Entrevista | Laura Fernández Salgado Centenaria gallega

Laura Fernández, 101 años y una hora diaria de bici y rosario: "Me dijeron que no volvería a caminar"

Practica su particular 'mindfulness' con 101 años: pedalea y reza el rosario

Se casó por amor con 27 años, crio a tres generaciones y cultivó su huerta: “Veo el mundo peor”

Laura, 101 años y una hora diaria de bici y rosario: "Me dijeron que no volvería a caminar"

Elena Ocampo

Elena Ocampo

Elena Ocampo

“Mi vida ha sido muy bonita”, sonríe Laura con luz en los ojos y un poco de carmín rosa en los labios. Cuenta los meses que le quedan para el 4 de agosto, fecha en la que –asegura rotunda– cumplirá 102 años. Rodeada de dos de sus hijas (Lourdes y Ana), abre las puertas de la casa y del recuerdo en un día de mayo florido pero con un telón de lluvia.

Le gusta leer, le gustaba bailar, le ha encantado la playa y ha amado a su marido hasta el final. De joven estudió cultura general en Madrid durante tres años, siguiendo la estela de varios tíos que eran profesores. Todavía ojea “las letras grandes” del periódico o de revistas. Y se ha nutrido de la huerta familiar, aún cuando se trasladó a vivir a la ciudad. Una despensa rural que les garantizaba desde berzas a huevos de gallinas en libertad. Hasta hace no mucho, labraba la tierra. Pero si algo destaca con orgullo de su currículo es haber criado a tres generaciones: hijas e hijos, nietos y bisnietos que ya alcanzan la treintena.

Quizás haya heredado ese talante pionero de su madre, que quería ser mecanógrafa (“lo que le apetecía”), pero no lo logró por haber nacido mujer. La anciana se mueve como pez en el agua por las amplias dependencias de la casa de su hija Ana, que alberga un negocio de antigüedades y cuyos recovecos esconden espejos, columnas, cuadros, peldaños o molduras antiguas.

A los pocos minutos de conversación, confiesa: “Si no fuera por la bicicleta, hoy no andaría”. El traumatólogo que atendió a Laura Fernández Salgado después de una compleja fractura de cadera y fémur –por tres sitios– no daba crédito cuando la mujer entró, solo un mes después de la operación, caminando por la consulta sin apenas ayuda de un bastón. Tras la cirugía y casi un mes de ingreso, los médicos habían dicho a la familia de la centenaria que tenía muchas papeletas para no volver a andar. “En mi vida había visto algo así”, reconoció el galeno.

Hoy, cinco años más tarde, se sube en su bicicleta a diario para pedalear durante una hora. Las cuentas de algo que se asemeja a un collar cuelgan del manillar. Porque ese no es el único ejercicio que realiza. Mientras sus piernas hacen latir el corazón y girar las ruedas estáticas, su mente recorre otra geografía. Se adentra en un sendero religioso para repetir el rezo del rosario. “Cuando estoy en la bicicleta: media hora pedaleo hacia adelante y otra media hora para atrás y rezo el rosario”, explica Laura.

La centenaria 
ante las
fotografías 
de su marido
y ella misma, 
de joven. | // I. OSORIO

La centenaria ante las fotografías de su marido y ella misma, de joven. / Iñaki Osorio

¿Y de niña? El pulso latiendo deprisa con su hermana llorando en su regazo. Ese camino hacia un horno comunal donde sus padres cocían pan cada semana es, quizás, uno de los primeros recuerdos que envuelve a Laura en un túnel del tiempo que atraviesa un siglo. La traslada a su más tierna infancia en Listanco. En esa localidad de Maside, en Ourense, nació en 1922 junto a otros seis hermanos, de los que vivieron cinco. Y allí vivía al amparo de una casa rectoral y de su tío párroco, Gumersindo Pavón, que se sabía en el punto de mira por sus oratorias de política en la misa.

Bala al sacristán

En años periféricos a la guerra civil, salir de aquellos muros constituía una amenaza para dos pequeñas solas. Pero el bebé no paraba de llorar aquella noche y sus padres estaban fuera. Tras un susto cruzando una esquina, Laura y el bebé –su hermana Lupe, que hoy tiene 86 años– fueron escoltadas por los vecinos. “El párroco y su familia estaban en la lista para el paredón”, confirman con tranquilidad sus hijas, con el rictus de haber escuchado más veces esa historia. “Dispararon yendo en coche a mi tío abuelo, pero la bala rebotó y le dio al sacristán, que iba sentado al lado y se murió en el acto”, explica tranquila Laura. No pestañea al rememorar esos duros episodios de la guerra, ni al reconocer la muerte de dos de sus hijos de corta edad, mellizos. Su hermano mayor siguió los pasos del párroco e ingresó en el seminario y su hermana Leonisa, que vive fuera de España, también llegará a los cien años este 2024. Laura se sorprende al caer en la cuenta.

“No pienso en lo que vendrá”, razona con la misma actitud optimista con la que parece haber vestido toda su vida. “Veo el mundo peor; la vida ya no es tranquila como antes”, razona. Tampoco “soporta” ver mucho tiempo las noticias. Esta longeva mujer plantó a su primer novio, “de mutuo acuerdo” y “para darse un tiempo”. Luego “tuvo muchos pretendientes”, hasta que llegó el amor. “Nos quisimos mucho”, asegura del que fue su marido durante cinco décadas, José del Río, que falleció con 84 años en 2007.

De repente, tras descubrir la dedicatoria de una fotografía enmarcada en una de las librerías de la casa, se intuye el cariño recíproco de su compañero: “No quiero que al mirarme me recuerdes, sino que al recordarme me mires”, lee Laura feliz, creyendo que el amor, sí, será inmortal.

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