Si el mítico Ragnar Lothbrook, cuya vida se recoge en la serie "Vikings", levantase la cabeza once siglos después de su muerte en un foso lleno de víboras se quedaría sorprendido con que en un pequeño pueblo muy al sur de sus tierras escandinavas todavía se sigan escenificando los ataques de los vikingos que comandó. Lo que es difícil es que se sintiese muy orgulloso de esos guerreros, porque furia bélica más bien mostraron poca ya que sus esfuerzos estaban más centrados en mojarse el gaznate con tinto do Ulla para aplacar el tremendo calor que ayer azotó a las Torres do Oeste de Catoira.

Desde que se estrenó la serie, la estética de la Romaría Vikinga, declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional, ha ido tomando fuerza en la misma. Apenas quedan cascos de guerreros con cuernos, pero sí abundan los peinados con rapados arriesgados y trenzas infinitas, tanto en los vikingos como en sus compañeras valkirias que participaron en el ataque a las Torres.

Al igual que en los últimos años, la flotilla vikinga pronto se echó al mar. Cinco barcos, dos drakkar, un galeón de Catoira, otro de A Illa y un tercero de Carril se llenaron de feroces guerreros para atacar las torres defensivas construidas por la Mitra compostelana para evitar el remonte del río Ulla. Durante más de dos horas permanecieron en el horizonte, amenazantes, con sus velas desplegadas a la espera de que las fuerzas de defensa, formada por unas 30.000 personas llegadas desde diferentes puntos del Estado, e incluso, el extranjero, aguardaban impacientes por la escenificación, soportando un sol y un calor de justicia. Muchos de ellos no tenían muy claro lo que iba a pasar, y no dudaban en preguntar al de al lado para encontrar un dato esclarecedor que les animase a continuar aguantando el intenso calor en primera línea de desembarco o salir huyendo hacia las escasas zonas de sombra. Muchos de los visitantes veteranos ya optaron directamente por contemplar el desembarco desde el puente interprovincial de Catoira, una atalaya espectacular, y a la sombra, para no perderse ni un solo detalle del combate.

Mientras los barcos se decidían a acercarse, en las aguas del Ulla ya había un nutrido grupo de vikingos que aguardaba a sus compañeros en tierra, probablemente tras quedarse en Catoira una incursión anterior de los escandinavos. Ellos fueron los primeros en animarse a probar la temperatura del agua del río Ulla, pero no fueron los únicos, ya que más de un defensor se atrevió a bañarse con ellos para refrescarse. Los vikingos de tierra aprovecharon el lodo del río para pintar sus caras y ofrecer una imagen más agresiva, imagen que se complementó con el tinto do Ulla que, de vez en cuando, volaba por el aire sin previo aviso.

Poco a poco, con remos y a motor por el escaso viento reinante, los barcos comenzaron a enfilar hacia la zona de As Torres, escoltados por una multitud de embarcaciones de recreo y por la lancha de la Guardia Civil, que no daba abasto a sacar de en medio a muchas de ellas. Más de una estuvo a punto de ver como la proa de un drakkar le pasaba por encima mientras trataba de hacerse el selfie más bonito de la fiesta. Hubo suerte, los patrones vikingos conocen su trabajo y lo evitaron por los pelos.

Cuando los 30.000 defensores ya pensaban que se iba a registrar el desembarco, vieron con sorpresa como cuatro de los cinco barcos giraban a escasos metros de la playa para pasar de largo, en una maniobra de distracción habitual y que conlleva un viaje hasta la isla do Rato, un pequeño islote situado en el cauce del Ulla al que los vikingos viajan para prepararse antes de la batalla. Antes lo hacían con fuego, pero Medio Ambiente decidió que igual no era lo más adecuado y lo prohibió, por lo que ahora se limitan a realizar pequeños ritos previos a la lucha.

Ya en el regreso, llegó el momento del ataque. La táctica militar empleada dejó bastante que desear, escalonada y con mucho tiempo de demora entre barco y barco, lo que, sin duda, les hubiese costado un disgusto a los vikingos si las 30.000 almas que aguardaban en la playa tuviesen una actitud más hostil. Tan solo uno de los barcos optó por otro punto de desembarco, en la única acción táctica lógica cometida ayer por los vikingos, ya que les permitió desarbolar a las huestes defensivas con un movimiento de pinza, sorprendiendo por la espalda a los defensores.

Resbalones en el barco, chapuzones inesperados y algunas dificultades para mantener la estabilidad al tocar tierra, gritando sin parar "Úrsula", fueron la tónica general antes de desatarse la batalla, que este año fue más calmada de lo habitual, quizás porque las temperatura no invitaba a hacer esfuerzos innecesarios. Mazos enormes, espadas de mayor o menor tamaño y hachas de doble filo formaban parte del atuendo de todos los que trataban de desembarcar.

La atención del público se fue trasladando hacia el anfiteatro, donde los vikingos pronto organizaron una competición en la que volaron espadas y vino, mostrando su lado más agresivo, especialmente una valkiria, que se fue deshaciendo de todos los oponentes que se le pusieron delante, hasta alzarse con la victoria. El vino tinto del Ulla comenzó a correr a raudales entre los vikingos, pero también entre aquellos del público que se encontraban más próximos.

Mientras se desarrollaba este espectáculo, la mayor parte del público optó por abandonar la zona y dejar a los vikingos disfrutar de su día, mientras otros se refugiaban en las zonas de sombra próximas para comer y observar de lejos como las hordas escandinavas iniciaban su carrusel de destrucción, este año, bastante más limitada y menos feroz que en otras ocasiones, aunque igual de espectacular para el espectador primerizo.