En cierta medida, el grisú es como el agua: no tiene olor, tampoco color. Por eso es tan peligroso, porque si no se detecta a tiempo en pocos segundos puede acabar con la vida del minero. Esto fue lo que ocurrió el lunes en la mina Emilio Valle de Santa Lucía de Gordón (León). La minería utiliza una serie de medidas de seguridad muy estrictas, muchas de ellas encaminadas a prevenir problemas con el grisú: la perforación por medio de barrenos de las capas de carbón para extraer el gas y sacarlo al exterior sin que cause problemas, los medidores automáticos de los niveles de grisú que, a partir de ciertos niveles, avisa para que se ventile y, por supuesto, el denominado autorrescatador, un mecanismo que tarda en activarse unos diez segundos, y que permite al minero respirar de forma artificial, y que llevan todos y cada uno de ellos en el interior de las minas. Lo ocurrido en León fue tan rápido que ninguno de los trabajadores pudo echar mano de su autorrescatador.