En el jardín de A Saleta solo se escuchan dos sonidos: la sinfonía coral del canto de los pájaros y, cada cierto tiempo, los tañidos pausados y melancólicos de la campana de la iglesia de San Vicente de Nogueira. En este espacio húmedo y cerrado, hasta la melodía de los teléfonos móviles parece sonar más baja que en el reino del asfalto.
“Los seres humanos necesitan conectarse otra vez con la naturaleza, y hacerlo desde niños”, afirma Silvia Rodríguez Coladas, que junto a su madre, Blanca Coladas Carballosa, lleva años mostrando a los amantes de los jardines botánicos el sueño inglés en que se ha convertido A Saleta.
La finca tiene una superficie de 20.000 metros cuadrados, en los cuales crecen 2.000 ejemplares de árboles y arbustos, pertenecientes a 800 especies diferentes. Solo de camelias, hay 230 variedades. Menos de la Antártida, en A Saleta hay plantas de todos los continentes. Sin embargo, la magia de este vergel ubicado en el rural de Meis no radica en los números, sino en su frondosidad y, más aún, en su aspecto silvestre y natural, típico de los llamados jardines de estilo inglés.
Además, algunos de los ejemplares que se encuentran en esta finca son verdaderas rarezas en Galicia, como las telopeas de Nueva Gales del Sur; un madroño centenario que pasa por ser el de mayor envergadura de Galicia, con su tronco de tres metros de diámetro; un madroño híbrido que cuando llueve adquiere un tono rojizo; la camelia Nitidissima, originaria de China y Vietnam, que ha tardado 30 años en dar su peculiar flor amarilla; o la Williamsii Julia Hamister, que da una flor de un rosa tan pálido que es casi blanco. Es una de las preferidas de Silvia Rodríguez. “Es la delicadeza hecha camelia”, dice ella.
Un jardín inglés
En Galicia predominan los jardines de estilo francés: en ellos, las plantas están podadas sin que sobresalga una hoja sobre otra; los pasillos son anchos y regulares; la vegetación es domada y convertida en dibujos geométricos; cada planta vive confinada en la cuadrícula que le asignó el paisajista.
El de A Saleta, sin embargo, es uno de los pocos de Galicia de estilo inglés. Casi no hay caminos trazados, y los que hay están cubiertos por una alfombra de hojas y ramas secas; a poca distancia de un delicado camelio chino florecen los tojos; la vegetación es tan espesa que en algunos lugares la luz entra a regañadientes...
“Las flores y las hojas son el alimento del jardín, lo mejor es dejarlas estar”,
El jardín inglés no es un bosque silvestre, y demanda igualmente cuidados; pero la concepción del espacio es completamente distinta. “Las flores y las hojas son el alimento del jardín, lo mejor es dejarlas estar”, cuenta Silvia Rodríguez mientras camina por este vergel creado hace 60 años por un inglés jubilado.
Robert Gimson
Lo que hoy es el pazo de A Saleta es del siglo XVIII, y empezó siendo una casa de labranza, que se conoció en sus orígenes como “A casa das Abellas” o “Granja Pilarita”. Ubicado en un paraje rural del municipio de Meis, perteneció a diferentes familias nobles y burguesas de las comarcas de O Salnés y Pontevedra, hasta que en 1964 compraron la propiedad el matrimonio de ingleses jubilados formado por Robert y Margaret Gimson.
Robert Gimson había sido directivo de una empresa textil, y encontró en Meis un lugar tranquilo y silencioso en el que dar rienda suelta a su pasión por la botánica. Escribió a viveros, coleccionistas y exportadores de plantas de todo el mundo, y empezó a plantar en el jardín de A Saleta semillas procedentes de China, Australia, Sudáfrica, Estados Unidos…
Gimson no plantó al azar, sino que encargó el diseño del jardín a Brenda Colvin, una prestigiosa arquitecta paisajista británica nacida en la India. Ella nunca estuvo en A Saleta, pero su diseño puso los cimientos de uno de los principales jardines botánicos privados de España, según la Unesco, y que ostenta desde 2018 el título de Excelencia Internacional en la Camelia.
