Muestra el Sr. Castellano una beligerancia para con la prensa más propia de quien está acostumbrado a que no le lleven la contraria que de un líder convincente, lamentándose cansina y repetitivamente con el consabido "la prensa nos ha hecho mucho daño" ¿Qué prensa? ¿A quién, concretamente, ha hecho daño?

Salvo una superficial cosmética de fachada no hemos visto que el Sr. Castellano aprontara nada especialmente relevante a Novagalicia Banco (NGB) si exceptuamos el fichaje del Sr. González-Bueno. Que no es poco, ciertamente –dada su bien ganada reputación– aunque con unos switching cost asaz elevados. No ocultamos que poder contar con el Sr. González-Bueno nos llena de confianza pero, en Vigo, esperamos realizaciones de mayor calado, y mientras no veamos colmadas esas esperanzas mantendremos una sana tensión en cuestión de exigencias.

Para empezar, exigiríamos –de los fondos prometidos por el Sr. Castellano prefiero no hablar de momento– que a Vigo, y a todo lo que concierne los despojos de la desposada por rapto Caixanova, se le tratara con exquisita y equilibrada equidad. O nos vamos a cabrear pero bien. La penúltima e ininteligible propuesta –desde el punto de vista de la estricta racionalidad económica– es que Novacaixagalicia pase del 7% actual a controlar el 15% de NGB. Operación que se substanciaría con un juego de manos –¡qué digo, una verdadera hazaña contable!– que dudo mucho el Banco de España –mejor, el FROB– avale. Pero que tampoco me extrañaría dado que en esta pícara vida, y sobre todo en España, ya casi nada me espanta. Las razones que se avanzan, para la galería, son los 335 puestos de trabajo de la fundación –a buenas horas mangas verdes vistos los puestos que se han suprimido sin pestañear con la fusión– y la necesidad de sostener la obra social con futuros dividendos. Podría sospecharse, sin embargo, que el 15% representa un porcentaje importante dentro de la estrategia de control de NGB y, si se deja la fundación en manos herculinas de gente afín, la presidencia de NGB, asimismo herculina, tendrá ese 15% en el papo. Empero, es este un asunto muy técnico que merece minucioso y extenso análisis desaconsejable por ahora.

No obstante, como el susodicho juego de manos conlleva la transferencia de propiedad de la colección de pintura, entre otros activos, de la obra social de Novacaixagalicia –propiedad de Caixanova antes de la fusión– a NGB, oportunistamente se alzaron voces –a propuesta del BNG en el Parlamento de Galicia– proponiendo la instalación de ese patrimonio artístico en el Gaiás. Todo ello con el loable, y político, objetivo de constituir la Gran Pinacoteca de Galicia. La idea es excelente pero inasumible por cuanto su plasmación expoliaría a Vigo de una obra pictórica vibrantemente gallega para ponerla fundamentalmente al servicio de forasteros, en su mayoría extranjeros, que no la apreciarían como nosotros. Y tanto es así que con argumentos de mayor fuste que estos míos, Ceferino de Blas se alzó en estas mismas páginas ("El patrimonio de Vigo para los vigueses" 27/11/2011) contra la inaceptable deslocalización definitiva fuera de Vigo de la mejor colección de pintura gallega que existe.

Me ha herido como vigués, y mucho, que el debate en torno a la propuesta del BNG propiciara algunas intervenciones que quedarán como perlas raras del desconocimiento profundo que atañe al arte gallego. De especial grosor –más que perla, ladrillo– fue la que lanzó sin sonrojo Pedro Puy al sesgar su intervención, envarado por recreo de insistencia, con una asimetría manifiestamente favorable a la calidad de la colección de Caixa Galicia respecto a la de Caixanova. Toda vez, según el Sr. Puy, que la primera fue hecha "con otros criterios, de profesionalidad, no solo de simple acumulación de nombres y objetos". Permítame el Sr. Puy que le informe que esos criterios son más bien los que se exponen en mi artículo "De las tinieblas a los faroles" (Faro de Vigo, 29/05/2011) y no los que, ingenuamente, el Sr. Puy da por buenos.

Y es que aunque en Galicia las abuelas aconsejan no meterse en líos, una de las mías, natural de Mos –que vivió el golpe de Estado de Companys contra la República– me decía que de Barcelona –la Perla Negra– le gustaban hasta los tiros. Pertrechado genéticamente con semejantes predisposiciones vitales siempre tuve cierta propensión a resbalar en los peligrosos farallones de la incorrección. La incorrección política, la profesional, la científica e incluso la incorrección institucional son mi segunda naturaleza.

Ni Einstein, ni Freud, ni el presidente de un banco –verbigracia, el Sr. Castellano– ni el portavoz de un partido político, por ejemplo el Sr. Puy, ni el del Gobierno electo –Sr. Rajoy, sin ir más lejos– me impresionan sobremanera. A decir verdad, no me impresionan nada de nada. Ahora bien, pictóricamente soy una persona conservadora y respetuosa de lo tradicional hasta casi el conformismo. Y siendo consciente de su modestia dentro del arte occidental, la pintura gallega colma mis gustos. De hecho, poca pintura me gusta más –hasta diría, me emociona más– que la pintura gallega elaborada entre los años 1870-1970, diez arriba, diez abajo, salvo la de los grandes-grandes pintores universales con especial reconocimiento al rigor visual de Rafael, la inteligencia misteriosa de Velázquez, la espiritualidad colorista del Greco y la elegancia sencilla de Matisse.

Oteando con amplia perspectiva, la edad de oro del paisajismo gallego –que es en lo que verdaderamente somos buenos– salta a la vista que se inscribe en el regionalismo pictórico europeo prolongándolo incluso tardíamente. Pues bien, reconozco que es esa pintura tan conservadora, el regionalismo, la que a mí me gusta cuando no cae en los excesos enxebristas que tanto molestaban a Castelao. Y, por supuesto, también me entrego gozoso a Sotomayor, Maruja Mallo, Fernández Mazas, Laxeiro y Souto, que exceden el ámbito puramente regional, junto con los inclasificables Colmeiro y Maside, regionalistas por la temática pero no por sus estrategias expresivas ni soluciones técnicas.

Para llegar aquí, a un fervor casi místico al tiempo que erudito de la pintura gallega, por el mundo adelante he visitado muchos museos, he estudiado muchas colecciones públicas y privadas, he asistido a muchas subastas y heredado y coleccionado algunos cuadros. En Galicia, amateurs esclarecidos como yo se cuentan con los dedos de las dos manos y sobra uno. Entre los nueve, que yo sepa, no está ni se espera al Sr. Puy. Y si avecindo aquí y ahora con fanfarronería, sí, todas esas experiencias personales es para decirle en corto y por derecho en la cara al Sr. Puy que de este tema no sabe lo suficiente como para jerarquizar las colecciones de las antiguas cajas gallegas adscribiendo a la del norte una superior calidad.

Debería quedar definitivamente claro que los vigueses sufrimos –ya digo, antes de cabrearnos pero bien cabreados– que los asuntos que nos conciernen hasta la misma médula afectiva se traten en NGB o en el Parlamento de Galicia como si fuéramos los buenos salvajes, aptos para meter las manos en las sardinas y la grasa de los motores, que constituyen el nervio de las exportaciones gallegas, pero absolutamente incapacitados para las actividades nobles como las finanzas o el arte.