A Estrada acaba de perder a uno de sus vecinos más longevos: el vecino de Pardemarín José Muras Rozados, de 104 años. Los había cumplido el 1 de diciembre. El miércoles falleció mientras dormía. Es el consuelo que le queda a su familia, que ya echa de menos su carácter alegre, "retranqueiro" y "bromista". Mantuvo la lucidez hasta el final, tal vez porque siempre se preocupó de mantener en forma mente y cuerpo. Lo hacía viendo "Pasapalabra" mientras que pedaleaba, sentado. También le gustaba jugar a las damas, al dominó y a las cartas con su familia y adoraba ver "Luar" los viernes y los domingos. Sus nietas María y Luz Pose recordaban ayer, con orgullo y un infinito amor, la "chispa" y la inteligencia que siempre le caracterizó.

Nacido en As Nogueiras de Santa Cristina de Vinseiro, había aprendido a leer, escribir y hacer cuentas de cabeza más de lo habitual para la época porque en su casa vivía una maestra. Al poco tiempo de salir de la escuela, se convirtió en sastre aprendiendo la profesión en O Moucho.

Allí conoció a la que sería la mujer de su vida, Elvira Criado Filloy, con quien superaría los 70 años de matrimonio antes del fallecimiento de ella, hace ya 4 años. En casa de Elvira -recordaba ayer su hija Fina -vendían tabaco. Ella iba a buscarlo a A Estrada por Vinseiro a caballo. Nunca creyó que José -guapo y con porte, ya que medía 1,80- se fijaría en ella. Pero lo hizo y se casaron a los dos años de conocerse.

Para entonces, José ya había afrontado la etapa que más le marcaría en su vida: la Guerra Civil. Recordaba con nitidez momentos muy amargos, en los que tuvo la fortuna de ser uno de los tres únicos supervivientes de un batallón de 80 hombres en el que perecieron 77. Recordaba los nombres de quienes no tuvieron tanta suerte como él y aun décadas después, al esperar despierto a que sus nietos regresasen después de una noche de fiesta, les decía que no lograba dormir a causa de esos malos recuerdos. Él también había sufrido dos tiros en un hombro pero logró sobrevivir. Sin embargo, haber estado en la Guerra Civil le había cambiado: le dio "entereza" para relativizar las cosas y sobrellevar las dificultades.

Al casarse, se había ido a vivir a Pardemarín. Allí, no solo vendía tabaco y repartía el correo sino que ejercía su profesión de sastre a domicilio. Más tarde sería también revisor del autobús de Temes y , posteriormente, se iría embarcado. Lo dejó a los dos años: se mareaba demasiado cada vez que el mar estaba picado. Tras trabajar de albañil en Burgos y posteriormente en una casa de comidas de San Fernando, se iría a trabajar a Canfranc, picando piedra en el túnel de conexión de España y Francia.

Desde ahí regresaría a Pardemarín, a disfrutar del amor de su vida, de sus tres hijos (Fina, Manuel y Luz); y de sus nietos. Le gustaba contarles sus "batallitas" y gastarles bromas. Suscrito al periódico hasta que se suprimió el reparto a través del correo, les pedía a los suyos que le comprasen todos los años O Mentireiro Verdadeiro y O Gaiteiro de Lugo. Así seguía aprendiendo refranes y manteniendo una "retranqueira" lucidez de la que hizo gala hasta el último día.