Desde hace unos días los pasillos del colegio de Vilaxoán fueron bautizados con nombres de mujeres que han marcado un hito: Rosalía de Castro, María Mariño o Concepción Arenal. Incluso las escaleras se denominan "la cuesta de Chus Lago" para que los alumnos conozcan las proezas de esta alpinista.

Pero a sus profesoras les parecía todavía más importante que conociesen las proezas de esas mujeres que logran el milagro de que, cada día, tengan la comida hecha. Esas mujeres que les quieren sin condiciones y que, como respuesta, suelen recibir las peores contestaciones. Esas mujeres que en muchos casos, hacen equilibrios para compaginar su trabajo con las tareas del hogar, con las que tan poco colabora el resto de la familia.

"Es uno de los trabajos más duros y, sin duda, el menos reconocido", decía la profesora encargada de presentar el acto en el que participaron María del Carmen Vidal, Begoña Ameijeiras y Filipa Espinosa, "Beni" para su familia. María del Carmen Vidal es madre de tres hijos. Cuando nació el primero compaginaba su cuidado con su trabajo como costurera: "Era complicado coser con él todo el día pegado, así que muchas veces lo hacía de madrugada, cuando él dormía. Podía estar hasta las tantas de la madrugada para acabar un pedido". Era un niño delicado de salud y Maricarmen recuerda que en una ocasión estuvo cinco días sin pegar ojo. Aunque los dos miembros del matrimonio trabajaban era ella la que vigilaba que no subiera la fiebre.

Después de la costura vendió loza, montó una tienda de congelados que no fue arriba y, finalmente, entró a trabajar en una conservera, trabajo que actualmente compagina con la condena del ama de casa: "Llegas de la fábrica y haces las tareas y el fin de semana, llega uno de mis hijos, que trabaja fuera y tengo que lavarle la ropa de la maleta para que esté lista el lunes". Reconoce que no tuvo demasiada ayuda de su marido y para evitar que esto se perpetúe inculcó tanto a su hija como a los dos varones la necesidad de colaborar. Ahora, su hijo de 29 años, comparte las obligaciones de la casa con su pareja.

Begoña Ameijeiras tampoco lo tiene fácil. Tras cerrar la clínica en la que trabajaba, prepara oposiciones, así que tiene que compaginar las tareas de casa con el estudio.

Y Beni, aunque ya está jubilada, se levanta a las siete de la mañana porque tiene una tarea que le ocupa 24 horas al día: cuidar a su nieta Dominique: "Quiero que sepa que ahora mi tarea es ella. Que si va aseada es porque yo me preocupo por tener su ropa lista". En su juventud emigró a Londres "porque aquí me pagaban 2 euros al mes y allí 4.000". Fue duro "entenderse por señas" pero se siente satisfecha porque gracias a su esfuerzo y el de un grupo de madres españolas se abrió un centro para que sus hijos no perdieran sus costumbres. Un centro que hoy es un importante colegio español.