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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Galicia del demonio

Los niños, que son el demonio, disfrutaron el otro día tirándole del rabo al diablo que el Concello de Pontevedra suele dejar en libertad por estas fechas para que la gente se burle de Satanás. Se trata de la "Festa do Demo", resucitada hará cosa de quince años por el gobierno nacionalista y levemente diabólico de la capital, aunque la tradición se remonta a tiempos anteriores a la guerra civil.

De acuerdo con la leyenda, que solo los impíos reputarán de falsa, Lucifer tiene la singular costumbre de escaparse de su carcelero, San Bartolomé, en la noche anterior a la efemérides del santo. Ahora sale a hacer sus diabluras por cuenta del ayuntamiento, pero el concepto -que es lo que importa- sigue siendo el mismo. La fiesta no hace sino ilustrar las cordiales relaciones que esta Galicia del demonio mantiene con Belcebú.

Efectivamente, los gallegos somos gente tan imparcial en cuestiones de teología como para mantener la ambigua opinión de que Dios es bueno... pero no por eso el diablo ha de ser malo.

En justa coherencia, le hemos puesto casa al demonio en O Corpiño, un santuario próximo a Lalín donde el anterior párroco no paraba de quitar diablos del cuerpo a los feligreses poseídos por Satanás. Los cientos de endemoniados a los que algunos clérigos expertos en exorcismo liberan cada año de las incomodidades del Maligno dan fe de que éste ronda por Galicia.

Con tanto diablo que por aquí anda suelto, y no solo en Pontevedra, es natural que este país haya dado altos expertos en demonología como, un suponer, Álvaro Cunqueiro. El genio de Mondoñedo, que ahora da nombre a un hospital, llegó a abordar incluso un catálogo de ángeles que habría de incluir, lógicamente, a los del infierno.

Perito en el arte de catalogar las mañas y astucias de los ángeles caídos, Cunqueiro tenía perfectamente identificados, por ejemplo, al demonio de la lechuga que se instaló en el cuerpo de una monja tras infiltrarse en la ensalada que esta comía; pero también a otros con nombre y apellidos como Salomón Capitán -un "diablo de negociado"- o Ismael Florito, que le compró el alma a un coronel francés para luego dedicarse en París a los negocios de la moda.

No es improbable que este último fuese el que inspiró a los guionistas del exitoso filme "El diablo se viste de Prada", aunque también existía otro llamado Polaco que era sastre de profesión y se encargaba de vestir a las legiones de Satanás. Un oficio arduo, decía Cunqueiro, si se tiene en cuenta que los diablos suelen usar el rabo a modo de cinturón cuando visten de paisano.

Gallego de nación, Cunqueiro no hacía otra cosa que tratar a los demonios con la familiaridad y la confianza -no exentas de respeto- que sus paisanos, párrocos o no, siguen poniendo aún hoy en los tratos con el demonio.

La costumbre, nunca del todo perdida, la han recuperado y oficializado ahora los miembros del Consistorio de Pontevedra que cada año, en agosto, le dan pase de pernocta a Satanás para que los chavales le hagan diabluras por las calles. Habrá quien considere que esto constituye una arriesgada falta de respeto al Príncipe de las Tinieblas; pero eso es tanto como ignorar la relación sutilmente ambigua que los gallegos mantenemos con el diablo. Que, aunque Dios sea bueno, no tiene porqué ser necesariamente malo. Rajoy, dicho sea de paso, es de Pontevedra.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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