El jardín fue diseñado por Brenda Colvin, una prestigiosa arquitecta paisajista británica
Con los “ingleses”, crecieron en Meis cientos de árboles y arbustos que nunca habían sido vistos en Galicia. Gimson se levantaba temprano y dedicaba casi todo el día a cuidar sus plantas, a clasificarlas y etiquetarlas. Un esfuerzo gigantesco que interrumpiría su prematura muerte en la década de los 80.
Sin él, el incipiente proyecto botánico corría el riesgo de terminar diluyéndose. Margaret Gimson no quería vivir sola en una propiedad tan grande, y la dividió en cuatro partes para que le resultase más fácil venderla.
La fortuna quiso que fuese la familia Rodríguez Coladas la que compró la parte donde se encuentra el corazón del jardín.
Abre al público
La familia Rodríguez Coladas adquirió su parte de la finca en 1996. El pazo estaba en ruinas y llovía dentro de la capilla, pero ellos no se amilanaron. Rehabilitaron las construcciones con un respeto casi sagrado por sus formas originales, hasta el extremo de que reaprovecharon todo lo que era aprovechable: con los postes de piedra de un antiguo viñedo levantaron un sorprendente torii japonés (un arco de carácter sagrado); unas puertas viejas dan lustre a la leñera; y con los hierros de la cama de Margaret Gimson hicieron el “Banco de Magritte), una delicia que preside la Pradera del Té, un oasis luminoso situado entre camelios.
El jardín forma parte de la bella Ruta da Camelia y alcanzó el título de Excelencia Internacional
Pero los Rodríguez Coladas no se limitaron a conservar y recuperar lo que había, sino que también contribuyeron al crecimiento del jardín. Siguieron plantando, hasta duplicar el número de ejemplares y especies que crecían, pero sin traicionar la esencia silvestre y espontánea del bosque original. Abrieron la propiedad a las visitas, y gestionaron su ingreso en la Ruta da Camelia y en el selecto club de los jardines de Excelencia Internacional.
La finca actual está repleta de rincones íntimos llenos de encanto, como el Jardín Escondido, en cuyo interior se encuentra el fotogénico camelio del día de San Valentín.
Hoy, A Saleta ya lleva más de un año sin visitas por el coronavirus. Pero la naturaleza sigue su curso, viviendo a su aire.
Coloridos frescos y el retablo original en una capilla que se abre a los vecinos en Pentecostés
El primer propietario de la finca conocida hoy como de A Saleta fue Matheo Pérez de Caamaño, un abogado con residencia en Cambados que recibió la propiedad en herencia en 1721 y levantó allí una casa. La capilla fue edificada por uno de sus descendientes, y se construyó entre 1863 y 1870.
Está dedicada a la Virgen de A Saleta, que era muy popular en aquellos años, pues la Iglesia había anunciado que en 1846 la Virgen se le apareció a dos niños en La Salette-Fallavaux, una pequeña población montañosa francesa.
Cuando la familia Rodríguez Coladas compró la casa, las termitas ya habían devorado por completo el coro, y empezaban a hacer lo mismo con el retablo. La restauración lo impidió. La capilla mantiene el suelo original, hecho con descoloridos adoquines de barro cocido, y unos deslumbrantes frescos pintados a mano alzada en tonos azules y salmón, muy poco comunes en Galicia, donde las paredes de las capillas acostumbran a estar encaladas o con la piedra a la vista. Otra de sus singularidades es que posee sacristía.
El retablo lo preside la Virgen de A Saleta, y en la parte posterior hay una imagen de la Merced, procedente del monasterio de Poio, puesto que antiguamente eran monjes mercedarios los que oficiaban la misa de A Saleta en Meis. En el centro de la nave se conserva el escudo de los Cardacid, y en un lateral se aprecia la réplica de un barco, exvoto de un pescador que pagó con ella una ofrenda a la Virgen.
Los Rodríguez Coladas electrificaron el templo y pusieron los bancos. Todos los años, abren la capilla a los vecinos el día de la fiesta de A Saleta, que en San Vicente no se celebra el 19 de septiembre, sino el Domingo de Pentecostés. En 2020 no hubo misa por primera vez en más de dos décadas debido al COVID. Este año cuadra el 23 de mayo. Cuando se aproxime la fecha, se decidirá qué hacer.