Galicia ha logrado en el primer semestre del año elevar un 11,1% su superávit comercial. El incremento de ventas al extranjero de las compañías radicadas en la comunidad superó en 1.576 millones el valor de las importaciones. La comunidad fue la cuarta de toda España con más superávit, solo por detrás del País Vasco, Navarra y Comunidad Valenciana. Las cantidades absolutas todavía son modestas aunque seamos la sexta comunidad que más factura fuera. Cada vez son más los empresarios de la región que han tomado esta buena senda por pura necesidad, como estrategia de supervivencia. Queda mucho por delante aunque la ola parece que cuaja. ¿Qué hace falta entonces?. Que se extienda a más sectores y que tome velocidad.

Un miembro del gabinete del presidente de Estados Unidos preguntó a José María Aznar durante una visita a la Casa Blanca: "Señor, ¿qué es lo que fabrica España?". "Coches, España fabrica coches", tuvo que responder por tres veces el exlíder del PP ante el incrédulo asesor nor- teamericano. La respuesta no podía resultar más certera aunque sorprenda incluso a los propios españoles. Para nada a los gallegos. España es el primer productor de camiones y el segundo de coches en la UE, y el noveno mundial. Y Vigo es uno de sus bastiones con la fábrica de mayor producción de PSA en todo el mundo. El buen balance comercial que Galicia lleva este año, y especialmente durante el mes de junio, tiene su base en la planta de Balaídos y la industria de componentes. Solo la automoción elevó sus exportaciones ese mes en más de un 31% respecto al ejercicio anterior.

No se logra exportar por oportunismo o por casualidad. Balaídos ha liderado la transformación de la factoría para hacerla más eficiente y competitiva con un sistema de flexibilidad que es el espejo en el que se mira el resto del grupo PSA. Además, la industria de componentes ha sabido diversificar su negocio. Ya no depende solo de la planta automovilística viguesa. Cada vez produce más para otras marcas e incluso otros sectores. Ahí está el ejemplo de Delta Vigo, proveedora de PSA, decidida a dar un empuje vital a la industria aeronáutica gallega con su nueva factoría de Porto do Molle.

Es imposible desconectar el auge de las exportaciones de la reactivación de la producción industrial. Marcan la pauta, aquellas empresas que han renovado equipos, modernizado sus instalaciones, recuperado capacidad y asumido el reto de dar respuesta a los suministros de unos consumidores rigurosos, en una puja mundial que no permite dormirse ni un minuto en los laureles. Si Galicia conquista un poquito del mundo es porque los productos que ofrece convencen. Y ese círculo virtuoso proyecta sus bondades sobre las listas de empleo. El paro en la industria nacional consolida 28 meses consecutivos de descensos, desde abril de 2013. También en la región cae a mayor velocidad en esta rama, especialmente en el área de Vigo. Lástima que el naval, con contadas excepciones conocidas por todos, no haya sido capaz de reinventarse.

Aunque lentamente, la economía gallega ha crecido un 0,6% en el segundo trimestre del año, poco más que la mitad de la media española, y una décima más que en el primer trimestre. Mejoramos, si bien como cíclicamente ocurre tanto en los momentos alcistas como en los bajistas, la ola llegue más tarde que en el resto de España.

Aún con incertidumbres, los países de la UE -los principales clientes de las empresas gallegas- recuperan fuelle, lo que ayuda a estimular los negocios. También crecen las compras desde EE UU, como por ejemplo de granito de Porriño. La caída del precio de las materias primas y de los combustibles ayuda a consolidar posiciones competitivas respecto a las naciones emergentes, como por ejemplo China, ahora forzada a una devaluación para sostener su ritmo de ventas. Pero estos datos coyunturales por sí solos no justifican el despegue.

Con ser pocas todavía, hay más empresas que exportan con regularidad. A día de hoy, según el Informe Ardán, promovido por Zona Franca de Vigo, existen 6.200 compañías exportadoras, apenas el 4,2% del mapa empresarial gallego. Pero hay un aspecto relevante que no debe ser denostado. Las cifras agregadas para las exportaciones gallegas a otros países son buenas. Nuestra cuota en el total nacional está en el 7,3%, claramente por encima del 5,4% de nuestro peso económico respecto al total de España en términos del PIB. Esto es, vendemos al exterior mucho más de lo que correspondería en función del peso económico de la autonomía en el conjunto del Estado.

Lo menos bueno aparece cuando se entra al detalle. En primer lugar, el elevado grado de concentración de las exportaciones a la zona euro, con casi tres cuartas partes del total. Y dentro de ésta, Francia y Portugal acaparan la mitad. En sentido inverso, la presencia de los productos gallegos en los mercados con mayor potencial por su tamaño poblacional y sus tasas de crecimiento (China, India, Brasil y Rusia) es marginal. Además, esa elevada concentración también se produce en el vector de los productos -alrededor de un tercio corresponde al sector de la automoción- y en el número de empresas comprometidas con la internacionalización. De hecho las cifras globales empeoran bastante una vez se descuenta el efecto de dos gigantes como Inditex y Citroën, con la consiguiente súperdependencia del textil y la automoción. En realidad, en consonancia con nuestro peso económico del 5% en el PIB nacional deberíamos alcanzar al menos la cifra de 8.000 empresas exportadoras frente a las 6.200 actuales.

A la vista está que los gestores de las compañías son conscientes de que sus posibilidades de resistencia van unidas a elevar los estándares de sus productos, hacerlos cada vez mejores, innovando, investigando, perfeccionando, y llevándolos cada vez más lejos. Las industrias agroalimentarias permanecen alejadas de este fenómeno por falta de orientación y apoyo, pero podrían ser una mina para agrandar las estadísticas de comercio. Para ello urge solucionar el sempiterno problema gallego: el campo y, consecuencia de su abandono, la despoblación del rural.

Hay nuevos clientes al margen de los tradicionales. Comerciales incluso de talleres pequeños viajan durante todo el año por mercados en auge, como los asiáticos, los africanos o los latinoamericanos, en busca de contratos. Y hay cierta flexibilización laboral que permite ganar eficiencia y abaratar costes, aunque no todavía generar tantos puestos de trabajo como sería deseable para acabar con la intolerable lista del paro. El bajo porcentaje de población activa supone un enorme lastre estructural, amplificado en Galicia. El escaso tamaño empresarial, lo mismo. Una malla tan tupida de microempresas (más del 94%) dificulta la competitividad, genera menores economías de escala, disfunciones inversoras, inconvenientes para innovar, y limitaciones de financiación, contratación cualificada y especialización. En otras palabras, es un hándicap para seguir ampliando esa base exportadora.

Ojalá esta corriente exportadora llegue para quedarse. En manos de los gallegos está. El modelo de crecimiento antiguo estuvo basado en el crédito y el consumo interno. Aunque sin duda es fundamental animar el consumo privado, el nuevo modelo lo sostiene, a pesar de sus restricciones, la demanda externa. La marcha de las exportaciones genera optimismo a las perspectivas de recuperación y refuerza la idea de que Galicia hace muchas cosas bien, valoradas hasta por los compradores más exigentes. Algo primordial en una tierra como ésta tan necesitada de impulso y de autoestima. Vamos en el buen camino pero falta mucho trecho por recorrer. Pongámonos a ello ya mismo.