Las efemérides literarias, al igual que sucede con algunas fundaciones dedicadas a escritores ilustres, se lanzan con gran entusiasmo inicial, pero apenas comenzada su andadura suelen derivar con frecuencia en dolorosas disputas familiares y en reclamaciones de legitimidad irreconciliables. En los aniversarios hay otro riesgo adicional: la utilización interesada del homenajeado, indefenso ante quienes proclaman su nombre en vano. Nada hay más interpretable que las voluntades y los deseos de los fallecidos. Basta con recordar el caso de Miguel Hernández, bien reciente, o las incertidumbres que pesan actualmente sobre los legados de varios grandes de la literatura española del siglo XX que parecían intocables, nacidos y muertos para la gloria: Rafael Alberti, Camilo José Cela, Ángel González, entre otros. Únicamente Gonzalo Torrente Ballester parece haberse librado hasta ahora de estas batallas póstumas.

El centenario del gran Álvaro Cunqueiro (1911-1981), víctima también de algunos olvidos y litigios menores, ha sido anunciado con discreción en las últimas semanas, lo cual puede ser un buen indicio. Hasta el momento, apenas se han conocido intenciones generales de celebración por parte del Consello da Cultura Galega. También se sabe del propósito de la editorial Galaxia de organizar una exposición itinerante. Y van llegando cada día algunas noticias sueltas: en abril, Sarabela Teatro representará en A Coruña "O incerto señor don Hamlet", la mejor pieza dramática de Cunqueiro. Tiempo habrá, no obstante, para conocer los detalles de la conmemoración, que no son el motivo de estas líneas.

Más allá de esas posibles acciones institucionales, que deseamos importantes y a la altura de lo que se merece el autor de Merlín e familia, el aniversario de don Álvaro es una ocasión propicia para plantearse algunas preguntas. Al menos estas tres:

¿Por qué resulta tan difícil encontrar obras de Cunqueiro en las librerías españolas, incluso en las de Galicia?

¿Servirá el centenario de su nacimiento para reeditar y conocer mejor su literatura y para saber más sobre su vida, tan empañada aún hoy por la leyenda?

¿Es posible acercarse a Cunqueiro sin prejuicios, sin miopías locales, sin etiquetas trasnochadas? ¿Conviene aproximarse a él al margen de lo que digan sus fieles devotos, sus escasos pero empecinados detractores y sus numerosos intérpretes y exégetas?

Las respuestas, si las hay, tal vez se encuentren en Mondoñedo, entre los endiablados vientos de esta ciudad, que soplan con la intensidad de siempre y son más antiguos y solemnes que los de Dylan. El espíritu de Cunqueiro, palpable en cada esquina, vive al aire libre. El cementerio viejo de Mondoñedo, con su nicho tapiado bajo el deseo de mil primaveras más para Galicia, está siempre abierto, como un parque. El escritor habita también en las calles, en cada una de las placas informativas que reproducen su silueta inconfundible. Esas gafas enormes que nos llevan a la casa natal, a la peluquería de O Pallarego, al seminario de Santa Catalina. Hasta el primer rei das tartas tiene cobijo y museo en Mondoñedo, pero Cunqueiro sigue a la intemperie. Los distintos intentos municipales de recuperar alguna de sus dos antiguas casas mindonienses con fines museísticos fracasaron finalmente, lo mismo que su Fundación, que no ha tenido actividad.

Hay una inscripción sobre el muro de la plaza, junto al ayuntamiento: "De una manera o de otra en todos mis libros está un poco Mondoñedo. Todas las ciudades pequeñas de las que hablo son un poco mi ciudad". Mondoñedo aparece –omnipresente– en las obras de Cunqueiro, pero en el escaparate de "La librería", a pocos metros de la placa que contiene la cita, son otros los autores expuestos al público: Umberto Eco, Vargas Llosa, Eduardo Mendoza… comparten el privilegio de la exhibición y del reclamo navideño con la granja de Mickey y las camisetas de As San Lucas. Ni rastro de don Álvaro, escritor sin género (Darío Villanueva) y sin vitrina comercial. En Alvite, junto a la catedral y al lado de la estatua sedente del escritor, mejora el panorama y el viajero puede encontrar algunas obras de Cunqueiro, "menos Merlín, que está agotado".

No sé qué pensaría Cunqueiro, que era crédulo o escéptico según las circunstancias, sobre la conmemoración del primer centenario de su nacimiento, anunciado por la Paula desde el campanario de la catedral de Mondoñedo el 22 de diciembre de 1911. Llegar al mundo en medio de repiques, tal como era costumbre en su ciudad natal para comunicar alumbramientos y muertes, debe de imprimir carácter. Don Álvaro disfrutaba de lo lindo contando en las entrevistas este hecho, el tañido de la Paula y de la Petra, al que siempre daba cierto aire de novedad, como si lo desvelara por primera vez.

A Cunqueiro, tan hermético sobre determinadas etapas de su vida –especialmente las correspondientes con la guerra civil y la posguerra–, le gustaba recrear con pelos y señales sus años de infancia y le salían muy naturales algunas revelaciones que, ciertas o imaginadas, indicaban su temprano talento como fabulador. La más repetida y exitosa tal vez fuera aquella en que aseguraba haber escrito de niño una novela del oeste en la que los vaqueros hablaban en castellano y los indios en gallego. La narración se perdió, solía admitir, pero aunque nunca hubiera existido, hay que reconocer que es un hallazgo literario y lingüístico de primer orden.

