Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, poco antes de ser asesinado por orden de Felipe IV escribió estos versos repletos de dignidad y sombría belleza: Sépase, pues ya no puedo/ levantarme ni caer/ que al menos puedo tener/ perdido al Destino el miedo.

Salvando las distancias, percibo elementos coincidentes entre Juan de Tassis y Mario Conde. Uno, MC también le ha perdido el miedo al destino. Otro, el romance póstumo que le dedicó Antonio Hurtado de Mendoza a De Tassis le iría a Conde como anillo al dedo: Tal fama llegó a alcanzar/ en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera/ grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera. Además, diríase que MC, a la par de Villamediana, "pica bien, pero pica muy alto" en palabras del Austria a las que aquí doy un sentido general. Asimismo, gobernando otro Felipe ordenó asesinar civilmente -azuzado por su valido, un tal Serra- a MC. Finalmente, tanto en el caso de Villamediana como en el de Conde, se utilizaron torticeramente los medios del Estado sembrando de consuno abyectas calumnias para justificar los crímenes. Una de ellas, la que ha calado con mayor profundidad en los manipulados prejuicios colectivos, es que Conde hundió Banesto por centrar la gestión en su privativo beneficio.

De los muchos compañeros de trabajo de la época Banesto que MC conserva como amigos, destacan, por la estrecha relación, Enrique Lasarte y César de la Mora. En lo que concierne a Lasarte, son condiscípulos de Deusto y sus trayectorias profesionales estuvieron muy unidas desde entonces. La relación con De la Mora es cualitativamente distinta. Nieto de quien fuera una de las tres personas más acaudaladas de España, César de la Mora era joven consejero de Banesto en representación familiar, y andaba sin escolta, acechado por ETA, para ahorrar dinero a la entidad. Hablando en plata, un hombre con huevos. En cierta ocasión, caminando por la montaña en gélida, límpida y estrellada noche de enero, me dijo César estas precisas y definitorias palabras: "Siempre apoyaré a Mario porque es una de las personas más íntegras que conozco". ¿Alguien en su sano juicio puede creer que si De la Mora -auténtico señor de pies a cabeza- pensara que Conde había dinamitado la obra a la que tanto habían contribuido los suyos le dirigiría siquiera la palabra? ¡Por favor! No obstante, pueden ustedes estar seguros, la maledicencia más canallesca va a resurgir alentada por las campañas que se preparan para "asesinar" nuevamente a MC.

Sucede que Conde ha decidido, contra mi persistente consejo, irrumpir en política. Esta andadura que inicia -lanzada un poco en son de reto a los poderes sistemáticamente establecidos, otro poco no por revancha sobre algunas personas sino como humano desquite de la vida y un mucho para probarse a sí mismo que aún puede resultar útil a la sociedad española- no va teñida del ímpetu oscuro de la venganza aunque transparenta, quizás con demasiada evidencia, los signos de nuestra época: mediatización y protagonismo del líder.

Solo un hombre tan complejo, inquieto y decidido puede, con sus años, lanzarse a ese enfurecido infierno haciendo abstracción de una frustrante experiencia pasada. Lo desanimo a que dé el salto. No deseo verlo en política, no quiero que malgaste su vibración íntima, su roqueña independencia de carácter, su calidad humana tan absolutamente solitaria, única en su desamparada fuerza. Porque de Mario quiero dejar constancia que es un superdotado frágil. Desvalido ante las malas maneras, ante la calumnia, frente al odio, ante lo monstruoso que se agazapa en lo humano. Si aguanta y recrece en la adversidad es gracias a su resiliencia natural, encontrándose mejor ante la agresividad espontánea de los reclusos, directa, franca, que frente a las sonrisas porcinas de quienes preparan los golpes hurtándose a la luz.

De su travesía del desierto, MC no ha vuelto sediento de venganza ni mostrando los afilados colmillos de aquellas fauces babeantes de triunfo de la joven fiera carnívora otrora tan temida. Si alguna sed arrastra es la de volver a beber en las mejores aguas de la amarga tradición española: la rebeldía. Virtud que, practicada con exceso, nos esteriliza. Seguro de sí, aunque no completamente desembarazado de lo superfluo -¿quién lo está?- ennoblecido por el sufrimiento, madurado por la reflexión, aparece a estas horas como profeta urbano de un puñado de seguidores entre los que se mezclan -como en cualquier otra organización política- intrépidos con arribistas, avisados con ingenuos, desinteresados con buscavidas. No es eso lo que me preocupa. Pero esto sí: Mario padece una carencia que lo fragiliza para el cometido: si miente, sufre. Es demasiado orgulloso para ganar haciendo trampas. Y en política quien no sabe mentir no prospera. MC es incapaz de besar ficticiamente a los niños, incapaz de inclinarse solícito con flores ante las ancianas o impostar solidaridad en plan saco de arroz de Médicos del Mundo en Sahel para salir en las fotos uncido al buenismo triunfante. Y si llega a mentir, no mentirá convincentemente.

Lo desanimo, sí, aun sabiéndolo capaz de portar alto su empuje creativo, su competencia técnica, su convicción florida. Conozco bien la excelencia genuina de Mario y la tremenda desazón que vive viendo a España en el fango y entiendo que se exponga tan directamente a la pulsión -casi mística en él- de hacer política. No obstante, el intento temerario y vehemente de acercarse al centro mismo del orden constitucional para subvertirlo revela por su parte, me temo, más del fenómeno poético regeneracionista que de una evaluación acertada del entorno social.

Evidentemente, la aventura fracasará. Empero cuán fecundo ha de ser ese fracaso en su fertilidad diferenciada, en la riqueza del desafiante fulgor personal que un solo hombre lanzará quijotesca pero conscientemente, sin otra arma que la propia individualidad doliente, contra el colosal muro de fuego de las instituciones, empezando por la prensa central, peligrosamente despiadada y bajuna.

En cuanto a las cañas que están afilando en lanzas conviene recordar a Martí: Quien enemigos no tenga/ es señal de que no tiene, / ni talento que haga sombra, / ni bienes que se le codicien, / ni carácter que impresione, / ni valor temido. Ya lo dicen los georgianos: un hombre que no tiene enemigos no es un hombre.