Iago Aspas es la mejor terapia posible para un equipo sostenido con pinzas y que ha pulsado el botón de reinicio de la temporada a finales de noviembre. Un evidente riesgo minimizado por la presencia del delantero moañés gracias a su capacidad y talento para inclinar partidos mientras el plan de Cardoso coge cuerpo. Dos goles de Aspas le dieron al portugués su primer triunfo como entrenador del equipo vigués. Victoria imprescindible, en absoluto exhuberante, ante el Huesca, colista de la Liga, que generó enormes problemas en el primer tramo del partido y que sembró de inquietud a la grada y de miedo a los jugadores antes de que el equipo vigués se hiciese con el control del partido y el ingenio de Aspas lo cerrase con dos goles que premiaron a un grupo en el que se advirtió una idea de juego más concreta, pero también un largo camino por recorrer.

Los primeros veinte minutos fueron un dolor. Al Celta, víctima de su angustia, se vio desbordado por la intensidad y presión del Huesca. Los de Cardoso se limitaron a sobrevivir en ese arranque en el que se repetían errores conocidos y donde el naufragio de jugadores como Jozabed o Juncá resultaban alarmantes. Disparó Gallar en la primera ocasión y poco después Rivera cabeceó desviado en el área pequeña un gran centro de Moi Gómez. La jugada que pudo haber cambiado el partido. El Celta se vio solo en ese momento, desamparado, sin fútbol y con un ruidoso sector de la grada más pendiente de la censura a los suyos que de regalar un aplauso revitalizante. Fue precisamente una acción en la que el público reprochó un saque de falta en corto de Costas cuando cambió el ambiente en Balaídos. En el entorno y en el campo. Como si aquello hubiese activado un interruptor apareció en escena una versión mejorada y más coherente del Celta que en el minuto treinta de partido concedió al Huesca su último disparo entre los tres palos en todo el partido. Ya no volvieron a poner a prueba a Rubén (gran novedad en la alineación titular). Hay muchas razones para ello al margen de las evidentes limitaciones del colista de Primera División. La principal fue el orden. A diferencia de otros momentos de la temporada el equipo nunca llegó a descomponerse que era la forma que tenían de responder ante cualquier adversidad. Aquel espantoso "sálvese quien pueda" que convertía al equipo en una inconexa guerra de guerrillas no se produjo en esta ocasión. El Celta fue rearmándose. La defensa evitó problemas en la salida de la pelota y ganó firmeza tras el tembleque inicial, Okay se hizo dueño de su sector y Boufal, que firmó 45 minutos muy notables, se encargó de estirar al equipo con su habilidad para el uno a uno. El marroquí estuvo en casi todas las opciones viguesas del primer tiempo.

El espaldarazo llegó en el momento en el que el Celta consiguió reunir en una jugada a su particular "Santísima Trinidad". Fue en una rápida reorientación del juego de Okay hacia la derecha. Mallo, a quien se nota que ha agradecido el descanso de las últimas semanas, buscó a Brais quien, pese a estar cerrado y de espaldas, encontró la forma de devolverle el balón en condición de ventaja. Un ingenio técnico que puede pasar inadvertido, pero en el que está la clave de la jugada porque nadie del Huesca esperaba semejante ocurrencia. El lateral, que venía lanzado, encontró el regalo del internacional español y puso el balón a Aspas para que empujase a la red. Mallo-Brais-Aspas son una postal en sí mismo. Con la perspectiva de los años su imagen será el resumen de todo este tiempo.

Con el gol en el zurrón el Celta dio un respiro de alivio e inició una inercia positiva que le permitió manejar con tranquilidad todo lo que vendría a continuación. Con el respaldo del marcador todos los jugadores dieron un paso adelante. Incluso Juncá y Jozabed, que fueron los que habían arrancado con mal pie, ganaron fe y aportaron al juego. Solo faltaron Brais -penalizado por el hecho de verse arrinconado en la banda con el 4-4-2- y Maxi Gómez, que no acertó en casi ninguna de las decisiones que tomó. Algo que se hizo especialmente evidente en el segundo tiempo cuando el Celta se replegó un poco para atacar con el espacio que le ofrecía el Huesca tras cada recuperación. Fueron los minutos en los que en otro momento el equipo de Cardoso podría haber abierto en canal a su rival, pero no acertaban con la última decisión. Faltaba un instante de pausa, de frialdad para elegir bien.

Aquello podía haber tenido peores consecuencias, pero por fortuna el Celta se compactó en defensa y evitó cualquier esperanza a un Huesca al que cada vez le costaba más replegar. El partido estaba para liquidar, algo que no sucedió hasta que Iago Aspas volvió a aparecer. Hjulsager -que había entrado por el agotado Boufal- le lanzó en largo contra Akapo. El defensa y el moañés pusieron sus inquios al límite en una carrera feroz de cincuenta metros y con más de 75 minutos encima. La musculatura de Aspas aguantó mejor y las costuras de Akapo saltaron por los aires en pleno duelo. El céltico se encontró mano a mano con Jovanovic y lejos de sentir que sus pulsaciones de aceleraban resolvió con la calidad y sangre fría de los delanteros grandes. Amago con la izquierda y remate fugaz con la derecha. Un genio.

Tras este segundo gol y el Huesca con diez (ya había hecho los tres cambios cuando se produjo la lesión de Akapo) el partido quedó cerrado tras la entrada de Beltrán por Brais. Ya no hubo nada más porque el Huesca no tenía fuerzas ni espacios para soñar con acercarse a Rubén. La duda estaba en si el Celta conseguiría hacer más grande la diferencia en el marcador, pero su instinto asesino se había marchado al banquillo.