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El vestidor

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23 | Domingo Días de fútbol

La presencia de Julia Roberts en el Santiago Bernábeu para ver el RealMadrid-FC Barcelona ha suscitado varios comentarios. Unos, que la mujer más bella del mundo, vista así de cerca, con vaqueros y gafas, pierde un poco. Dos, que durante el partido debió despistarse. Igual estaba dándoles el bocadillo a los niños o algo y no se percató de que Sergio Ramos vio la tarjeta roja. Así que le felicitó por el partidazo que había hecho. Pues no son razones para criticar. La envidia es muy mala. La actriz siempre se ha mostrado al natural, sin maquillaje, sin cirugías, incluso sin depilar. No como otras. Y en cuanto al lapsus, el mismo Ramos, hace unos años, dio la enhorabuena a la selección femenina de waterpolo por su triunfo en el Mundial cuando vio un retuit... 24 días después. La intención es lo que cuenta y quien tiene boca se equivoca, y la de Julia es generosa. De nacimiento, cosa que tampoco se puede decir de todas. Precisamente, en el mismo palco estaba Isabel Preysler, poco acostumbrada a que la eclipsen. Isabel es tan futbolera como la Roberts. Y amiga de Florentino. Amiga nada más. A Pablo Motos le dejó claro que coincidieron en el besamanos de los Reyes como podrían haberse encontrado en la cola del súper. O igual ahí no.

24 | Lunes Los documentales

Una creencia popular aseguraba que la audiencia —así, en abstracto— cuando le encuestaban decía ver documentales de naturaleza sin parar cuando en realidad lo que le mantenía pegado a la pantalla eran las correrías de Jorgeja y cía. Y sin embargo no hay razón para mentir. Por un lado, los reportajes, digan lo que digan, tienen espectadores. Y, por otro, un estudio de la Universidad de Boston demostró lo que ya sospechábamos: que nuestro cerebro presta más atención a aquellos de los que sabemos cosas negativas. Que nos va el cotilleo y el escándalo y la ordinariez, cuanta más leña, mejor, qué le vamos a hacer. En consecuencia, si el papá de Alba, la modelo, la ex del tenista, solo ve programas de animales, como asegura, entra dentro de la normalidad. Pero si no se pierde una de la isla en la que andan dando espectáculo su señora y su niña, lo mismo.

Porque tiene su valor documental. También.

25 | Martes Los noventa

Volvemos a los noventa. Y no solo porque estén de moda los choker o las Spice Girls. Es peor. En TVE quieren rescatar del baúl de los recuerdos Qué apostamos y Gran Prix. Están las sastrerías volviendo a confeccionar capas españolas para Ramontxu, para las próximas campanadas. Dicen que serán formatos renovados pero un don Tancredo o una patata caliente son a Ramón como las moscas a la miel, como el Gordo al Flaco, como

Isabel Presyler a Vargas Llosa. Indisolubles. Igual que Ramón y Anita. Se la cambiaron una temporada por Antonia, por el morbo, pero no era lo mismo. Pregunten a Lequio. Lo malo es que detrás irá Ana y los 7. La protagonista murió en accidente aéreo, pero tiempo le ha faltado a la polifacética para mostrarse dispuesta. A la resurrección, si hace falta.

26 | Miércoles La moustache

Un hombre se afeita el bigote que lleva años luciendo. Cuando aparece con su nueva imagen, a esposa no parece percatarse de que su marido se ha afeitado, incluso le asegura que él nunca ha llevado mostacho. Lo mismo con los amigos, los vecinos, los compañeros. Un gesto en principio sin mucha trascendencia se convierte en el punto de partida de un enredo kafkiano. ¿Es víctima de una broma? ¿Se ha vuelto loco? ¿Afeitarse puede lanzarlo a uno al abismo? ¿Qué nos puede conducir a las puertas de la locura? Poco sospechaba Emmanuel Carrère, cuando escribió La moustache (El bigote), que la pesadilla de su novela se haría realidad. Y de qué manera. Bigote se rasura el ídem en Honduras y a la vista de la audiencia. Se juega su identidad. ¿Porque cómo puede uno ser Bigote Arrocet sin bigote? Se queda uno en novio de María Teresa a pelo, y ni siquiera, porque anda lampiño. Pero los demás supervivientes no reparan, no notan tamaño sacrificio, no ven la transfiguración, la niegan. Igual porque le queda a Edmundo, que abandonó también el tinte, una especie de sombra blanca, un no-bigote. A lo Aznar.

27 | Jueves Callar

Cosas de las que no voy a hablar, así me aspen. No pienso decir ni mu de la conversación de tío a tío, de hombre a hombre, entre Bertín y Pepe Navarro, un programa enterito para sacar el espinoso asunto de Yvonne Reyes. Ni de la entrevista con Yvonne Reyes, en otro programa, en la misma cadena, con el mismo tema. No pienso comentar el último novio conocido de Isa, antes Chabelita. ¿Qué podría decir? ¿que es hermano de una ex de Kiko y de su propio ex?, ¿que los de la prensa rosa le están rebuscando en la cesta de la ropa sucia?, ¿que dice Chabelita, digo Isa, que ni que fuera el chico Pablo Escobar? ¿Parafraseando a Belén Esteban y su cita a Bin Laden? ¿De verdad? Mejor callar.

28 | Viernes Música

Jesulín de Ubrique grabó un disco. No una canción, Toda, o Toa, como quieran; no, un disco enterito. En el disco —gracias a Bertín nos hemos enterado— había canciones muy bonitas (sic). Se atrevía a versionar Háblame del mar, marinero e igual se marcaba una balada de Perales o Julio Iglesias que se lanzaba por la psicodelia de Locomía. La historia es así de injusta. Jamás se supo de aquel disco. Jesulín —gracias otra vez, Bertín, machote— abortó la operación currupipihit cuando vio que aquello, lo del traje blanco de Versace y todo eso, se le iba de las manos, como se le fueron la Esteban, el negocio de las fresas o el lanzamiento de prendas íntimas a la plaza. El disco se llamaba así, Jesulín. Es un ejemplo para ilustrar cómo algunos famosos, de los que no constan facultades naturales ni cultivadas para el canto, irrumpen con desigual fortuna en la industria

musical. Pero una manzana pachucha no implica todo el cesto. Sandro Rey, el pitoniso de la melena planchada, anuncia canción para este verano. Todo en ella es inenarrable. Claro que competirá con el Pepinazo de Leticia Sabater. Lo de Jesulín, créanme, al lado de esto era música. Celestial.

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