Por suerte para sus lectores, aquella tentativa infantil no se quedó en un juego. Desde 1932 ("Mar ao norde") hasta 1982 ("Cocina gallega", aparecida tras su muerte), Cunqueiro fraguó libro a libro, artículo a artículo —publicó más de 25.000, según su biógrafo Xosé Armesto Faginas— una obra extraordinaria, original, extensa y muy diversa. A finales de los ochenta, la editorial Galaxia comenzó la publicación de su producción completa en gallego, recogida en cuatro tomos agotados hace tiempo. Más tarde, en 2006, la Biblioteca Castro recopiló gran parte de sus títulos en castellano en otros dos volúmenes, que volverán a reeditarse en 2011. Entre tanto, sus novelas y semblanzas más conocidas –la poesía y el teatro han corrido peor suerte– han ido apareciendo en distintas colecciones con desigual fortuna, aunque cabe destacar las de Galaxia.

A pesar de ello, e intento responder así a la primera de las preguntas formuladas al comienzo, la obra de Cunqueiro –tan errónea y peyorativamente calificada en su tiempo de escapista y evasiva– no se localiza fácilmente en las librerías convencionales, desbordadas por los éxitos del momento, esas novedades cada vez más efímeras. Cunqueiro, reconozcámoslo, no está de moda. Gran parte de sus títulos están descatalogados y la única forma de conseguirlos es recurrir a las librerías de viejo, que experimentan un inusitado auge a través de Internet. En la Red, sí está casi todo el Cunqueiro editado, pero de segunda mano.

La celebración del centenario habría sido una gran ocasión, ya desaprovechada, para afrontar una edición completa y crítica de la obra de Cunqueiro. La parte periodística, tan notable, solo está parcialmente recogida en algunas antologías, especialmente en los cinco volúmenes preparados por César Antonio de Molina para Tusquets. Sin olvidar las excelentes ediciones de sus artículos en Destino, recopilados por María Liñeira, y en El Noticiero Universal, rescatados por Xesús González Gómez.

Las biografías dedicadas a Cunqueiro reclaman también alguna revisión. La del malogrado Xosé Armesto Faginas, publicada por Xerais, sigue siendo imprescindible, la mejor y más completa de las existentes, pero parece llegado el momento de afrontar nuevos retos, más ambiciosos, menos condicionados por la amistad y la admiración. La figura de Cunqueiro no se empequeñece, todo lo contrario, por desentrañar leyendas y deshacer equívocos. Tan absurdo es negar su vinculación al falangismo durante la guerra y la primera posguerra –tras un pasado republicano y de convencido galleguista– como no reconocer cierto ensañamiento por parte de las autoridades franquistas cuando decidieron expulsarle del Registro Oficial de Periodistas en 1944, por una serie de actuaciones que hoy no pasarían de ser calificadas de irregularidades cercanas a la picaresca: cobrar por adelantado de la embajada francesa unos textos que nunca llegó a escribir. Tardó más de veinte años en conseguir la rehabilitación profesional y, aun así, arrastró toda la vida, como una losa, el injusto e indeleble sambenito de autor franquista.

Ha habido en estos últimos años, es cierto, notables avances en el conocimiento de la compleja personalidad de Cunqueiro. El epistolario mantenido con su entrañable amigo Paco Fernández del Riego, tristemente fallecido hace apenas un mes, es una pequeña joya editada por Dolores Vilavedra que nos permite conocer de primera mano los años duros de Mondoñedo (1949-1961), que, aparte de oscuros, también fueron los más fructíferos para su labor creativa. Mención especial merece asimismo el ensayo biográfico de Manuel Gregorio González: Don Álvaro Cunqueiro, juglar sombrío.

Es obligado reconocer, en esta misma línea, la importancia capital que han tenido los trabajos llevados a cabo por profesores como Xoan González-Millán (lamentablemente desaparecido), Diego Martínez Torrón, Claudio Rodríguez Fer, Rexina Rodríguez Vega y Anxo Tarrío, entre otros muchos, para entender mejor la relevancia literaria de Cunqueiro, objeto de casi un centenar de tesis doctorales dentro y fuera de España a lo largo de los últimos cuarenta años.

Sin embargo, para disfrutar plenamente de Cunqueiro parece aconsejable distanciarse prudentemente tanto de los cunqueirianos, por exceso de veneración, como de los cunqueirólogos, que han escrutado su obra desde todos los prismas y corrientes posibles, hasta desde el psicoanálisis. Ambos grupos y sus representantes resultan imprescindibles y son muy meritorios, pero lo que precisa con urgencia la obra de Cunqueiro, más allá de la admiración o del examen académico, es entrar de nuevo en circulación editorial, dentro y fuera de Galicia. De lo contrario, puede convertirse en un autor muy estudiado, pero poco leído. Y ese sería el mayor fracaso. Para promocionar a Cunqueiro no bastan sus fieles seguidores, "una secta literaria como la proustiana o la joyciana", en expresión afortunada de su hijo César, el diligente custodio principal del legado paterno.

Alcanzar algunos de estos objetivos, especialmente el compromiso de afrontar en el futuro una nueva y completa edición de sus obras, podría ser el mejor fruto de este centenario. Incluyo en esa necesidad editorial la deseable recuperación de sus textos periodísticos, gran parte de ellos escritos aquí, en FARO DE VIGO, diario que dirigió entre 1965 y 1969. Estas páginas acogieron durante años desde aquella deliciosa y popular columna titulada El envés, hasta el suplemento Letras y los impagables pies de foto, anónimos pero fácilmente reconocibles como literatura cunqueiriana de la mejor calidad.