La historia del Celta consta de lo que fue y de lo que pudo ser. Siempre faltó un centímetro o sobró un segundo. La ausencia de un título que culmine los esfuerzos alimenta ese permanente "y si...": el cabezazo de Salva en el Calderón, el disparo de Mostovoi en La Cartuja, Sánchez y Gudelj llegando tarde al último centro. La imaginación ni siquiera exige que sea realmente un instante decisivo. Permite suponer lo posterior, como que el equipo de Berizzo habría derrotado al Ajax. En 2012 conocí a Darío Rivas, un aficionado octogenario, que desde niño tomaba el tren en Padrón para acudir a Balaídos. Darío se seguía lamentando: "Gaitos no tendría que haber jugado la final de 1948; no soportaba el calor". Y áun maldecía a Zamora por no haber alineado a Hermidita. En la edad en que los sueños y los recuerdos empiezan a entremezclarse, para Darío aquel Celta hubiera vencido sin duda al Sevilla gracias a Hermidita. O quizás realmente lo venció y es lo nuestro la mentira.

La derrota nos define desde antes de la fusión de la que emergió el Celta. La heredó del Vigo, al que el Madrid le arrebató la Copa del Rey de 1908. El pecado original, que no hemos podido expiar. Jacobo Abal descubrió que había sido su abuelo Yeyo el autor del gol celeste después de que éste se hubiese muerto. Yeyo marcó el 2-1 a diez minutos del final. Desconozco si él o algún compañero tuvieron después un balón a sus pies como Beauvue y Guidetti; si Yeyo nunca le habló a su nieto del gol que había marcado porque le quemaba demasiado el que había fallado. Existen interrogantes que hieren más que las certezas.

El éxito es mucho más hermoso que el fracaso. Ninguna poesía suburbial puede cambiarlo. Todos necesitamos ganar, al menos de tanto en tanto. Resulta sencillo. Como no se exigen oposiciones, basta con que uno se proclame seguidor de determinado equipo. Yo he ganado anillos de la NBA con los Lakers y domino el rugby gracias a los All Blacks. Diría que me hice de unos porque el "showtime" me fascinó y de otros por su mística. Me estaría mintiendo a mí mismo si no reconociese la seducción de su poderío. Mañana mismo podría decirme merengue y automáticamente estaría a punto de conquistar mi duodécima Copa de Europa.

Pero tampoco todo se resume en el resultado. Hay victorias que hipotecan y derrotas fértiles. A los veteranos de la Copa de 1994 los veo sonreír cuando relatan sus anécdotas. Aquella experiencia animó al club a crecer. De la Copa de 2001, en cambio, solo recolecto amargura cuando llamo a sus protagonistas. Se había empeñado demasiado en la búsqueda y la pérdida dejó un angustioso vacío. Celta y celtismo deben decidir en los próximos días qué tipo de eliminación ha sido la de Old Trafford: una que culmine o una que impulse, final o inicio.

La figura de Berizzo cuenta mucho en esta encrucijada. El mejor entrenador céltico que yo haya conocido. Berizzo es el alpinista que disfruta en cada paso de su aventura porque aspira a la cumbre, pero sabiendo que la montaña se la puede negar. Espero que él y la directiva acierten a encajar sus ideas. Rechazo ese relato que ha empezado a cundir: Mouriño y Chaves, sentados avaramente sobre su oro, que le cicatean a Berizzo porque Fu Manchú les exige un nuevo estadio. Berizzo está aquí porque ellos lo trajeron de vuelta cuando era un entrenador tierno. Porque lo mantuvieron cuando muchos pedían su destitución. Todos, claro que sujetos a la crítica, buscan lo mejor para el Celta. Debaten legítimamente sobre los sueldos propios, la amplitud de la plantilla, el perfil de los fichajes, el papel de la cantera. Los buenos proyectos futbolísticos son aquellos que saben combinar el rendimiento inmediato que le urge a un entrenador y la planificación a largo plazo que necesita una institución.

Oigo a aficionados que claman: "Es el momento de arriesgar". O que vinculan la ambición únicamente a un mayor gasto. Como periodista, yo ya cometí el peor pecado: no realizar las preguntas adecuadas. "¿Podemos pelear por la Liga?", interrogaba. Nunca me preocupé de cómo se pagarían las facturas. Han sucedido demasiadas cosas en los últimos 15 años, y otras que no sucedieron gracias a dos goles de Iago Aspas, para que incluso los aficionados finjan ignorancia al respecto.

El pasado explica al Celta, pero no determina su futuro. No está condenado eternamente a la derrota. El camino que se escoja importa, sin embargo. Algún día el Celta ganará, ojalá que pronto y con Berizzo, y será la victoria más dulce de todas porque habrá pagado su precio exacto, no solo en dinero. Para entretenerme en la espera, mientras, gano un Mundial de rugby de vez en cuando.