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Aspas resurge al Celta en una tarde inolvidable en Balaídos

En su regreso al equipo, Aspas lidera la conmovedora remontada de un Celta que en el descanso perdía 0-2

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Iago Aspas es el Celta. El mejor futbolista que ha vestido su camiseta, el que mejor ha conectado con la grada, el que nunca se irá de la memoria de su gente y cuyas actuaciones los aficionados contarán a sus nietos con los ojos llenos de lágrimas. Llegó a la vida del primer equipo con un célebre doblete que evitó una tragedia mayúscula hace más de diez años y ayer obró un nuevo milagro para dar vida a un equipo que en el minuto quince de la primera parte solo estaba pendiente de fijar la hora de su funeral. Pero en una segunda parte loca, convertida en una catarata de emociones, el Celta protagonizó una colosal remontada que le impulsa en la pelea por la permanencia y le conecta de nuevo con una grada que se entregó para hacer realidad lo que en el descanso parecía un imposible.

Y Iago Aspas fue la mecha que lo prendió todo, que hizo arder Balaídos como en las grandes tardes. Tres meses después de lesionarse, tras dejar al equipo huérfano de su talento, el delantero activó al equipo y dio la razón a quienes rezaban por su vuelta. Él representaba la principal esperanza de la temporada, la última rama a la que el Celta se agarraba para no verse engullido por el pantano que amenazaba con tragárselo. Todo estalló con un golazo de falta directa en el minuto cincuenta. A su toque de corneta acudió casi todo el mundo. Lobotka, Brais, Maxi -que volvió a marcar tras meses de sequía- se amarraron a la cintura de Aspas y sin demasiado fútbol, pero con cuatro ideas claras, apretaron a un Villarreal que fue reculando presa del miedo y que cuando se quiso dar cuenta se vieron con una fiera hincándole los dientes en el cuello.

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Pero todos los espíritus que en las últimas horas se invocaron desde el celtismo se hicieron realidad en el segundo tiempo gracias al talento infinito de un chico nacido en Moaña. Boufal, bullanguero y fallón como acostumba, provocó una falta al borde del área tras un buen quiebro. Aspas tomó la pelota y ejecutó un lanzamiento imposible para la estirada de Asenjo. Aquello fue el chispazo que necesitaba un Celta que se enredó de forma innecesaria en defensa en un par de salidas del balón que a punto estuvieron de provocar el colapso de Escribá en el banquillo.

Pero a los vigueses les había cambiado la mirada y Aspas intervenía en casi todas las jugadas de ataque. Y el moañés es mucho más que un definidor, que un simple un animal de área. Generó desorden en el rival y le dio un sentido al juego que hasta entonces no existía. Por puro contagio fueron apareciendo más futbolistas. Lobotka, que empujó al fin, Brais y sobre todo Lucas Olaza. El lateral uruguayo fue una de las grandes noticias de la tarde. Su segunda parte fue gigantesca. Con Boufal metido dentro, Escribá le entregó la banda izquierda por completo. Cumplió en defensa, pero en ataque puso cuatro o cinco centros cargados de intención y calidad. Era extraño que Maxi Gómez no cazara alguna. El delantero, seco desde enero, ha sido una de las grandes víctimas de la ausencia de Aspas. Pero el último envío de su compatriota desde el costado no lo perdonó.Sacó un cabezazo inapelable al que Asenjo no pudo responder.

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El empate podía parecer un resoro teniendo en cuenta de la ruina de que venía el equipo. Pero ya era tarde para cálculos y pensamientos en frío. La fiera se había desatado y el Celta vio una enorme oportunidad en el temblor que le había entrado al Villarreal que ya no encontraba a Cazorla y a Iborra como en el primer tiempo. Mordía al fin el Celta en busca del robo, se emplearon los defensas en la anticipación. Recuperar rápido para acelerar las llegadas al área. Brais avisó en un remate que sacó Asenjo con una gran mano. Y en la siguiente jugada, a menos de cinco minutos para el final, llegó el delirio. Robo, combinación rápida y derribo a Brais de Víctor Ruiz. En una tarde como ésta nada resulta sencillo. El VAR entró en escena para ver si había fuera de juego previo que anulase la pena máxima. Segundos de tensión, histeria casi, grito contenido cuando el colegiado extremeño señaló el punto de penalti. Iago Aspas jugueteaba con el balón como ajeno a la trascendencia del momento. Y con todo el estadio conteniendo la respiración, en esos momentos que distinguen a los futbolistas grandes, colocó la pelota junto al palo izquierdo de la portería de un Asenjo que caía resignado en la dirección opuesta. Restaba el descuento en el que el Celta apretó los dientes con la ayuda extra de Cabral que irrumpió en escena para ese instante final. Y resistieron los de Escribá las últimas embestidas mientras Iago lloraba en el banquillo. De rabia por no haber estado, de felicidad por el triunfo, de agradecimiento a su gente. Acababa de resucitar a un muerto, pero en ese momento no era más que el niño de Moaña que soñaba con jugar en el Celta.

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