La actual crisis suele compararse con la de 1929, la Gran Depresión, aunque en España, país agrícola por entonces, no se notó demasiado. No obstante, la referencia apropiada, casi de manual, bien estudiada por Bernanke, es la crisis japonesa de los años noventa del pasado siglo. Se sigue de ello que es crucial evitar los errores de gestión que las autoridades japonesas cometieron habida cuenta que la inadecuación de medidas a la situación real ahogó el crecimiento durante una década (desde 1992 al 2003) ¿Se imaginan ustedes qué sería de España si, partiendo de la desastrosa situación presente, creciéramos durante diez años a una maltusiana tasa anual del 0,5% o el 1%? Yo sí me lo imagino y ustedes también: iríamos del estancamiento al subdesarrollo relativo.

Una referencia importante para entender la crisis en el ámbito internacional es el último libro de Guillermo de la Dehesa. Con la erudición, capacidad analítica y claridad habituales, De la Dehesa, uno de los diez mejores financistas y macroeconomistas europeos, ha escrito un tratado (La primera gran crisis financiera del siglo XXI, Ed. Alianza Editorial) del que todos tenemos mucho que aprender. Se echa de menos empero en esta obra, monumental e imprescindible, un análisis que enlace el caso japonés con el español. Quizás De la Dehesa no haya visto similitudes substancialmente relevantes entre ambas crisis o, con mayor probabilidad, prefiriese ser prudente y no provocar una especie de alarma social conectando la una con la otra. De hecho, nuestro autor encabeza una iniciativa para estimular la confianza en la capacidad de recuperación de la economía española (http://estosololoarreglamosentretodos.org/) Y hace bien pues la experiencia y la ciencia económica enseñan que las anticipaciones/previsiones individuales cuando se comparten tienden a autorrealizarse (Self-fulfillment Expectations en la jerga de la profesión): el pesimismo genera pesimismo y el optimismo se acumula por contagio. Sin embargo, es asimismo prudente no olvidar que Gramsci aconsejó compensar el optimismo de la voluntad con el pesimismo de la razón.

Y tanto es así que, vista la gravedad general de la situación, el 9/03/2009 un periódico tan burgués, institucional y convencional como Le Monde publicó un editorial (L´Etat banquier) en el que se preguntaba por una solución que creíamos obsoleta: la nacionalización de la banca. Le Monde se refería a aquella parte del sistema bancario y financiero internacional, compañías de seguros incluidas, cuyas dificultades eran de tal envergadura que varios gobiernos tuvieron que socorrer inyectando capitales masivamente. Todos recuerdan que con gran responsabilidad y oportuno voluntarismo político, en flagrante oposición teórica al laissez-faire de los beneficiarios, se trató de evitar la quiebra de algún mastodonte, factible de degenerar en reacción en cadena que desembocase finalmente en "corralito" o estancamiento en el que colapsasen las economías occidentales. El asunto no es baladí al existir sospechas fundamentadas, tomando como referencia el contexto occidental, de que antes de las intervenciones gubernamentales el montante global de las pérdidas excedía el conjunto de los activos. En consecuencia, el sistema había entrado, de facto, en bancarrota.

Algo sorprendente resulta que en España, siendo la situación económica general incomparablemente peor que en Francia, nadie haya acariciado esa, ciertamente improbable, posible nacionalización. Quizás porque globalmente la situación del sistema bancario español se repute sana y solvente, ejemplar, aunque nos gustaría constatarlo con suficiente fiabilidad. Los hechos son, precisa y ceñidamente definitorios, estos: de nada sirve tener el sistema bancario más sólido del planeta si no fluye el crédito (credit crunch), si no se financia la recuperación de una economía ahogada. O quizás estrangulada. Y es que si no fuera así no se entiende muy bien la medida que acaba de tomar el Gobierno para que el ICO actúe como una entidad pública de esencia bancaria –esto es, socialmente nacionalizada- habilitada para conceder directamente créditos de hasta 200.000 euros a las PYMES solventes, con cobertura de riesgo cien por cien, cuya comercialización recaerá en la entidad financiera que se elija en concurso público.

En definitiva, estimo que poco consuelo y menor eficacia le aporta a las empresas españolas saber que el sistema bancario de aquí es un ejemplo que imitan hasta en el extranjero si finalmente no cumple el aforismo que Keynes reactualizó tomándolo prestado a Francis Bacon: "La moneda es como el estiércol, solo es útil cuando se expande" (Money is like muck, not good except to be spread) Y es que para guardar nuestro dinero ya tenemos los calcetines.