Sentado en el banco de la cocina de su casa de Cotarelo, en la parroquia lalinense de Goiás, lo más cerca posible del ventanal que lo acerca, sin moverse, al exterior. Sobre la mesa, para el convite, aún guarda un trozo de su tarta su cumpleaños. En ella, un número redondo, el 100, que lo incluyen en la nómina de los vecinos más longevos no solo de Lalín, sino de la comarca de Deza. Es Manuel Cuñarro Villar un centenario de salud envidiable y sonrisa contagiosa.

Su única pega al paso de los años es la pérdida de audición y la merma de sus facultades de movilidad. "De sentido está perfecto", asegura su única hija Manuela, con la que vive y que lo cuida con mil amores. "Estoy yo sola y requiere sacrificio, porque tengo problemas de espalda, pero cada vez que lo miro y lo veo tan bien digo: ´esto es una bendición´.

Manuel nació en Botos el día de San Valentín de 1912 y, precisamente, el amor lo llevó a Goiás. Trabajó en el campo y también de cantero "por toda la provincia de Lugo", matiza el centenario, que no sabría escoger cuál de los dos oficios le gustó más. Como a muchos de su tiempo, también le tocó la guerra. Lucho en el Regimiento de Toledo "tres años, desde que empezó hasta que acabó", una tarea que no pudo eludir y que le provocó en su día "heridas en una pierna", de las que tuvo que reponerse en el hospital. Una vida de trabajo y sacrificio que no le impidió disfrutar durante años de una de sus aficiones, la música. "Toqué la caja en la banda de Penela", recuerda con entusiasmo al venírsele a la memoria sus años mozos, aquellos en los que conoció a su mujer, fallecida hace ocho años.

Ahora su vida es muy distinta, "más tranquila", apunta María Blanco, una de sus nietas –tiene otro, además de dos bisnietos y una tataranieta–. Por las mañanas no madruga. "Me levanto sobre las once", admite, y su gran entretenimiento es asomarse a la galería de su casa para ver el mundo exterior, ése al que su reducida movilidad le impide acceder: "Me gustaría levantarme y poder ir afuera, si fuese capaz, pero no puedo y salgo al pasillo". La televisión "no me interesa, porque estoy cansado de verla". Lo que le gusta es la lectura, sobre todo de revistas. La Pronto es su preferida. "Ahora no ve muy bien para leer las letras, pero mira las fotos, la ojea", apunta su hija mientras le acerca algunos ejemplares.

Es, se podría decir sin miedo a equivocarse, el ´niño´ mimado de la casa. Como a los pícaros, para él su hija tiene siempre a mano un caramelo. "Le encantan", apunta risueña mientras, efectivamente, Manuel saborea uno de ellos. Es un detalle más para endulzar su larga vida, a la que espera sumar, al menos, un año más, aunque preguntado al respecto, basta con dos palabras: "Ay, esodepende...", y un gesto, su dedo apuntando al cielo.