940, salvo contadas excepciones, se ha repetido año tras año y que en la historia del fútbol en España ha escrito uno de los capítulos más curiosos que se recuerdan. Un episodio en el que se mezclan errores arbitrales y política.

Todo ocurrió en 1974. Se celebraba la vigésimo segunda jornada del campeonato cuando un Celta necesitado de puntos, luchaba por evitar el descenso, recibía en Vigo a los rojiblancos con la confianza de repetir las victorias conseguidas, también en casa, ante Real Madrid, Granada, Zaragoza o Málaga. Los de Mariano Moreno se habían hecho fuertes en Balaídos, pero un grave error arbitral terminó con aquella buena racha.

La fortuna había abandonado a Eusebio, portero del Atlético, a los once minutos de empezar el partido. En el intento de desviar un disparo de Castro anotaba un gol en propia puerta y ponía por delante a un conjunto local que, lanzado, mantenía contra las cuerdas a los visitantes. Hasta que apareció el árbitro Pedro María Urrestarazu Elordi.

Celta - Atlético: el escándalo

El cronómetro de aquel Celta - Atlético de Madrid marcaba el minuto veintidós y el colegiado de Barakaldo pasó por alto un clarísimo penalti. "Jiménez entró desde la izquierda", escribía la crónica de aquel día publicada por FARO, "y Melo, dentro del área, levantó los brazos en cruz para hacer pantalla. El balón fue desviado por uno de ellos con meridiana claridad. La pena máxima era evidente pero el señor Urrestarazu la pasó por alto en medio de una gran bronca. Y la descarada parcialidad del trencilla pesó como una gigantesca losa en el posterior desarrollo del encuentro".

Desde ese instante, Urrestarazu perdió por completo las riendas del encuentro, pitando contra el Celta las faltas que fueron del Atlético y, contra los rojiblancos, las que hicieron los vigueses. "Como el campo estaba mal", describen los cronistas de la época, "se inventó las infracciones que le vinieron en gana, dañando a unos y a otros, pero más a los gallegos". De hecho, el Celta perdió la concentración y abandonó el partido y en menos de cinco minutos encajó dos goles que le daban la vuelta al marcador antes del descanso. Un tercer tanto en el segundo tiempo y el mal arbitraje de Urrestarazu hicieron estallar a Balaídos.

A tres minutos del final, las gradas de Tribuna y Preferencia se descolgaron lanzando almohadillas al campo, como repulsa por la actuación Urrestarazu y el colegiado vizcaíno optó por suspender el partido en ese momento. Una lluvia de almohadillas le siguió hasta los vestuarios, entre gritos y voces de protestas. "Un suspenso terminante para los tres árbitros", escribían en el diario AS , "porque entre todos se encargaron de estropear un partido que había comenzado bajo los mejore auspicios y que ellos estuvieron a punto de convertir en una lucha callejera".

Celta - Atlético: el capítulo político

Que el Celta - Atlético de Madrid de esa jornada no contase en las quinielas fue, quizá, el menor de los males para el trío arbitral y el menor de los problemas para Urrestarazu que, protegido de la lluvia de almohadillas en los vestuarios del antiguo Balaídos, no era consciente de la tormenta política que había iniciado con el final prematuro del encuentro.

El entonces alcalde de la ciudad y delegado en Vigo del Gobierno, Antonio Ramilo, firmó ese mismo día un decreto municipal en el que le imponía una multa de 10.000 pesetas al árbitro "por haber contribuido directamente a la creación de los incidentes registrados durante el desarrollo de dicho encuentro en el Estadio Municipal de Balaídos".

Urrestarazu, que no estaba dispuesto a pagar una sanción que equivaldría a un sueldo medio hoy en día presentó inmediatamente un recurso contra la sanción pues entendía que el regidor vigués estaba excediendo las funciones de su cargo, pero el recurso no prosperó. Por suerte para el árbitro, y tres meses después del partido, el gobernador civil de Pontevedra, Fernando Pedrosa Roldán, levantaba la sanción impuesta y el vasco saldría impune tras su penosa actuación en Balaídos.

No sería la única que sufrió el Celta hasta el final de una agónica temporada. Caería ante el Castellón mientras la afición coreaba "tongo, tongo" y también ante el Murcia. Esta derrota fue quizá más humillante pues Antonio Rigo -árbitro de la final de Copa de 1968 entre Real Madrid y Barcelona, conocida como la final de las botellas- "se convirtió" en un jugador más de los murcianos al expulsar a dos celestes: Juan Aparicio y Fernández Armado.

Pese a todo, el Celta acabó decimoquinto la temporada y logró eludir los puestos de descenso, si bien es cierto que el equipo no duraría mucho en la máxima categoría porque al año siguiente, en otra campaña rodeada de polémicas arbitrales, bajaría a Segunda. Aún no eran tiempos de VAR.