El Celta se enfrenta este sábado al Barcelona de Luis Enrique, el técnico que devolvió al equipo celeste el perfil atrevido y vivaz que le caracterizó en sus mejores épocas, y estimuló como ningún otro el proyecto de cantera impulsado por Carlos Mouriño. El paso del entrenador asturiano por el banquillo celeste fue tan efímero como fértil. Como al añorado Javier Irureta, precursor del gran Celta europeo, una sola temporada le bastó para dejar huella en el conjunto de Balaídos.

El duelo ante los celestes le llega a Luis Enrique en el momento más bajo desde que asumió la dirección del Barcelona. El zarandeo recibido el sábado en el clásico del Santiago Bernabéu y el posterior reconocimiento de que el eterno rival quizá fuese superior a su equipo, han tornado los elogios en críticas. Por primera vez se cuestionan sus planteamientos y el Celta, que le abrió la puerta del banquillo azulgrana, podría meterle en problemas, si pone fin el próximo sábado al gafe que le persigue en el campo del Barcelona desde hace más de siete décadas. La llegada de Eduardo Berizzo, que ha partido de las virtudes de su predecesor para construir, con un plantel mejorado, un Celta en apariencia incluso más fuerte, es una amenaza a tener en cuenta.

Luis Enrique no obtuvo los réditos deportivos de Irureta pero devolvió al conjunto celeste el estilo ofensivo que antaño le convirtió referente de las buenas maneras futbolísticas, apostó decididamente por el talento de la casa y revolucionó la forma de trabajar de las categorías inferiores del club, que han adoptado el método de análisis y deconstrucción de los partidos que el preparador gijonés y sus colaboradores implantaron en A Madroa.

Su eficiente labor en el Celta le abrió de par en par las puertas del Barça, el club de sus sueños, adonde llegó para poner orden tras una temporada en blanco, con la expectativa de llenar el enorme vacío dejado por Pep Guardiola. La directiva azulgrana necesitaba un entrenador de carácter para meter en cintura a un plantel descontrolado, que llevaba dos temporadas sin gobierno.Y Andoni Zubizarreta, el director deportivo, pensó en Luis Enrique como el tipo idóneo para hacer limpieza y devolver al acomodado vestuario azulgrana su otrora insaciable hambre de títulos.

Su trabajo en el Celta, pero sobre todo su fuerte carácter y la reputación de ser un tipo que no se casa con nadie -en el Roma no dudó por ejemplo en enfrentarse al intocable Francesco Totti para imponer su criterio- facilitaron su fichaje por el Barça. Le allanó el camino la negativa de Ernesto Valverde, el preferido de Zubizarreta, a dejar el Athletic de Bilbao y también su amplio conocimiento de La Masía, no en vano Luis Enrique inició su carrera en los banquillos en el filial blaugrana, al que llevó unos años antes a las cotas más altas de su historia.

El desembarco de Luis Enrique en el banquillo azulgrana generó muy altas expectativas. Su primera decisión fue recuperar a Rafinha, el emergente talento de la Masía que le había acompañado en su aventura en el Celta. Luis Enrique participó en las selección de los fichajes y tuvo la última palabra en las altas y bajas formalizadas por el club. Exigió la contratación del sevillista Rakitic para remozar el centro del campo -incluso al precio del desprenderse de talentos como Deulofeu o Denis Súarez-, supervisó los fichajes y tomó no pocas decisiones de calado, como prescindir de Cesc Fábregas, que emigró al Chelsea, o sentar a Xavi Hernández, algo absolutamente impensable hasta la fecha.Su querencia hacia la cantera le llevó entre el unánime elogio de la prensa barcelonesa a dar la alternativa a los jóvenes talentos de la Masía. A Rafinha, le siguieron Sandro, Sergi Roberto y. sobre todo, Munir El Haddadi.

Luis Enrique ha intentado perfeccionar en el Barcelona el concienzudo método de trabajo desarrollado en el Celta y en el que tiene una importancia vital su equipo de colaboradores: Eusebio Unzué, su mano derecha, el preparador físico Rafael Pol, el asesor Robert Moreno, que le ayuda a desmenuzar partidos y entrenamientos, y su psicólogo de cabecera, Joaquín Valdés, que le echa una mano con los jugadores y supervisa su complicada relación con los periodistas.

A pesar de su imagen de hombre arrogante y pagado de sí mismo, Luis Enrique se reveló en el Celta como un entrenador valiente, de estilo intenso y ofensivo, pero también como un trabajador infatigable y concienzudo, obsesionado por intentar controlar todos los factores del juego. Menos excéntrico de lo que aparenta -extravagancias como la instalación del andamio de A Madroa para grabar los entrenamientos tenían una finalidad justificada-, el asturiano fue también en el Celta un inteligente gestor del descontento en el vestuario, que desterró con eficaz reparto de los minutos, y un técnico tan distante hacia los medios como cercano a sus jugadores, que en Vigo lo reverenciaban.