Rompen el silencio los pasos en la ría y el balanceo repetitivo que rastrilla el fondo marino en busca de sustento. La tarea es más ingrata en tan densa oscuridad. Pero la bajamar no entiende de iluminación y obliga al madrugón extremo. Tras horas de trabajo el amanecer alumbra en la ría de Pontevedra a decenas de personas que continúan afanándose en un marisqueo de poco fruto. Ha llovido tanto que el exceso de agua dulce en la ría altera la salinidad y mata el marisco. En este caso dos clases de almeja. Es la dura realidad que desde hace más de un mes encuentran cientos de familias que ni siquiera son capaces de completar los cupos permitidos y que ven peligrar la campaña de navidad.