Si hay una lección que nos recuerda constantemente esta pandemia es que ningún territorio puede declararse “paraíso” libre de COVID-19. Galicia está siendo una de las comunidades peninsulares menos castigadas: concentra el 5,7 por ciento del censo de España y solo el 1,90% de los fallecidos. Sin embargo, el ejemplo de la vecina Asturias, con una población casi tan dispersa como la gallega y algo más envejecida, nos enseña que la situación epidémica es susceptible de empeorar en cualquier momento. Y estamos menos protegidos ante una nueva ola: solo el 4,5% de los gallegos pasó la infección, frente al 9,9% de la media española.

Para Galicia, con más de 30.000 entidades singulares de población, la dispersión es una teórica ventaja en cuanto a la contención del virus, como señalaba a FARO en marzo Carlos Ferrás, profesor de Geografía Humana y experto en Demografía de la Universidade de Santiago. Sin embargo, localidades remotas y poco pobladas –como A Rúa y otras de la comarca de Valdeorras– han estado bajo vigilancia especial en las últimas semanas.

A favor ha jugado también la anticipación de las medidas. Aunque ahora sabemos que hubo casos e incluso sospechosos de COVID en las UCI en enero –así consta en la serie histórica que figura en la web del Ministerio de Sanidad–, la primera confirmación en laboratorio de una infección data del 3 de marzo. Galicia fue, así, una de las últimas comunidades en detectar el SARS-CoV-2 en su territorio. Ese 3 de marzo Madrid registraba oficialmente 56 casos, 5 en cuidados intensivos, y se confirmaba el primer fallecido en España: un hombre que murió el 13 de febrero en Valencia. Había tiempo para actuar. Ya el 1 de marzo el Sergas anunciaba que reforzaba el material hospitalario por vía de emergencia. El 4 de marzo, un mes después de que España se estrenase con el coronavirus, la Xunta informaba del primer caso, un madrileño de 49 años que había viajado a A Coruña. Su estado era “grave pero estable”. El 12 de marzo se suspendían las clases, se restringían fiestas y ferias y se tomaban medidas de protección en los centros de mayores. Y el 11 de marzo, tres días antes del estado de alarma, se producían las primeras cancelaciones de actos culturales.

La primera ola se cerró con 619 fallecidos, que recibieron un sencillo pero sentido homenaje el 13 de junio. La comunidad pasó casi dos meses sin decesos, del 10 de junio al 6 de agosto, y ese oasis temporal permitió celebrar las elecciones autonómicas el 12 de julio. El 19 de junio se verificó en el Hospital do Barbanza de Ribeira el primer brote de la segunda ola, cuyo origen fue una persona asintomática que volvió a Galicia desde Brasil. Pero el gran brote de esta segunda oleada fue el de A Mariña, cuyo origen se situó en torno a la noche de San Juan, y que obligó al confinamiento de la comarca lucense y no se dio por controlado hasta el 20 de agosto.

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El 10 de noviembre Galicia superaba el umbral de los mil muertos, y el 4 de diciembre se contabilizaban ya más fallecidos en la segunda ola que en la primera. Con ese preocupante bagaje se afrontaba en la comunidad gallega el crucial examen de las fiestas navideñas.