La luz azul vibra a más terahercios que la roja, siendo esa la razón por la cual el azulino cielo matutino tenga mayor intensidad que el enrojecido crepúsculo. Es asimismo un lugar común que la juventud del día corresponde a la mañana mientras el atardecer se asigna al envejecimiento crepuscular con luz declinante. No obstante, los colores rojo y azul juegan en la simbología política un rol distinto: el rojo es propio de la juventud revolucionaria y el azul de la madurez conservadora. O como decía Pitigrilli: en la vida se empieza de pirómano y se termina de bombero. Y si se me permite la libertad que me voy a tomar con la física, simbólicamente las lejanas radiaciones electromagnéticas de nuestra ardorosa juventud tienen un espectro visible que se desplaza hacia el rojo, hacia el fuego purificador, pero en cuanto nos acercamos al declive añoso de nuestras vidas todo se colorea de azul en la calma remansada de las eternas aguas que pacíficamente nos esperan. Ahora bien, el agua y el fuego no se pueden mezclar: o hierve o se apaga. Más prosaicamente, sin entrar en aburridos detalles, nuestra vida política se parece –simbólicamente, ya digo– a lo que en física se conoce como efecto Doppler-Fizeau. El problema es que en España el efecto Doppler-Fizeau, rojo y azul, en política tiene un nombre: guerracivilismo. No es fácil explicarlo y tampoco estoy seguro de al cabo tener razón.

Resulta curioso que si bien del efecto Doppler-Fizeau no se salva ni el apuntador, nadie se declare francamente de derechas salvo el Capitán Trueno y yo. Por el contrario, hay en España menos pudor para mostrarse de izquierdas. Además, no alcanzo a entender porqué en un país sólidamente asentado en una amplia clase media persiste un espíritu tan marcadamente cainita. Buscando una explicación he llegado a una pobre conclusión que sin duda algún avisado sociólogo/politólogo se encargará de rebatir. Creo que la diferencia esencial entre la demarcación centro-izquierda (PSOE) y centro-derecha (PP) –los otros extremos del abanico merecen análisis aparte– no es fundamentalmente ideológica. Consecuentemente, en función de las circunstancias, el comportamiento izquierda-derecha resulta intercambiable. Quiere decirse, tan antidemocrática/democrática puede ser la izquierda como la derecha.

El núcleo duro sicológico que hace que una persona sea de izquierdas nace de la "autocomplacencia" (confort moral, relativismo, adanismo, buenismo, voluntarismo) mientras en la derecha lo que actúa es la "decepción" (escepticismo, oportunismo, cinismo, racionalismo). Otras razones aparte, dos personas del mismo medio social que hayan recibido parecida educación, compartiendo prácticamente los mismos amigos, habiendo vivido las mismas experiencias e influencias sociales e intelectuales, con similar inteligencia y cultura, si se decantan en un caso por la izquierda y en otro por la derecha –insisto, otras razones aparte– es debido probablemente a la necesidad de asentar los íntimos y subjetivos perfiles sicológicos en un zócalo distinto del objetivamente ideológico.

Quizás por ello, en momentos como este, la autocomplacencia de la izquierda la lleva a una flagrante contradicción ideológica adoptando sin pudor alguno el papel de la derecha. En la complicada situación política y económica actual es la izquierda quien subvierte el orden democrático que otrora violó la derecha al tiempo que adopta sus tesis económicas. Es la izquierda la que agita la rebelión civil contra el TS. Es la izquierda la que mina las bases de la democracia y del Estado de derecho desprestigiando, CGPJ, y embridando, TC, a sus instituciones más representativas. Es la izquierda la que boicotea las reglas del juego que ella misma ha aprobado y con frecuencia impulsado. Pero es la izquierda también la que propugna la reforma laboral que tanto disgusta a los sindicatos.

¿Nadie ha conectado el pataleo de la farándula izquierdista en solidaridad con Garzón y la reforma laboral en marcha del Gobierno también de izquierdas? ¿Qué decir de la primera? Pues lo mismo que dijo Orson Welles en su momento: la izquierda mediática siempre acaba ahogándose en el champagne de sus piscinas. En cuanto a la propuesta de reforma laboral del Ejecutivo le viene al pelo el susodicho aforismo de Pitigrilli. Está claro, puro efecto Doppler-Fizeau.