Mediado el siglo XIX, Remington, fabricante de armas norteamericano, principiando la producción de máquinas de escribir observó que, al teclear rápidamente letras contiguas, los brazos en los que se injertan los caracteres se bloqueaban o solapaban. El sistema mecánico era demasiado lento en relación a la habilidad de las mecanógrafas. Remington palió parcialmente el problema aprontando un tipo de teclado, "qwerty" (QY), en el que las letras más frecuentemente contiguas en lengua inglesa estaban alejadas entre ellas en el teclado. El mismo principio prevaleció en los países francófonos, azerty (AY), y germanófonos, qwertz (QZ). Es decir, los teclados tipo QY fueron diseñados para ralentizar el ritmo de las mecanógrafas ya que por entonces las máquinas adolecían de mecánica deficiente en lo que respecta al movimiento de los brazos. Sin embargo, con los consiguientes progresos mecánicos, que permitían una mayor velocidad de tecleado sin solapamientos, apareció en 1936 el teclado dvorak (DK) a fin de mejorar la disposición tradicional de las teclas comparativamente a los teclados AY, QY y QZ. Paradójicamente, a pesar del progreso que representaba el nuevo teclado, en ergonomía y rapidez, el intento de universalizarlo fracasó toda vez que las mecanógrafas ya conocían bien los teclados tradicionales y rehusaron adaptarse y reaprender el nuevo teclado. Asimismo, la red de máquinas de escribir existentes, y especialmente las que poseían las academias de mecanografía, tipo QY, empujaba a las alumnas mecanógrafas a rechazar aprender en el teclado DK temiendo que al empezar a trabajar en una empresa se encontrasen con teclados, QY, que usaban sus predecesoras. El efecto red -la red constituida por el parque de máquinas con teclados tradicionales- produjo un cerrojazo (locking) irreversible en sentido opuesto a la racionalidad. De ahí que hoy seamos relativamente lentos al escribir en nuestros ordenadores y desarrollemos más molestias lumbares debido a un tipo de teclado que no corresponde a la optimización racional alternativa.

Quiero apuntar con este ejemplo que a veces no somos conscientes de vivir en una sociedad que funciona, de aquella manera, a pesar de su irracionalidad o paradojas. Ahí está, abundando el ejemplo QY, la ley de Gresham para recordarnos que la mala moneda desplaza a la buena. O los fenómenos de selección adversa en el mercado de seguros. Pero también la Universidad pública gallega genera selección adversa por defección de sus mejores elementos potenciales que escapan a estudiar fuera. En parte por la politización que sufre la Universidad aquí y también porque seguimos sometidos a la tradición helénica que situaba la ciencia, la filosofía y el arte muy por encima de la técnica.

A expensas de la precedente reflexión, conecto con el editorial del pasado domingo, en FARO, concerniente a la elección del profesor Salustiano Mato como rector de la Universidad de Vigo. Por mi parte, militante vigués a tiempo completo y residente ocasional, estimo penoso que a un rector se le adscriba, por propia voluntad, a cierto tipo de ideología visible. Penoso porque, en esas circunstancias, uno tiene la impresión de que no se vota, a favor o en contra, a un candidato por su valía o proyecto sino por cómo piensa llevar al ámbito universitario su opción política. Baste recordar el desastre en que ha caído la judicatura al judicializarse la política y politizarse el poder judicial. Sin embargo, no han de faltar contradictores que me salgan al paso arguyendo que, en la práctica, la ideología es neutra por cuanto las decisiones del rectorado están sometidas al imperio de lo que en su momento se dio en llamar "razón instrumental".

En la jerga correspondiente, la racionalidad instrumental equivale a la consecución metódica de determinado fin práctico mediante el cálculo preciso de medios eficaces. En el segmento que nos ocupa implicaría la elaboración de formas eficientes de control y racionalización del comportamiento de la administración universitaria local para alcanzar determinados objetivos. El nuevo equipo rector de la Universidad de Vigo estaría en fase, se supone, con la razón instrumental más que con la ideología. En suma, la razón instrumental bien pudiera ser la verdadera ideología de la sociedad postindustrial tanto para un rector/planificador de izquierdas como de derechas.

Sin embargo, quedó dicho más arriba, las instituciones están abocadas a cierto continuismo, embridadas por decisiones anteriores que padecen la doble desventaja de no ser impecablemente racionales, respecto a un óptimo de referencia, al tiempo que irreversibles. Temo, además, que la racionalidad instrumental esté lastrada de idealismo al asumir, en alguna medida, la existencia de un planificador/rector omnisciente capaz de optimizar en un horizonte deslizante decisiones pertinentes. La experiencia enseña, si bien se mira, que las más de las veces el planificador choca contra la cruda realidad, asentada en la irreversibilidad de decisiones precedentes, que hereda, y lo compelen a actuar siguiendo las circunstancias. Algo así como el reproche de Belmonte a los puristas: "Al toro no puedo darle órdenes porque no estamos en la mili".

En definitiva, si nos atenemos a la situación editorializada por FARO, sólo el 20% del alumnado participó en los comicios, a falta quizás de mejores alternativas, y un porcentaje notablemente inferior, 12% según estimaciones, se decantó por el continuismo en el que se inscribe el nuevo equipo rector.

Sería abusivo generalizar a contrario que el 88% restante lo desaprueba aunque a la vista está que tampoco le entusiasma. No es necesario, empero, ser un analista de fuste para interpretar cabalmente lo que indican esos comicios. Porque, y no me duelen prendas decirlo, lo que se espera del nuevo equipo rector no es tanto que contente al 12% del alumnado que lo votó, probablemente por puro militantismo, como ameritarse ante el 80% que mostró su desapego al encastillamiento reiterado del rectorado en una opción política minoritaria.