El desánimo que se está apoderando de nuestro país tiene sobrada justificación pues casi parece que alguien nos ha estafado o, como mínimo, engañado. Pero tampoco es cuestión de pasar de la euforia a la depresión cuando lo que tenemos delante se arregla de la única manera que los humanos sabemos arreglar las cosas que tienen arreglo: con trabajo, con sufrimiento, con ilusión.

Y tanto es así que voy a permitirme caer en la ilusión de que no todo está perdido y que las tan manidas Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) van a revitalizar a medio plazo la Nueva Economía (NE) que parecía moribunda a manos de la vieja brick&mortar. Esto es, si la economía "cementera" no va a levantar cabeza durante diez años convendría echar mano de las TIC y la NE porque de algo vamos a tener que vivir. Pero, ante todo, aclaremos que "ladrillo y cemento" (brick&mortar) es el despectivo binomio con el que las más impacientes fieras carnívoras de las de la NE –las start-up anglosajonas– designaron en su día a la antañona economía de vieja raigambre industrial, financiera y comercial, en la que se incluyen las obras publicas y la construcción, por oposición al intangible mundo de los electrones y los bits.

Digámoslo de una vez, la especificidad de la NE no se manifiesta deslindando una frontera perfectamente nítida respecto a la economía tradicional ya que algunas empresas solapan actividades diversas. Verbigracia, Amazon es el arquetipo de la empresa de la NE que basa su razón de ser en Internet, pero está lastrada, paradójicamente, por una logística muy pesada, el envío de libros, característica de las empresas tradicionales, mientras Microsoft, aparentemente el buque insignia de la NE, nació independientemente de Internet.

La necesidad de adaptarse a la nueva cultura empresarial, que Galicia tardará años en asimilar, es uno de los aspectos en los que más hay que insistir dentro del panorama que la globalización dibuja en Europa: no basta cablear un país, ni comprar ordenadores porque la NE es, ante todo, una forma específica y novísima de organización empresarial y posicionamiento en las cadenas de "creación de valor". Quede claro, en suma, que no se trata de una simple evolución técnica, sino de una auténtica revolución tecnológica y cultural que al resituarla en su correcta perspectiva histórica se parece, pero sobrepasándolas, a las que indujeron, en la segunda revolución industrial, el ferrocarril y la electricidad.

Abundando en el tema, las externalidades virtuosas inducidas por las TIC se perfilan desde este mismo momento, cuantitativa y cualitativamente, con mayor ímpetu que las que engendraron las otras redes. A este respecto, por poner un manoseado ejemplo, no cabe duda que las redes de transporte por ferrocarril revolucionaron los flujos físicos de personas y materias primas pero las TIC revolucionan los flujos materiales e inmateriales, acarreando estos últimos una "creación de valor" mayor que los primeros: en informática el soft pesa más económicamente que el hard y permite mayor "creación de valor". Porque si bien es notorio que el origen de la NE se encuentra en la conjunción de dos transformaciones tecnológicas –una en el campo de los microprocesadores y la otra en el de las telecomunicaciones– no pueden reducirse los cambios solamente a estos sectores, que afectan particularmente a la infraestructura reticular. Es necesario, de consuno, tener en cuenta los proveedores y distribuidores de servicios que potencian y refuerzan las sinergias económicas de las infraestructuras técnicas confiriéndoles su verdadero valor social y económico. Como caso de escuela, es evidente que si las infraestructuras tuvieran únicamente un carácter militar o científico no permitirían por sí mismas, y por muy avanzadas que fuesen tecnológicamente, la "creación de valor" que le confiere el cabal uso empresarial. Lo cual, por supuesto, justifica el activismo de los poderes públicos. Así, el caso de Bangalore (India), que se ha convertido en una potencia mundial en soft gracias a los elitistas institutos de tecnología que en su momento se crearon con el apoyo de una lúcida política estatal de largo plazo.

La empresa industrial de los siglos XIX/XX –el susodicho tejido brick&mortar– tenía como objetivo fundamental de su estrategia a largo plazo reducir costes con el fin de bajar los precios y eliminar a los competidores para, en última instancia, franquearse un cómodo espacio sin rivales en el que poder fijar holgados márgenes de beneficio monopolístico, en consonancia con las exigencias de los accionistas. De esa guisa, las empresas empleaban mano de obra heterogénea en establecimientos o plantas generalmente próximas a la materia prima principal –ay, aquellos tiempos en que Vigo vivía del mar– bajo restricción de disponibilidad de vías de comunicación, articulando la eficiencia productiva en torno a un tipo de organización que se denominó taylorismo, aún prevaleciente en algunos sectores pero despojado de su incitación salarial.

Ahora bien, en la NE la materia prima principal es la información, la cual no se encuentra localizada en tal o cual punto geográfico sino que está dispersa pero estratégicamente disponible sólo en ciertos lugares. La mano de obra, que en el taylorismo requería complementariedad técnica con la materia prima y con el capital ha perdido, en parte, su dependencia geográfica ya que es posible unir, en el proceso productivo de generación y tratamiento de la información, actores que viven a miles de kilómetros unos de otros. Asimismo, la mano de obra requiere no sólo cualificaciones específicas como otrora sino una constante puesta al día que deja en la cuneta a quienes no se adaptan, fenómeno que se acentúa con las deslocalizaciones. Y eso es lo que hay, hacia ese mundo vamos.