Gumersindo Cela Otero adoraba los animales. Y cuanto más exóticos fuesen, mejor. Miles de personas que durante dos décadas pasaron por la carretera de Vilagarcía a Pontevedra han visto en algunas ocasión las enormes avestruces que este empresario natural de Meis criaba en una finca suya de Vilanoviña, situada cerca del río Umia y del puente de Baión.

Gumersindo Cela tuvo en su casa grandes aves tan poco frecuentes en Galicia como los pelícanos o los ñandúes, y hace unos veinte años se hizo con los primeros ejemplares de avestruz, tras comprárselas a un granjero de Lugo que comercializaba la carne y la piel del animal. Para Cela Otero las avestruces nunca fueron un negocio, aunque sí que consideraba su carne como un plato delicioso, y también apreciaba mucho el sabor de los huevos.

Este empresario llegó a tener hasta nueve ejemplares al mismo tiempo - al llegar la primavera los machos se aparean con varias hembras- y era un buen amigo de otros criadores de la zona, como el propietario de un restaurante de Caldas de Reis cuya especialidad es precisamente la avestruz.

Tenía una incubadora

Gumersindo Cela Otero dedicaba mucho tiempo y esfuerzos a criar estas aves, que a menudo compartían el espacio de la finca de Vilanoviña con otros animales exóticos, como un cerdo indio o conejos de varias razas. Llegó a tener una incubadora para los grandes huevos del ave y no escatimaba ni tiempo libre ni dinero en el cuidado de los polluelos.

Una de sus hijas, Begoña Cela, cuenta que “a mi padre siempre le gustaron los animales”, y que los cuidaba por “afición”. El hombre falleció hará en junio cuatro años, y durante los últimos meses fueron muriendo las últimas avestruces.

Ahora ya no queda ninguna, y muchas personas que circulan por la carretera de Vilagarcía a Pontevedra notan que falta algo en esa bonita finca de la recta de Vilanoviña.