El restaurante Agarimo de Lalín fue escenario, ayer, de una comida muy emotiva. El comedor se quedó pequeño para el homenaje organizado por los antiguos compañeros de trabajo de Antonio Lino Beloso García, un profesional que acaba de jubilarse después de muchos años de trabajo en la antigua oficina lalinense del Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (Iryda) y, también, en las diferentes etapas cubiertas como técnico de la Consellería de Agricultura. En el ágape, cuyo menú estuvo compuesto por un tradicional cocido, estuvo presente una buena representación de compañeros de Beloso, así como la totalidad de sus familiares.

–¿Qué fue lo que le trajo a Lalín desde el popular barrio de O Burgo pontevedrés?

–Reconozco que a Lalín me trajo el amor. Vine detrás de mi mujer, a la que conocí en Pontevedra. Primero monté una academia de formación porque entonces la gente estudiaba y se iba a examinar a Pontevedra puesto que Lalín carecía de institutos.

–¿Por qué decidió trabajar en el incipiente Iryda de aquella época?

–Lo del Iryda surgió cuando se montó la oficina de Lalín, y no tenían personal. Buscaban gente con formación técnica, y como yo soy ingeniero técnico industrial me aceptaron. Recuerdo que en aquella época estaba don Manuel Baena, una bellísima persona, al frente de la sede lalinense. Allí estuve hasta que nos transfirieron a los organismos de la comunidad autónoma, que si no recuerdo mal fuer entre 1976 y 1980. Más o menos.

–¿Cuál era su cometido específico en aquellos primeros años del instituto en Lalín?

–Al tener una formación técnica, me dedicaba a la realización de proyectos y, sobre todo, a la medición de los caminos de entonces. Los primeros años del Iryda en Lalín estuvieron dedicados básicamente a obras técnicas. Recuerdo que había muchos pueblos que no tenían un acceso directo para entrar, por ejemplo, con el coche. Nosotros abarcábamos toda la comarca excepto Silleda.

–¿Por dónde empezó todo ese trabajo de ordenación del territorio?

–Es que eso era lo primero que había que hacer. Se nos encargó una ordenación del territorio porque no había nada hecho al respecto. Empezamos por el saneamiento de todos los lugares, asuntos como la traída de aguas y, como dije antes, ejecutar caminos para que la gente pudiera acceder sin problemas a sus domicilios. Otro tema muy importante fue el de las ayudas para los establos. Te puedo decir que se contaban con los dedos de la mano los establos que existían por entonces en la comarca. Hoy es algo impensable, pero en aquellos años la cosa estaba así.

–Su nombre está, también, íntimamente ligado al Club Deportivo Lalín desde su fundación. ¿Qué recuerda de los primeros años del conjunto rojinegro?

–Yo había jugado en los juveniles del Pontevedra y, después, en el Atlético Pontevedrés. Cuando llegué aquí no había fútbol ninguno. Empezamos a jugar en la que se llamó Liga de la Montaña. Me rodeé de varios compañeros con las mismas inquietudes y fundamos el Club Deportivo Lalín. Recuerdo que me dediqué a buscar gente para jugar y que, también, estuve metido en la elaboración de los estatutos. Incluso fui uno de los que decidió los colores definitivos del club y el escudo que todavía lucen en la camiseta los jugadores lalinistas.

–Sin embargo, hubiera preferido una salida de la entidad menos traumática, ¿no?

–Estuve vinculado como jugador y entrenador en los primeros seis años del club. Después, tuve un pequeño percance con la directiva y me cesaron tras la final del campeonato gallego que perdimos en Padrón. Yo no comulgaba con la nueva filosofía que querían poner en marcha y me marché, claro.

–¿Qué recuerdos le vienen ahora a la cabeza con motivo de su jubilación?

–Si soy sincero, son todos recuerdos muy bonitos. Éramos una gran familia en la oficina y trabajábamos como un auténtico grupo. La gente de aquella época lo llevábamos muy dentro. Fueron muchos años de alegrías porque nuestro trabajo era facilitarle la vida a los demás. Nos dedicábamos a hacer la vida más sencilla a la gente.