Opinión | El trasluz

Una oblea

A todo el mundo –sea de derechas o izquierdas, creyente o ateo, rico o pobre– le gusta sacarse una foto con el papa. Es cierto que el papa se fotografía poco con los pobres de este mundo, pero es que los pobres apenas salen de su barrio y al papa, cuando viaja, no suelen llevarlo a las periferias de las grandes ciudades. No se dan las condiciones, en fin, para que la pobreza de Cristo se encuentre con la pobreza de la vida real, pero no por mala voluntad, sino por circunstancias a las que todos nos plegamos. El papa recibe, sobre todo, a políticos y a dirigentes de asociaciones familiares, quizá, de forma excepcional, a algún sindicalista, pero su álbum de fotos es el que es, muy alejado, por cierto, del de Jesús. El caso, como decíamos más arriba, es que no se sabe de nadie que haya rechazado un encuentro con él. ¿Por qué? No tanto por su condición de jefe supremo de la cristiandad como por su dimensión de líder religioso.

Ignoramos qué se entiende exactamente por “líder religioso”, pero lo que parece claro es que la religión está mejor vista que las religiones. Si se hiciera una encuesta, creo que un número considerable de entrevistados estaría de acuerdo en que desaparecieran las religiones, que tanta sangre han hecho correr a lo largo de los siglos, pero que continuara viva la religión. No sabemos si sería posible una cosa sin la otra, quizá sí. Quizá hubo tiempo en el que la humanidad practicaba alguna forma de trascendencia sin necesidad de acogerse a ningún dogma.

Esa forma de religión sin religión es, en cierta medida, lo que representa en la actualidad el papa Francisco para los fanáticos de la religión que desean su muerte. Lo hemos visto hace poco en un vídeo donde un grupo de curas ultras rezaba por que se reuniera cuanto antes con Dios. Es lo que decíamos: que las religiones radicales son muy partidarias de resolver sus diferencias con el adversario liquidándolo. Si se atreven a desear públicamente la muerte del representante de Cristo en la Tierra, elegido, de acuerdo con sus propias creencias, por el mismísimo Espíritu Santo, qué no se atreverían a hacer con particulares como usted o como yo, que nos negamos a comulgar con ruedas de molino. Francisco es lo que tiene, que invita (no obliga) a comulgar con una oblea.