GALERÍA | El Celta y el celtismo llevan la fiesta a Balaídos. // Ricardo Grobas, José Lores

El día que el Celta celebraba su regreso a Europa y el nacimiento de una nueva -aunque remota- ilusión en forma de Liga de Campeones Iago Aspas volvió a ser el héroe. Aquel chaval descarado y algo escuchimizado que hace siete años devolvió al mundo de los vivos al Celta anotó los dos goles que derribaron en una tarde complicada la resistencia del Granada para afianzar a los de Berizzo en el quinto puesto y convertirles en la principal amenaza del Villarreal por el cuarto. Todo un símbolo, el círculo cerrado definitivamente. Aspas sacó al equipo de una gruta oscura llena de demonios y años después abre la puerta de ese cielo deportivo que para un equipo como el Celta es asomarse a la competición europea. El viaje de estos años lo representa mejor que nadie este chico y era de justicia que él fuese el protagonista del comienzo de una fiesta a la que el Celta quiere dar continuidad.

Ganó el Celta al Granada (otrora testigo de tardes dolorosas; ayer, de la celebración) en un partido en el que acusó la tensión con la que se vive a estas alturas de año y la ausencia de chispa de los futbolistas que durante el deprimente otoño y el duro invierno encontraron las rendijas por las que burlar a las defensas que se parapetaban ante ellos. Un ejercicio laborioso en el que el Celta siempre se sintió mejor cuando no tuvo nada que proteger.

Porque los de Berizzo tardaron siete minutos en meter el partido en la batidora. Fue lo que costó convencer al Granada de que jugasen el partido que más les convenía. Y ya han sido varios los rivales que han caído en esa trampa. La cuestión es que los futbolistas no habían roto a sudar y el partido se jugaba como si estuviese a punto de salir el cartelón con los minutos de descuento. Robarle el reloj al contrario es otra de esas virtudes que algún día habrá que reconocerle a la criatura creada por Berizzo. El Celta era un ciclón. Soplaban Marcelo Díaz y Pablo Hernández (colosal primera parte de ambos) y corrían los cuatro de arriba como posesos con la ayuda de los laterales. Control, velocidad, superioridad. La pareja de medios chilenos superaba la primera línea de resistencia rival con un simple paso y a partir de ahí los espacios se multiplicaban como si Balaídos se estirase y encogiese a gusto de Berizzo. El Celta vivía en el área de Andrés Fernández y solo le faltaba un instante de lucidez para encontrar el pase justo con el que trasladar al marcador esa ventaja. Excesivo barroquismo hubo en algunas acciones en el área que pedían una solución menos estética, pero más contundente. Curiosamente un equipo con semejante gusto por la ornamentación encontró su premio gracias a la entrega de una especie de "marine" llegado desde Suecia. Guidetti en ocasiones tiene la finura de un 10 y en otras, la dureza de un punta británico de los años ochenta. Muda de piel con una asombrosa facilidad. Ayer apareció su versión más agreste para ir en busca del central en un balón que parecía sencillo, pero que persiguió con fe. Llegó para meter la punta de la bota antes de que Biragui, ajeno de aquel ejercicio de fe, le soltase una absurda patada en el área. Iago Aspas ejecutó con tranquilidad. Consternados por lo que se les venía encima, el Granada se encerró en su área mientras el Celta jugueteaba con el balón con tranquilidad y en ocasiones algo de indolencia. Se sintieron intocables para el Granada y los de González aprovecharon para dar un par de sustos antes del descanso. Nolito y Orellana, tantas veces cerrajeros de las defensas rivales, sufrieron para encontrar el camino. El sacrificio de Guidetti y los detalles de un hipermotivado Aspas fueron los principales argumentos para un equipo al que le faltó algo de colmillo.

La sensación de que el Celta había bajado sus prestaciones en el momento en que sintió que ya tenía algo que proteger se agravó en el segundo tiempo. Subió la línea de presión el Granada decidido a incomodar a Marcelo Díaz y Pablo Hernández (otra vez en todas las disputas, las faltas, los balones divididos, las guerras aéreas, los encontronazos...). Hubo cierta desconexión en el Celta que el Granada aprovechó para poner en órbita a sus velocistas (El Arabi y Peñaranda) que generaron situaciones peligrosas aprovechando casi siempre errores en la salida de la pelota de los vigueses o excesos de confianza. El empate se rozó en un par de ocasiones y acabó por llegar en una acción disparatada, mal defendida por el Celta, en la que Fran Rico remató de mala manera desde el borde del área, El Arabi desvió y Rubén Blanco fue incapaz de dar una respuesta solvente.

Entonces el Celta volvió a sentir que ya no tenía sentido guardar nada ni sentir miedo por aquello que podía perder. Recuperó entonces el manual que ha defendido este año. De forma puntual, pero brillante. Sucedió en una jugada a la que Marcelo Díaz puso los cimientos, Wass (que entró por Guidetti para dar un poco de firmeza a un equipo demasiado descosido) encontró a Orellana y a partir de ahí surgió ese instante de inspiración del que hablábamos hace un rato. Tres toques. Orellana, Nolito, Aspas. Tan rápido que la defensa del Granada cuando quiso dar cuenta de lo que estaba sucediendo el delantero de Moaña corría enloquecido con la camiseta en la mano en dirección a una esquina del estadio. Igual que hace siete años en aquella tarde ante el Alavés. El viaje ha terminado.