Felipe VI y la reina Letizia pusieron de relieve junto a los emperadores Akihito y Michiko los estrechos vínculos bilaterales con una visita a la ciudad de Shizuoka, donde reafirmaron la amistad entre los dos países ante el reloj obsequiado a Japón hace 400 años por Felipe III.

Como gesto de especial deferencia hacia sus invitados, los emperadores viajaron con los Reyes por la mañana desde Tokio en un tren de alta velocidad Sinkansen y les acompañaron, bajo una persistente lluvia, en todas las actividades de esta última jornada de su visita de Estado, desde el centro provincial de prevención de seísmos hasta el santuario sintoísta de Sengen.

Desde la estación ferroviaria de esta populosa ciudad situada unos 170 kilómetros al suroeste de Tokio, donde unas trescientas personas aguardaban con gran expectación su llegada, los emperadores y sus invitados acudieron directamente al Centro de Prevención de Desastres para que los Reyes conocieran de primera mano la labor divulgativa y de concienciación que lleva a cabo diariamente.

En este centro, dispuesto para aleccionar a la población sobre cómo afrontar los riesgos de terremotos y tsunamis en una región, la de Tokai, mentalizada para sufrir algún día un gran seísmo que destruya 190.000 viviendas, los Reyes comprobaron las consecuencias de los movimientos sísmicos a través de maquetas mecanizadas.

Observaron así los efectos de un maremoto sobre la costa y de un terremoto sobre dos edificios de distinta altura, antes de que una empleada del centro experimentara las sacudidas que provoca un seísmo de elevada intensidad en una butaca de simulación en la que a continuación invitaron al Rey a sentarse, pero don Felipe declinó amablemente el ofrecimiento.

La estrella de la visita fue en todo caso el pequeño reloj de mesa que Felipe III regaló en 1611, entre otros presentes, al shogún Ieyasu Tokugawa, primero de una dinastía de caudillos militares que dominó el país hasta 1868 y considerado el unificador de Japón, para agradecer el rescate de cientos de tripulantes del galeón San Francisco, naufragado en 1609 frente a las costa oriental japonesa.

El reloj es custodiado desde hace trescientos en Kunozan, uno de los santuarios Toshogu consagrados a la figura de Ieyasu y donde reposan sus restos, si bien el monje superior de este centro religioso sintoista, Hidekuni Ochiai, presentó la histórica pieza de cobre a los Reyes y los emperadores en un lugar más accesible: el complejo Fugetsuro, que fue residencia del último shogún Tokugawa.

Allí, ante numerosas cámaras de televisión y fotográficas, el monje explicó a los dos monarcas y sus esposas la llegada a Japón de este obsequio -del que el año pasado se entregó una fiel réplica a la embajada española- y el funcionamiento de un reloj mecánico que es el más antiguo que conserva este país, según confirmó el monje ante una pregunta de Felipe VI.

Hidekuni Ochiai valoró además como auténtico "símbolo de la amistad entre Japón y España" este histórico reloj, ante las miradas complacidas de don Felipe y el emperador Akihito, visiblemente interesado en observar de cerca todos los detalles de esta pieza, conocida en Japón como "Reloj Occidental de Ieyasu" y que se considera fabricado en 1581 para Felipe II.

Tras almorzar con sus anfitriones en el complejo de Fugetsuro, los Reyes se trasladaron al santuario sintoísta de Sengen, formado por 26 edificios de madera de origen muy remoto reconstruidos en el siglo XIX, cuyo patio central sirvió de escenario al coro de escolares que les recibió con una canción de bienvenida "kiyari" y a las niñas que ejecutaron para ellos una vistosa danza "chigomai".

Con esta inmersión en la cultura tradicional japonesa completaron su visita y, después de un encuentro en la Sala Casa Blanca del propio santuario donde Felipe VI departió unos minutos con Akihito mientras la emperatriz conversaba con doña Letizia, los Reyes fueron despedidos por los emperadores al pie del vehículo que les trasladó al cercano aeropuerto Monte Fuji para regresar a España.