La remota antigüedad y la regia procedencia de la construcción queda comprobada por la relevante importancia que la comarca de Deza alcanzó durante el periodo suevo, al ser erigida en Condado en el siglo VI por el rey Miro en el Concilio celebrado en la ciudad de Lugo; lo cierto es que desde mediados de la Edad Media, una importante fortaleza perteneciente a la poderosa casa de los Suárez de Deza, se elevó en este lugar, cuya traza todavía se conocía en el año 1953, por unos diseños, hoy desaparecidos, obtenidos poco antes de ser derruida.

Según estos diseños la fortaleza constaba de cuatro torres situadas en los cuatro ángulos de la muralla y de una torre del homenaje muy esbelta, con tres órdenes de ventanas de arcos de medio punto en los pisos superiores. Como a unos veinte metros, un doble recinto construido aprovechando los desniveles del terreno, acrecentaban sus condiciones militares de defensa. Esta fortaleza estaba levantada en un pequeño altozano, al borde de una calzada de origen probablemente romano y después camino para los peregrinos a Compostela. No se conocen hechos destacados de interés histórico, salvo que la torre fue la sede de la Jurisdicción de Deza. En torno a ella se asentaba a mediados del siglo XIX la Guardia Nacional. En sus alrededores era donde se celebraba desde tiempos remotos la feria del día 3 de cada mes y los escribanos aprovechaban para hacer las escrituras a los aldeanos. La torre sirvió desde 1840, de timbre de armas al Ayuntamiento de Lalín, juntamente con el célebre Carballo de Manteiga, soberbio ejemplar de roble, uno de los muchos que entonces poblaban sus alrededores.

En cuanto al monasterio, este se alzaba en el punto en que hoy está situada la Iglesia de Lalín de Arriba, templo que data del siglo XII y que es el que vino a sustituir al del antiguo cenobio. En el siglo X, la condesa doña Adosinda, de la familia del rey Ordoño II de Galicia, señora de las tierras de Lalín, Palmaz, Anzo y otros muchos lugares, después de rendir, durante muchos años, un culto apasionado y fidelísimo a la memoria del que fuera su esposo en los años de su juventud, quiso consagrar su vida de viuda y ya en plena ancianidad, con la fundación de un monasterio en el cual se elevaran diariamente oraciones al señor, por el eterno descanso de su amado esposo y fuera lugar propicio para la santificación de las almas.

Animada de tan santos propósitos, redacta una escritura de fundación -interesante documento, conservado en el Archivo Histórico Nacional, una copia del mismo se guarda en el Archivo de la Catedral de Lugo, estudiado y comentado por el investigador don Buenaventura Cañizares del Rey, que fue cura de Lalín y canónigo de Lugo y Santiago- en el que hace donación de sus bienes para la creación de dicho monasterio, poniéndolo bajo la advocación de San Martín de Dumio, que fue llamado el segundo Apóstol de Galicia, por haber convertido a la fe católica al monarca suevo Carriarico y a gran parte del pueblo que estaba en la herejía.

En este monasterio, que era dúplice, profesaron la condesa doña Adosinda, su sobrina la infanta Velasquita y otros miembros de su familia, sirviendo la iglesia de separación de las dependencias destinadas a los religiosos de ambos sexos. Su fundadora, llevada del deseo de que el culto tuviera todo el esplendor debido, dona objetos preciosos consistentes en ornamentos, cálices, cruces, ornamentos litúrgicos... lo que revela la grandeza de la obra concebida por doña Adosinda.

En los años siguientes a la muerte de la condesa, la codicia de los hombres y la relajación en la disciplina de la Regla, condujeron a este convento a tal grado de postración que en el siglo XII desaparece el monasterio y su iglesia arruinada, fue reconstruida como simple parroquial de San Martín de Lalín, en cuyo estado se conserva en la actualidad. ¿Existía antes Lalín? Las fundaciones monasteriales escogían generalmente para estas edificaciones lugares agrestes, escondidos, alejados de toda comunicación, que pronto se convertían en centros de vida y fuentes de riqueza. Lalín era uno de esos terrenos, situado "entre el río Dezón y el arroyo Bervia", despoblado y del cual no se halla otra mención anterior. El documento de Doña Adosinda expresa con toda claridad que Don Arias fue el primero que edificó en el sitio que surgió el monasterio. El territorio había sido propiedad de los padres de la viuda y ella o quizá sus padres, pusieron al frente de sus tierras a un colono llamado Lalino para que las roturase y las convirtiese en granja o villa, del que tomó su nombre. Lalín, pues, data del último cuarto del siglo X y debe su origen al monasterio fundado y dotado por el Obispo Don Arias y su sobrina Doña Adosinda Gudestéiz, descendientes los dos de los Condes de Deza y de los Condes de Lugo.

Estos dos monumentos por su significación e importancia pueden considerarse como los primeros cimientos de los que más tarde había de surgir la futura villa de Lalín, aunque carece de la prestancia histórica que ostentan otros pueblos, por existir ya como importantes conjuntos urbanos en tiempos muy antiguos, a los que les fueron concedidos fueros y privilegios por los monarcas, algo de lo que Lalín carece.